El presupuesto es un laberinto
Malas costumbres, tragedias ignoradas
La fuerza de la costumbre es aterradora y desde hace mucho tiempo la sociedad mexicana se deja llevar por su poderosa corriente cuando toca a la violencia, ya sea la propia (como sociedad) o la ajena producida por X o Y motivaciones terroristas de grupos radicales políticos, religioso o religioso-políticos. Más allá de las cifras de muertes, heridos o daños colaterales humanos y materiales, los mexicanos nos hemos acostumbrado a lamentar, condenar e incluso lanzar incendiarios reclamos de justicia, que no duran más que el tiempo que se queman en una llamada de ira social.
Los números de las miles y miles de víctimas caídas en la guerra contra el narco ya no sacuden a la sociedad, mientras que los medios los usan para llamar la atención de sus notas estadísticas y las organizaciones sociales los exhiben para justificar su existencia. Mientras que el gobierno, no parece interesado en entender que el país se desangra desde hace décadas, que la nación se puebla de resentidos que han perdido en las batallas sanguinarias a padres, hijos, hermanos, esposas o maridos. A las autoridades, les importa, como a los medios, jugar al sube y baja de los muertos, pero no la tragedia que hay detrás de cada uno.
Esta deshumanizada visión de la muerte puede entenderse como normal, pues pasa a diario. Se suma un muerto por acá, tres o cuatro más allá y unos cuantos más en las lejanías de la frontera norte o sur. Sin importar dónde, los asesinatos dejan una estela de dolor, de amargura social y, en los más de los casos frustración social ante la impunidad. A pesar de la gravedad de esa realidad, a los mexicanos no parece importarles mucho que desde el poder no se haga lo necesario para hacer justicia, además que en muchos casos, desde el lado de la sociedad civil organizada, cada tragedia se convierte en oportunidad de lucrar de una y otra manera con la tragedia nacional de la violencia.
Los deudos directos, que no se dejan manipular para que supuestos voceros o representantes aparezcan por todos lados reclamando justicia o venganza, sobreviven en la oscuridad con la desesperanza como compañera, pues ellos sí reclaman que se averigüe la desaparición de un padre, por qué permanece injustamente en la cárcel un hijo o las cusas por las cuáles la muerte es la gran protagonista en la escena nacional.
Acostumbrados a la muerte y la violencia, debido a la fuerza de la costumbre, los mexicanos ven como normal las ensangrentadas páginas de los periódicos amarillistas, suman muertos en las informaciones de los diarios “serios”, acumulan datos mortales dados por los noticiarios de televisión y radio, amén que ya no dan crédito a supuestos defensores de los derechos humanos que mes con mes o a cada semana dan informes que no van más allá de denuncias que buscan contratos de asesorías o viajes para exponer la tragedia nacional en el extranjero.
Más allá, de las luces rojas que iluminan el escenario de quienes viven de la tragedia nacional, en la oscuridad quedan las víctimas, y en algunas de ellas ya germina la semilla del resentimiento, el ánimo de venganza.
Hojas extraviadas
Una revisión de viejos informes deja ver que la tragedia de Iguala, la desaparición y probable matanza de decenas de estudiantes normalistas, es una herida que no cierra. Hace ya más de un año que los padres, guiados por una o dos organizaciones “humanitarias” van y vienen, que controladas por voceros que surgieron de la nada y que viven de ser una especie de “pastores”. Son muchos, al menos eso han dicho a la prensa ellos mismos o sus voceros, los que viven en la Normal de Ayotzinapa o pendientes de las misiones de reclamo y propaganda que realizan por uno y otro camino. Uno de los padres o representante de ellos dijo en noviembre que había viajado 8 veces al extranjero.
Sin duda los padres de las víctimas y otros familiares tienen todo el derecho de reclamar justicia, como lo tienen los deudos de un jugador de futbol de aficionados y de sus compañeros heridos en la noche trágica de Iguala, confundidos con normalistas de Ayozinapa, pero estos padres, familiares y amigos no tienen para pasar su dolorida vida sin trabajar, viajando a diestra y siniestra… no tienen quién les pague hospedajes, pasajes, celulares ni de comer al menos tres veces al día…