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MÉXICO, DF, 10 de enero de 2016.- En su primer libro entrevista, el Papa Francisco pidió a los homosexuales confesarse y rezar, contó experiencias personales con divorciados vueltos a casar y prostitutas, además de condenar la corrupción, informa la agencia de noticias del Estado mexicano, Notimex.
El nombre de Dios es misericordia es el título de una conversación entre el Papa y el periodista italiano Andrea Tornielli, que sale a la venta esta semana en más de 100 países y cuyo contenido fue anticipado este día.
“Yo prefiero que las personas homosexuales vengan a confesarse, que se queden cercanas al señor, que podamos rezar juntos. Les puedes aconsejar a ellos la oración, la buena voluntad, indicar el camino, acompañarlas”, dijo el Papa.
Además explicó el sentido de su famosa y polémica frase “¿Quién soy yo para juzgar?”, que usó para referirse a los gais en el vuelo de Río de Janeiro a Roma en julio de 2013, al final de su visita apostólica a Brasil.
Aseguró que a él le gusta usar el término “personas homosexuales” porque primero está la persona, en su integralidad y dignidad, y ella no es definida solamente por su tendencia sexual.
“No nos olvidemos que somos todos creaturas amadas por Dios, destinatarias de su infinito amor”, precisó.
Más adelante habló de una señora argentina que le escribió un mail contándole que 20 años atrás había ido al tribunal eclesiástico para iniciar el proceso de nulidad de su matrimonio y tenía todas las posibilidades de que su petición prosperase porque “el caso era muy claro”.
Añadió que un sacerdote le garantizó el resultado positivo pero, recibiéndola, le solicitó pagar cinco mil dólares. Finalmente ella se escandalizó y dejó la Iglesia.
El Papa decidió llamarla por teléfono. Ella le dijo que tuvo dos hijas que están involucradas en la parroquia y le contó de otro caso apenas ocurrido en su ciudad: un niño recién nacido que murió sin bautismo y cuyos padres querían llevar el cuerpo al templo.
“El cura no dejó entrar a la Iglesia a los padres con el ataúd del pequeño, quiso que se detuviesen en la puerta porque el niño no era bautizado y, por eso, no podía pasar más allá de la puerta. Cuando la gente se encuentra ante estos malos ejemplos, en los cuales ve prevalecer el interés, la poca misericordia y la cerrazón, se escandaliza”, estableció.
Luego abundó en la historia de una sobrina suya que se casó por civil con un hombre antes que él obtuviese la nulidad matrimonial. Señaló que ellos querían casarse, se amaban, querían hijos y tuvieron tres.
Precisó que el juez civil había asignado a él la custodia de los hijos tenidos en el primer matrimonio y él era tan religioso que todos los domingos iba a misa, iba al confesionario y le decía al sacerdote: “Yo sé que usted no me puede absolver, pero pequé en esto y en aquello, deme la bendición”.
Francisco destacó esa actitud y garantizó: “ese hombre está religiosamente formado”.
También contó que una mujer, casada desde hace años, no se confesaba porque cuando era una niña de 13 o 14 años el confesor le había preguntado donde ponía las manos cuando dormía.
“Puede existir un exceso de curiosidad, en materia sexual, sobre todo. O también una insistencia en el hacer que se expliquen detalles que no son necesarios”, reconoció sobre el actuar de los sacerdotes confesores.
Reseñó su encuentro en un santuario con una muchacha la cual había ido agradecer a la Virgen el haber encontrado una salida a la prostitución que ejercía.
Explicó que ella era la más grande de sus hermanos, no tenía papá y para ayudar a mantener a la familia se prostituía, porque no había otro trabajo en su pueblo.
“Me contó que un día al prostíbulo llegó un hombre. Se encontraba ahí por trabajo, venía de una gran ciudad. Se gustaron y al final él le propuso seguirla. Por mucho tiempo ella le había pedido a la Virgen conseguir un trabajo que le permitiese cambiar de vida. Estaba muy feliz de poder dejar de hacer lo que hacía”, señaló.
Hacia el final del libro, Francisco habló de la corrupción y de la dificultad de dejar ese “estado de pecado”.
Sostuvo que el corrupto es aquel que se indigna porque le roban la cartera y se lamenta por la falta de seguridad que hay en las calles, pero después defrauda al Estado evadiendo los impuestos, y quizás echa a sus empleados cada tres meses para evitar contratarlos por tiempo indeterminado, o quizás aprovecha el trabajo en negro.
El corrupto –siguió– se pavonea con sus amigos por estas cosas y, quizás, va a misa todos los domingos pero no tiene problema de aprovechar una posición de poder pretendiendo el pago de sobornos.
“La corrupción hace perder el pudor que custodia la verdad, la bondad, la belleza. El corrupto a menudo no se da cuenta de su estado, como quien tiene mal aliento y no se da cuenta. Y no es fácil para el corrupto salir de esta condición por un remordimiento interior”, dijo.
“Generalmente el señor lo salva a través de grandes pruebas de la vida, situaciones que no puede evitar y que rompen la caparazón construida poco a poco permitiendo así a la gracia de Dios de entrar. Debemos repetirlo: ¡pecadores si, corruptos no!”, apuntó.