Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
MORELIA, Mich., 6 de julio de 2016.- Probablemente a Frida Kahlo no le haría mucha gracia que una periodista, y no precisamente amante del comunismo, osara a escribir sobre ella, aunque al final de su vida comenzara a ver todo con más ligereza, porque no tenía tiempo para pensar en otra cosa que no fuera en el dolor.
Irreverente, contracorriente y un tanto avanzada para su época, fue dada a luz en la Casa Azul, ubicada en Coyoacán, el 6 de julio de 1907, sin siquiera imaginar sus progenitores, parteras, ni nadie en el mundo, que en aquella morada, desde ese momento, se encontraba una de las exponentes artísticas más importantes de México.
Su niñez y juventud estuvieron marcadas por dos episodios, ninguno positivo, pero siendo uno de ellos el que definitivamente le llevó a ser la Frida que dio razones al mundo para hablar de ella.
El primero, en 1916, cuando con 9 años la polio le dejó lesionada su pierna derecha.
El segundo, ese que generó cambios contundentes para su destino, ocurrió en 1925: viajaba en un bus de la Ciudad de México cuando este fue embestido por un tranvía de la línea Xochimilco, accidente que le dejó la columna vertebral, clavícula, pelvis, pierna y pie derecho fracturados.
El suceso la llevó a mantenerse postrada en una cama durante casi tres meses, y se convirtió en su más cruel manera de incentivo para invertir el tiempo en algo más que la espera y el ocio.
Es allí, en ese pequeño espacio de su lecho, donde inicia el viaje creativo, donde comienza a pintar.
Opacada por el apabullante éxito de Diego Rivera, su esposo desde el 21 de agosto de 1929, el mundo del arte, los críticos y conocedores no le dieron oportunidad a su obra, volcada en gran parte a autorretratos en diversidad de situaciones, historias y antologías.
Frida siempre se pintó de una manera muy andrógina, y de esa forma vivió sus ideales… y su sexualidad.
Fue una mujer que quería hacer algo más que lavarle la ropa a su marido, una potencial feminista, si se quiere.
Sin embargo y contradictoriamente, nunca pudo salir de la red amorosa que tejió en ella Diego Rivera, quien anulaba su tendencia al feminismo, pues le soportó más de un engaño.
Con él se casó dos veces, con ese hombre que la hizo sentir amada y traicionada al mismo tiempo, incluso con su hermana menor, lo que la llevó a enfrascarse en aventuras sin romance, por venganza, y otros por mera exploración de su lado homosexual.
A pesar de toda tormenta, Diego y Frida nunca dejaron de estar juntos: durante la época de oro del pintor, su declive, y el inicio del reconocimiento tan esperado por Kahlo, casi para el final de su existencia.
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