El presupuesto es un laberinto
La felicidad es decisión, no regalo fortuito. No se liga a la nostalgia ni esperanza. Pertenece al aquí y ahora.
A través del tiempo se conformó una idea equívoca de la felicidad. Se le llenaron de falsos condicionantes y mitos. De hecho, se trata del concepto que más estereotipos y mitos engendra. Sin embargo, paulatinamente el vocablo se quita falsas veladuras, exotismo y misterio. Así surge plenamente y sin antifaces. Asombra que no se trate de una condición llena de requerimientos y premisas. Es simple, sencillo. Aparece en situaciones cotidianas y no como producto de una elaborada metodología.
La felicidad es.
Si durante años se asoció al poder adquisitivo y al dinero, diferentes estudios de la psicología positiva revelan ahora que la riqueza (dinero) no incide de manera determinante en que se sea o no feliz. No es un factor determinante. Curiosamente, tampoco la juventud o salud son preponderantes para que alguien asuma que es feliz. El estado civil, asimismo, no incide en el grado de felicidad que se experimenta. Cae así el mito de que las personas casadas son más felices. Algunos estudios incluso se atreven a aseverar que las solteras lo son más respecto a quienes tienen una pareja, pero no así los hombres. La verdad es que no hay nada concluyente.
Los grados académicos, por otra parte, no tienen una relación directa con el ser o no felices. Pareciera entonces que se trata de un factor impredecible, voluble y que sólo aparece de manera fortuita y azarosa.
Sin embargo existe un factor que si se asocia al grado de felicidad que una persona experimenta: su grado de sociabilidad. El ser gregario y socializar tiene implicaciones directas en el grado de satisfacción y felicidad que se experimenta. El contacto con los demás determina en gran medida que una persona, de cualquier edad y condición sociocultural y económica, sea y manifieste ser feliz.
Incluso, la sociabilidad tiene implicaciones directas en un mejor auto concepto y valoración de sí mismo, también en la inmunidad a enfermedades y la capacidad de sobrellevar pérdidas o decepciones. El grado de interacción con los otros determina asimismo el nivel de productividad y creatividad que posee un individuo.
El aislamiento, en contraparte, incide en mayores grados de depresión y tristeza. No en vano, en casos documentados del acoso laboral y bullying, es común encontrar que se aplica a la víctima “la ley del hielo”: frialdad absoluta, negarse a interactuar con ella o incluso rehusarse a saludarla.
Mantenerse en contacto con la familia y amigos, interactuar con vecinos e incluso transeúntes y desconocidos se asocia a mejor niveles de optimismo y felicidad. En clasificaciones internacionales, en México más del 80 por ciento de los encuestados manifiesta ser feliz. El principal factor para serlo lo atribuyen a la familia. En América Latina es un factor altamente valorado y se trata de una región que presenta grados de optimismo arriba del 76%. Los más altos a nivel mundial.
Este contacto con los otros no se refiere sólo a la cohesión familiar y a mantener un grupo de amigos y conocidos con los que se interactúa. También el hacer algo por los demás. El altruismo es un factor muy importante para elevar el grado de felicidad. Curiosamente, se trata de una de las experiencias de vida más gratificantes de acuerdo a diversos estudios psicológicos.
Y existe un tercer factor asociado a la felicidad además de la sociabilidad y altruismo: la creatividad. “Inventar” es un anzuelo para ser más feliz.
El nuevo reto educativo entonces deberá centrarse en generar habilidades de socialización, ayuda a los demás y capacidad creativa y de desarrollo de ideas. El emprendedurismo es la nueva receta para la felicidad. Y algo que no podemos soslayar: es verdad que todo es de acuerdo del color del cristal con que se mira. Es decir, uno determina si quiere ser feliz o no serlo.
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