Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Nosotros, los católicos
Claro que la honestidad es un regalo muy caro. No lo esperes de gente barata. Durante años los críticos de la Santa Madre Iglesia Católica no han escatimado adjetivos calificativos para intentar infructuosamente denostarnos. Ignoran que nosotros, los católicos, somos como las estrellas: siempre brillan en la obscuridad. Y en el día, resplandecen con el Sol.
Te platicamos lo que a su vez nos informó nuestro amigo judío, Samuel H. Miller Sin escatimar algo:
Por ejemplo, cuánto cuesta mantener para la humanidad tantas y tan monumentales obras históricas de la cristiandad.
Puede alguien siquiera imaginar la titánica labor que ello implica no solo desde el punto de vista logístico, sino financiero. Con el dinero de quiénes, se conservan las grandes obras del mundo católico. No con el de quienes atacan a la Iglesia, desde luego.
Pero hay acaso algún impedimento para que toda la Humanidad pueda deleitarse al visitar esas hermosas obras. Ninguno.
Sumemos el que casi la totalidad de personas que trabajan o colaboran con las obras de caridad católicas, lo hacen por los demás sin pedir a cambio un salario. Realizan su labor para ayudar al prójimo sin pedir nada para sí. En cuánto se podría cuantificar su trabajo.
O, en cuánto podríamos tasar las vidas de tantas monjas católicas, ofrendadas solo por amor al prójimo en los lugares más hostiles del mundo.
Déjenme darles algunos números que ustedes como católicos deberían recordar.
Por ejemplo: 12 por ciento de 300 miembros del clero protestante encuestados, admitieron haber tenido relaciones sexuales con algún feligrés; 38 por ciento reconoció algún otro tipo de contacto sexual inapropiado.
En un estudio llevado a cabo por la United Methodist Church, 41.8 por ciento de las mujeres religiosas encuestadas reportó abusos, en comportamientos sexuales no deseados, provenientes de desadaptados sociales. En comparación, el 17 por ciento de las mujeres laicas ha sufrido algún tipo de hostigamiento sexual.
Mientras el 1.7 por ciento del clero católico ha sido encontrado culpable de pedofilia, 10 por ciento de los ministros protestantes han sido señalados por la misma conducta.
No es que el mal de otros sea un consuelo o una excusa, sino que este no es un problema exclusivo de los católicos.
De hecho, en Outreau, Francia, se celebró un juicio contra un grupo de 17 personas acusadas de violar a 18 niños durante un periodo de 5 años.
En Australia juzgaron a un empresario acusado de sodomizar y drogar a niños en el transcurso de supuestos rituales de iniciación a una Hermandad Blanca.
Un ministro de agricultura peruano dimitió porque una cámara oculta develó que en un hotel propiedad de su familia facilitaban infantes a los turistas. En Argentina han condenado a una maestra a siete años de cárcel por abusar de cuatro niñas de 4 y 5 años. Y, así, sucesivamente.
Un estudio acerca de los sacerdotes latinoamericanos y americanos mostró que la mayoría se encuentra feliz en el desempeño del sacerdocio y que lo han encontrado mejor aún de lo que suponían.
Además de que la mayoría, si se les presentara la alternativa, volvería a escoger ser ministros eucarísticos, a pesar de los ataques que recibe la Iglesia Católica.
Su religión ha provisto consuelo y fortaleza a miles de millones de seres a lo largo y ancho del planeta, aún en medio de las más difíciles circunstancias en todas las épocas, dándoles así una razón para seguir adelante cuando ya todo parecía perdido.
El valor de esa sola circunstancia, es inestimable en términos del progreso de la Humanidad, ya que ayuda a formar mejores hombres y mujeres.
La oración, no solo lleva a los católicos a identificar sus propias aspiraciones y necesidades, lo que de por sí es el primer paso para poner los medios y actuar. Les permite reconocer las necesidades de los otros y manifestar su aspiración de colmarlas, permitiéndoles así expresar su solidaridad.
Podríamos afirmar: “Dime qué pides y te diré quién eres”.
Hoy, la Iglesia Católica sangra por heridas auto–infligidas.
La agonía que los católicos han sentido y sufrido no es necesariamente culpa de la Iglesia como un todo.
Ustedes, nos dice Miller, han sido dañados por un muy pequeño número de sacerdotes desviados, quienes en una buena parte han sido ya suspendidos y, los demás, a la postre lo serán.
Caminen con sus hombros rectos y su frente en alto. Siéntanse orgullosos de ser miembros de la institución no gubernamental más importante en Latinoamérica y los Estados Unidos de América.
Y luego recuerden lo que dijo el profeta Jeremías: “Permanezcan en los Caminos, busquen y pregunten por las rutas ancestrales, donde se encuentra el Bien, y caminen por ellas para que encuentren descanso para sus almas”.
Defiendan su Fe con orgullo y reverencia, y dimensionen lo mucho que su religión ha hecho y hace por todas las demás religiones del mundo”.
Debemos sentirnos orgullosos de ser católicos.
Y no solamente hoy que viene el Santo Padre a visitarnos en dos semanas. Tenemos la convicción firme. Y lo sostenemos con firmeza, que nos da nuestra fe católica.
Así se simple.