
René Juárez Cisneros, la ruta de un hombre sin estridencias
Günter Grass
De la finitud
En la sierra mixteca oaxaqueña son comunes lo sismos. Durante uno de ellos la casa de la tía Eloísa, construida en 1921 a base de cuarterones y un techo con vigas y ladrillo, se vino abajo. En un terreno contiguo habitaba su hermano Heriberto, quien al ver el desastre se impactó tanto que, en lugar de ayudar a remover los escombros, acudió al carpintero para que le entregara un ataúd de manera urgente. Cuando el tío llegó a la casa de Eloísa, ella lo recibió con magulladuras y moratones, además de polvo hasta en el último poro. La tía colocó el féretro junto al altar dedicado a la Virgen de la Soledad, cercano a su cama. Duró años en ese lugar… hasta que lo estrenó.
Lo anterior me vino a la memoria después de leer De la finitud, libro póstumo del filósofo y premio nobel Günter Grass con el que se despide de la literatura y de la vida. En el texto aparece una reseña sobre los años cercanos a su muerte y a la de su esposa cuando mandaron a elaborar sendos ataúdes con medidas e instrucciones especiales. Los guardaron en el sótano hasta que ¡se los robaron!
El libro póstumo del autor de El tambor de hojalata está integrado por textos breves, poemas sencillos y dibujos a lápiz de otoños, de hojas del calendario que caen mientras entregan mensajes de amor a la vida, a su familia, a sus amigos, a sus libros. Expresan lugares, ciudades y paisajes que conoció. Es una despedida llena de buen humor al tiempo que una obra de arte.
Seguiría con este Acuse de recibo, pero privaría a quienes deben leerlo de disfrutar del regalo de despedida que nos dejó quien, con ironía, en un poema, escribió un “Adiós a la carne” antes de abandonarnos hace exactamente un año.
Bueno es aclarar que los féretros aparecieron meses después. Alguien los había devuelto.