Teléfono rojo/José Ureña
El primer milagro
Anoche, en sólo treinta minutos, el Santo Padre Francisco demostró al mundo entero lo que es la fe católica mexicana. Y no sólo eso, sino hizo evidente que nuestro mandatario alcanzó la mayoría de edad: éste, acompañado de su esposa, sus guías en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), caminaron con el Vicario de Cristo para recibir la bienvenida del pueblo en un ambiente en donde el protocolo oficial, gracias a Dios, brilló por su ausencia. Quien haya presenciado la llegada debe coincidir con nosotros. Es el primer milagro, aquí.
Enrique Peña Nieto y su esposa Angélica Rivero, gentiles anfitriones, hicieron ver que no necesitan asesores para manifestar lo que nosotros los católicos, como ellos, sentimos, con gobierno laico o no, la reverencia por un jesuita que llegó a éste país como misionero de paz.
Frente a enormes gradas instaladas para invitados, miles, que brindaron cálida, más que eso, recepción, sin más interlocutores que el Jefe del Ejecutivo y su conyugue, el Papa recorrió a su antojo. Saludó, apretó, besó a niños.
Y sin nadie los interrumpiera platicó a su antojo con ella y él, que iban, alegres y festivos, a su lado. Como antiguos conocidos. Viejos amigos. Un matrimonio más, de los millones que hay en nuestro país
Pero lo más significativo para todos, que antes de trasladarse al Papamóvil que lo llevó a la Nunciatura, donde pernoctará durante su estancia en la Ciudad de México, condujo al matrimonio Peña-Rivera, a saludar y dar su bendición a quienes, artistas y gente común y corriente, llegaron a demostrar su cariño.
Fuimos testigos. El mandatario no cesaba de responder al Santo Padre. Al igual que Angélica quien explicaba con fraternidad y respeto al digno visitante.
Un poquito antes de las veinte horas, treinta minutos después de haber llegado de Cuba, el Obispo de San Juan de Letrán presentó frente al pueblo, a sus colaboradores. Cardenales y Obispos que le acompañan.
Peña Nieto estaba feliz. Saludaba afable y preguntaba al Papa la jerarquía de cada uno. Y estos, luego de estrechar la diestra del mandatario mexicano. Reverencia al jerarca católico, cordialmente, con afecto, saludaban a la primera dama. Que también lo hacía complacida y feliz.
Todos vimos cuando los secretarios gubernamentales fueron presentados al ilustre visitante. Y cómo Peña Nieto, con soltura, los ponderaba ante su huésped. Sin protocolo o falsas expectativas. Y menos con pantallas con lecturas escritas por sus “asesores”.
Fueron treinta minutos en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el inicio de un recorrido por el país. Y donde el Misionero de la Paz, alegre, confiado, saludó acompañado de un hombre y una mujer, sus amigos, a un pueblo que, como él, admitimos como madre a la Santísima Virgen Santa María de Guadalupe.
Claro que la fe mueve montañas. Y hace crecer, ser adultos, a quienes ya no necesitan tutores. Por eso lo llamamos El Primer Milagro. Hizo adulto, al joven.