Teléfono rojo
La guitarra acústica rota encontrada junto al cuerpo sin vida de “Rockdrigo” González permanece en el Metro, como una muestra de que a 30 años de su trágico fallecimiento, “El Profeta del Nopal” no ha muerto, que sigue vigente en los corazones y en los oídos de quienes encontraron el sentido de sus vidas con sus composiciones.
Este 25 de diciembre, en la mera Navidad, “Rockdrigo” hubiera cumplido 65 años de edad. Su vida se cortó demasiado pronto, apenas cuando tenía 35 años, ése 19 de septiembre de 1985, la mañana en que la ciudad de México se estremeció con el peor terremoto que haya ocurrido en el Valle del Anáhuac.
Su legado musical y personal quiso ser recordado por las autoridades del Sistema de Transporte Colectivo, que reunieron en una vitrina fotografías, textos y pertenencias personales del cantautor rockero. Ahí está su guitarra de madera, con los daños que le provocó la caída del escombro del departamento en donde vivía “Rockdrigo” que se hizo pedazos aquella fatídica mañana. Están también sus inseparables gafas negras, que definían buena parte de su personalidad.
Los usuarios del Metro, pasan y observan con detenimiento y curiosidad aquella vitrina que contiene los objetos de “Rockdrigo”, en especial de esa guitarra que muestra sobre su estructura los efectos del terrible sismo, que permaneció junto al cuerpo del artista como fiel compañera y fue sacada con él de las ruinas de ese departamento de la calle de Bruselas, de la colonia Juárez, en donde habitaba el músico.
En ese lugar de la ciudad de México, “Rockdrigo” González había vivido los últimos momentos de su idilio junto a su amada Francoise Bardinet, quien también murió esa mañana de septiembre.
La vitrina en donde se encuentra el recuerdo de “Rockdrigo” González fue colocada desde septiembre pasado en un pasillo de la estación Pino Suárez del Metro, como parte de una memorabilia de los terremotos de 1985. El resto de la muestra ya fue retirada. Sólo está ahí la que contiene parte de la historia del joven rockero, quizá como un tributo muy atinado a su próximo aniversario de nacimiento.
Y es que la historia de “Rockdrigo” González está ligada de manera íntima a la Ciudad de México y de manera especial al Sistema de Transporte Colectivo. “El Metro Balderas”, se convirtió en una rola ícono de la urbe, de las tribus citadinas que pueblan la megalópolis.
El rockero explicaba el sentido de la rola “El Metro Balderas”, como una aventura que pasa en el en una estación de las más congestionadas con una pareja de “cerreros” que llegan a querer “hacerla” en la gran ciudad. La chava se pierde en un convoy del Metro y a su novio se le convierte lo sucedido en un trauma. La trata de rescatar, incluso secuestrando un convoy, pero todo es inútil.
“Sáquese de aquí señor operador
que esto es un secuestro y yo manejo el convoy
mejor haga caso para usted es mejor,
así es que hágase a un lado porque ahí le voy.
Hace cuatro años que a mi novia perdí
en esas muchedumbres que se forman aquí,
la busque en los andenes y las salas de espera, pero ella se perdió
en la estación de Balderas.
En la estación del metro Balderas
ahí fue donde yo perdí a mi amor
en la estación del metro Balderas
ahí deje embarrado mi corazón
No no no no no no
fue la estación del metro Balderas
una bola de gente se la llevó
en la estación del metro Balderas
vida mía ya te busque de convoy en convoy…”
La voz aguardentosa con tono irreverente era el sello de Rodrigo Eduardo González Guzmán, aquel joven nacido en Tampico, Tamaulipas, el 25 de diciembre de 1950, al que su padre le compró una guitarra de madera para que aprendiera sones huastecos tradicionales, pero a “El Profeta del Nopal”, el rock le hervía en las venas, como una muestra no sólo de su esencia musical, sino de su espíritu rebelde.
En 1975, “Rockdrigo” González llega a la ciudad de México y empieza una fuerte relación artística con músicos como Javier Bátiz, Alex Lora, Jaime López, Nina Galindo, Roberto González y Roberto Ponce entre otros.
En 1984, se realiza el Segundo Festival de la Canción Rupestre en el Museo Universitario de El Chopo “en donde estaba el esqueleto del dinosaurio”, de entrañables recuerdos, a unos pasos de donde nació quien esto escribe, y surge el llamado “Manifiesto Rupestre”, que define el espíritu de aquellos músicos que comunican el sentir de una juventud en rebeldía.
A estos rockeros no les interesa mostrar voces bonitas, sino el descontento hacia una realidad que no les agrada y que transmiten el sentir y la vida que rodea a aquellos muchachos ochenteros.
El “Manifiesto Rupestre”, definía: “No es que los rupestres se hayan escapado del antiguo Museo de Ciencias Naturales ni mucho menos del de Antropología, o que hayan llegado de los cerros escondidos en un camión lleno de gallinas y frijoles. Se trata solamente de un membrete que se cuelgan todos aquellos que no están muy guapos ni tienen voz de tenor ni componen como las grandes cimas de la sabiduría estética, o (lo peor) no tienen un equipo electrónico sofisticado lleno de sintes y efectos muy locos que apantallen al primer despistado que se les ponga enfrente.
Han tenido que encuevarse en sus propias alcantarillas de concreto y en muchas ocasiones quedarse como el chinito ante la cultura: nomás milando. Los rupestres por lo general son sencillos, no la hacen mucho de tos con tanto chango y faramalla como acostumbran los no rupestres, pero tienen tanto que proponer con sus guitarras de palo y sus voces acabadas de salir del ron… son poetas y locochones, rocanroleros y trovadores, simples y elaborados. Gustan de la fantasía, le mientan la madre a lo cotidiano, tocan como carpinteros venusinos y cantan como becerros en un examen final del conservatorio”.
Las rolas de “Rockdrigo” se vuelven legendarias. “Asalto Chido”, “Aventuras en el DF”, “Chica con Suerte”, “Canicas”, “El Campeón”, “Blues del Mudo”, “La Máquina del Tiempo”, “Los Intelectuales”, “Ama de Casa un poco triste”, “Solares Baldíos”, entre otras, se vuelven éxitos entre los seguidores de “El Profeta del Nopal”, el formador de un rock alejado de los esteticismos y de las influencias gringas, sino profundamente mexicano y, sobre todo, muy defeño.
“Rockdrigo” había establecido una importante relación personal y de trabajo con José Xavier “Pepe” Návar, especialista musicólogo y estimado profesor de nuestra Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, a quien le encargó la producción de sus discos. Se dice que él aún conserva muchas rolas inéditas del músico.
El artista había querido desde su juventud en Tampico, a Mireya Escalante, y de su relación nació la niña Amanda Lalena, quien siguió también la vida musical de manera destacada, con el conocido sobrenombre de “Amandititita”.
Después la vida lo llevó a amar a Francoise Bardinet. Con ella, precisamente estuvo en su última presentación con sus amigos periodistas del diario La Jornada, en ocasión del festejo del primer aniversario del periódico. En la madrugada de ese 19 de septiembre de 1985 “Rockdrigo” y Francoise llegaron a su departamento de la colonia Juárez. Exactamente a las 7:19 horas, el terremoto terminó con la vida de “El Profeta del Nopal”.