El presupuesto es un laberinto
Ológrafo/Víctor Manuel Juárez En su penúltimo día en México, Francisco, ante una multitud juvenil, advierte con esa voz pausada pero de mensaje claro: “Los jóvenes mexicanos no pueden ser sacrificados al mandarlos a morir ante la falta de oportunidades”. Francisco señala a jerarcas de la Iglesia, a líderes políticos, a gobernantes, a empresarios, a la población en general: “Ser joven en México es la mayor riqueza y, por lo tanto, no puede ser sacrificado”. En su encuentro con la juventud, en el estadio José María Morelos y Pavón, de la capital michoacana, una entidad caracterizada por el reclutamiento de cientos, tal vez miles de jóvenes por el crimen organizado y otros tantos que han tenido que emigrar a los Estados Unidos ante la ausencia de oportunidades o amenazados de muerte por no incorporarse a actividades ilícitas, el representante de la Iglesia Católica puntualiza: “Jesús nunca nos invitaría a ser sicarios, sino que nos llama discípulos, nos llama amigos. Jesús nunca nos mandaría a la muerte, sino que todo en Él es invitación a la vida”. En Michoacán, entidad caracterizada por la presencia de diversos grupos armados, en su mayoría conformados por jóvenes, muchos abatidos en duelos entre ellos mismos o por fuego cruzado con fuerzas federales y estatales, Francisco expresa que la riqueza de la juventud es difícil de reconocer cuando no hay oportunidades de estudio y trabajo. Y es que minutos antes le expresaron, en palabras de Alberto Solorio Corona: “Aumentan entre nosotros las víctimas del narcotráfico, la violencia, de las adicciones y la explotación de personas. Muchas familias sólo han podido llorar la pérdida de sus hijos porque la impunidad ha dado alas a quienes secuestran, estafan y matan”. Y es que las cifras sobre este grave y hondo problema son aterradoras. Se estima hay en el país cerca de 26 millones de jóvenes cuyas edades van de los 17 a los 29 años, de ellos existen siete millones que ni estudian ni trabajan, los tristemente famosos “ninis”. Uno de cada diez tiene acceso a la educación superior. No hay cifras claras de cuantos se han tenido que conformar con ingresar a las enormes filas del subempleo en la economía informal, mucho menos sabemos a cuantos tenemos en el desempleo pero a buscar con afán una oportunidad. Recientemente el diario Excélsior publicó en su primera plana que el gobierno federal tiene un registro total de 27 mil 659 desaparecidos, desde 2007 hasta el 31 de diciembre de 2015, según el Registro Nacional de Personas Desaparecida (RNPED). Dicho registro da cuenta de todos los casos, así sabemos que 989 están relacionados con el fuero federal y 26 670 con el fuero común. Y sí, muchos de estos son jóvenes. Los hechos muestran que la malicia se ha cebado contra nuestra riqueza juvenil. Muchos de los citados desparecidos obedecen a secuestros de jóvenes estudiantes, perpetrados por los mismos policías municipales, que están para proteger, para ser entregados a bandas de narcotraficantes, como es el ya emblemático asunto de los 43 jóvenes de Iguala-Ayotzinapa; otros levantados por policías estales, en idéntico modus operandi, son plagiados para ser llevarlos ante las organizaciones delincuenciales, como aconteció en Tierra Blanca Veracruz. Están también los más 150 mil jóvenes presos en diversas cárceles por el “grave delito” de fumarse un porro en la calle y ser sorprendidos por policías de diversas corporaciones. Jóvenes que deberán convivir (o sobrevivir), al lado de peligrosos criminales, como lo ha sacado a la luz el reciente motín en el penal de Topo Chico, allá en Monterrey, Nuevo León. Francisco nos ha dejado claro a los oídos atentos que los estamos sacrificando, pues no sólo no les podemos ya brindar educación, ni oportunidades reales de empleo; sino que no podemos cuidarlos o brindarles seguridad y nos conformamos con ver como perdemos la guerra contra las drogas y los narcos y a nuestra riqueza juvenil “la sacrificamos”. Los condenamos a la pobreza, la marginación y a ser víctimas de los nuevos esclavistas. Somos, dice luego de ver y documentarse de nuestra triste realidad, un país bárbaro. Más allá de la fe, del fervor mostrado por un pueblo católico, que se ha emocionado hasta las lágrimas con sólo verlo pasar unos segundos, nos comprometeremos, esforzaremos y buscaremos, todos, la manera de rescatar a nuestros jóvenes y acabar con éste sacrificio. Pregunto: ¿Invertirán más los empresarios en fuentes de empleo permanente y bien remunerado? Se abrirán más espacios educativos, rescataremos e nuestros secuestrados, encontraremos a nuestros desaparecidos. ¿O una vez que nos desempapemos y acabe la papamanía volveremos a nuestra rutina diaria de insensibilidad contra quienes sufren la ausencia de sus hijos secuestrados, sus hijos desempleados, sus hijos sin escuela? Lo dudo, lo dudo mucho, meros golpes de pecho. Como también dudo mucho hagamos algo por nuestras etnias, expoliadas desde tiempos remotos. Ahí nada más 14 millones de mexicanos excluidos. Francisco vino a decirnos que existen. No basta con pedirles perdón. Mis hijos, jóvenes, por cierto, me dicen: “éste Papa me cae bien, habla clarito. A ver si lo oyen”.