El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
Sectas del “coaching coercitivo” /Segunda y última parte
Graciela “O” es una argentina de más de 50 años de edad que perdió a dos de sus hijos, a partir de que ellos tomaron cursos de superación personal que les prometían solucionar conflictos existenciales, pero que a final de cuentas los obligó a romper los lazos familiares para integrarse de tiempo completo con sus “terapeutas”.
La mujer no alcanza todavía a comprender el cambio tan radical en el carácter y la conducta de sus vástagos. De ser jóvenes alegres y llevar una vida normal, se volvieron personas taciturnas, que evitan el trato con sus familiares. Una serie de cursos los había transformado, pero de manera negativa.
Prácticamente en todos los países de América Latina, incluido México, diariamente son atrapadas personas por pseudo empresas que ofrecen “cursos vivenciales” que “cambiará sus vidas”. En naciones como Argentina y Chile, en donde empezó a nivel regional este tipo de tratamiento psicológico desvirtuado, se presentaron numerosas denuncias, a tal grado que los dirigentes de estas compañías huyeron, pero han encontrado en nuestro país un mercado sin protección.
A diferencia de Argentina, en donde funcionarios judiciales y del sector sanitario ejecutaron acciones en contra de las empresas que imparten dichas “terapias”, en México no existe regulación alguna de las autoridades de la Secretaría de Salud, por ejemplo, para verificar si el personal que realiza el llamado “coaching coercitivo” cuenta con la capacitación adecuada para realizar ese tipo de tratamientos.
Los hijos de Graciela, cuyos nombres omite su progenitora, sólo tenían interés en tomar un curso que le permitiera superarse como personas. Fue una prima la que convenció a los muchachos para participar en cursos que modificaría sus vidas para siempre y que les permitiría conseguir todas las metas que se propusieran.
En el primer día del curso, empezó la tarea de aislamiento. Al igual que se aplica en México, se les hizo firmar un documento en donde se comprometían a no revelar nada de lo que sucediera en el salón en el que fueron confinados.
Las reglas eran tajantes: no podían hablar con nadie que estuviera cerca de ellos, entregaban sus celulares a sus “guías”, incluso por momentos no podían incluso beber agua.
En el salón la temperatura era baja y por bocinas se escuchaba el tema de “Carmina Burana” a todo volumen, de manera ensordecedora. Después, a las personas se les pidió que dijeran en voz alta cuáles eran sus objetivos en la vida, mientras los “guías” los insultaban y les gritaban que nunca alcanzarían sus metas.
Muchos de los asistentes se derrumbaron emocionalmente. La mezcla de música a volumen elevado con los insultos del personal de la empresa les provocó a muchos de ellos estallidos de histeria. En ese punto, entraba más personal al salón para abrazar a aquellos que estaban hechos un mar de lágrimas. Los “terapeutas” alcanzaron el objetivo de doblegar emocionalmente a sus víctimas.
La señora Graciela refiere que sus hijos empezaron a considerar al dirigente de los “terapeutas”, de nombre Ariel Díaz, como un “ser superior”, porque era capaz de sacarles prácticamente de las entrañas todos los miedos que les embargaban.
El grupo enroló a los muchachos argentinos para un nuevo curso (cada uno de los cuales tiene un costo aproximado de 6 mil pesos mexicanos), pero como los jóvenes veinteañeros no contaban con trabajo tuvieron que conseguir dinero para poder sufragar el gasto.
Ariel Díaz les prometió a los muchachos que este segundo curso prácticamente los haría “volar”, pero para ello sería necesario que asistieran a encuentros grupales y fueran a reuniones en donde sólo iban miembros del coaching.
La hija de Graciela mintió a su madre, pues abandonó sus estudios, sin que su progenitora se enterara y buscó trabajo con la única finalidad de pagar su otro curso. Sin conseguir empleo, empezó a vender toda clase de artículos, desde calzado hasta perfumería.
Para la muchacha asistir al nuevo curso era tan apremiante como consumir una droga que le diera una satisfacción y un placer inmediato.
La joven consiguió dinero para pagar el segundo curso y en el último día del mismo, Ariel Díaz le pidió que llevara ropa provocativa, con la finalidad de realizar un ejercicio de desinhibición necesario para su coaching. Dicha tarea consistía en efectuar un striptease, que era asignada como una “misión” que no debía dejar de cumplir. Esa acción le llevó toda la noche ejecutarla.
Posteriormente, para su “graduación” los hijos de Graciela fueron trasladados al campo, en un lugar no determinado, en donde se realizaron presuntamente ejercicios de “lavado de cerebro”, de los cuales jamás informaron a su madre. A partir de ese momento, los muchachos abandonaron el hogar.
Desde ese instante, ocasionalmente Graciela ve a sus hijos, que ya no son los mismos, su hija, antes alegre y con un vínculo estrecho con su madre, se volvió un ser huraño. Sin decirlo abiertamente la muchacha sólo deja que su madre comente con ella temas que la joven permita. Nada sobre la realidad actual de la muchacha sobre estudios o trabajo, parece una desconocida.
PROBLEMA CRECIENTE EN NUESTRO PAÍS
En México, la primera empresa de “coaching coercitivo” que se estableció fue Mexworks, seguidas por otras como Word Works México, que utilizan técnicas similares a los de las sectas religiosas para conseguir adeptos que paguen entre 20 mil y 30 mil pesos por esta serie de cursos.
El método de las sectas y este tipo de coaching es similar en lo siguiente: fomentan un clima de aislamiento para manipular a los asistentes, recurren a insultos como una técnica de “quiebre emocional” para dominar a aquellos que tienen más baja autoestima y hacen surgir resentimientos verdaderos o supuestos que tengan los alumnos con sus padres o figuras de autoridad con el fin de distanciarlos de sus núcleos sociales originales.
La finalidad es más que evidente: les crean una especie de dependencia en donde se sienten a gusto con la catarsis de grupo que experimentan. Si quieren seguir sintiéndose “libres”, los asistentes tienen que cubrir los elevados pagos que les exigen. Si no tienen dinero en el instante, les hacen firmar pagarés, con lo cual los asistentes se encadenan aún más a esas organizaciones.
Así, como los adictos al alcohol o a cualquier sustancia, se sienten bien al consumirla, los asistentes son sometidos a un “lavado de cerebro” que les hace creer que sólo si son parte de esos grupos se sentirán seguros. Vivir fuera de esa realidad para ellos ya no tiene sentido. Es la misma manera en que operan las sectas.
En México, se imparten cientos o miles de cursos de desarrollo humano, superación personal o coaching. Sin embargo, para las autoridades sanitarias no existe como un problema el llamado “coaching coercitivo”. Como siempre sucede, no existen medidas de prevención. Desgraciadamente, como ocurre en otros rubros, nuestros funcionarios no actúan si no es por denuncias o presiones sociales, no tienen la inteligencia suficiente para prevenir problemas que están a la vista de todos y de los cuales ellos no se enteran.
La Secretaría de Salud tiene la palabra.