Masonería y catolicismo, nuevamente en la encrucijada
Luis González de Alba, reclamo contra Poniatowska y cruzada contra acólitos antisistema
El repentino suicidio del escritor, periodista, divulgador de la ciencia y activista mexicano, Luis González de Alba, de 72 años –dirigente de la rebelión estudiantil de 1968–, resonó como un mazazo en el corazón de quienes lo admiraban, sobre todo, por su valentía y su espíritu iconoclasta, que lo llevó a denunciar la hipocresía de la falsamente llamada izquierda, fundamentalmente de los acólitos de los movimientos antisistema.
González de Alba estuvo dos años recluido en un calabozo en Lecumberri, hoy sede del Archivo General de la Nación, donde escribió su primer libro con experiencias de sus compañeros de lucha, Los días y los años, de los cuales Elena Poniatowska reprodujo ideas y más de medio centenar de párrafos en “La noche de Tlatelolco”, reclamo que siempre sostuvo el recordado intelectual.
“Elena se negó a corregir y la demandé. No por plagio, pues le había permitido usar el manuscrito de mi crónica que ella sacó de Lecumberri, sino por alteración del contenido. Un tribunal me dio la razón…” Manifestó en una de sus colaboraciones publicadas en el diario Milenio.
En esa oportunidad González de Alba le dio una lección a la Premio Miguel de Cervantes 2013, por su evidente pobreza ética y moral. Cito:
“En la FIL de Guadalajara (2013) Elena Poniatowska me volvió a hacer en público la pregunta que le he respondido cien veces. Me obliga, con disgusto, a la ciento uno: ¿Por qué me tardé 25 años en pedirle que corrigiera sus errores, de leves a garrafales, en su clásico que la llevó a la fama: La noche de Tlatelolco? Respondí en Nexos al mes de que, en esa revista, en octubre de 1997, enumeré las 60 correcciones que debía hacer en la siguiente reimpresión de su libro. Repito: “Porque fue necesario, Elena, que te me derrumbaras”.
“Al regresar a México luego de salir de la cárcel y de un año de exilio en Chile, fui muy amigo de Elena.
“¿Qué me ocurrió? Se me salió. Poco a poco me resultó evidente su infantilización de cuanto tocara. Cuando publicó su canto erótico al Güero Medrano, escuché de mi gran amigo Pablo Pascual, con horror de creyente ante la negación del milagro del Tepeyac: “Tu amiga Elena es una pendeja…”. Lo decía porque volvía héroe al tipo que nos había sentenciado a muerte a todos los no guerrilleros, los que fundamos el STUNAM, el PSUM y luego el PMS y el PRD.
“En 26 años fui pasando de un complaciente: Ay, Elenita, a un: Ay, Elena, y un: ¡Carajo, Elena!; dejé de leer sus opiniones, dirigidas a obtener el aplauso de la gayola desechando toda complejidad”, apuntó González de Alba.
Este hecho, seguramente no llevará a la escritora –poseedora de más de 15 doctorados nacionales e internacionales–, a devolver sus títulos honorarios ni tampoco a reintegrar el monto de los suculentos galardones que se le han otorgado por sus trabajos.
Y como en nuestro país la única moral que cuenta es la moral de los “progres”, tampoco veremos a los rabiosos “abajofirmantes”, “periodistas”, y marchistas de toda laya, exigir que las instituciones académicas y literarias le retiren sus distinciones a la señora Poniatowska, como enfermiza y desmesuradamente le han exigido a la Universidad Panamericana y a la propia UNAM, le retire su título al presidente Enrique Peña Nieto, por un supuesto plagio armado desde las mismas entrañas de una militante con opción a micrófono e Internet, como lo es Carmen Aristegui.
El historiador Héctor Aguilar Camín definió a González de Alba como uno de los hombres más libres de México y dijo que al decidir poner fin a su vida, cometió “el acto último de su salvaje libertad.
“Murió como vivió: como le dio la gana, ejerciendo sin límites su autonomía y su libertad, siempre su libertad, tanto en el ámbito público como en el privado”, afirmó.
“No estoy triste pero estoy de luto. No creo estar frente a una desventura personal, sino frente a una muerte elegida, que fue para su autor una liberación, el último acto de una vida salvajemente dedicada a ser libre”, dijo Aguilar Camín.
González de Alba eligió para quitarse la vida precisamente el 2 de octubre, fecha conmemorativa del Movimiento estudiantil de Tlatelolco, de la que fue testigo en 1968, en víspera de los Juegos Olímpicos.
Se ha dicho que parecía haber planeado hasta el último instante su muerte. Que en las últimas semanas se le había visto muy atareado gestionando la publicación de dos de sus libros con la editorial Cal y Arena, una donde hace una nueva revisión sobre los hechos del 68 y una colección de artículos de divulgación científica.
El Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses confirmó que se quitó la vida con una pistola calibre 22 y que su cuerpo fue localizado por personas cercanas que pidieron el apoyo a la policía de Guadalajara, donde vivía.
Detenido en Tlatelolco el 2 de octubre, fue llevado al penal de Lecumberri, como muchos de sus compañeros, aunque no a la famosa crujía “J” a donde confinaban a los homosexuales.
Nació en Charca, San Luis Potosí, pero creció en Guadalajara y se trasladó a la ciudad de México a estudiar Psicología en la UNAM.
Otras de sus obras fueron El vino de los bravos, El sueño y la vigilia, Las mentiras de mis maestros, El burro de Sancho, La orientación sexual, La ciencia, la calle y otras mentiras y Niño o niña.
Critica doble moral de defensores de Ayotzinapa
Asumido abiertamente como homosexual, cuando hacerlo era motivo de vergüenza para muchos, también sobresalió por sus duras críticas contra los protagonistas de los movimientos actuales sobre la desaparición de los 43 estudiantes en septiembre pasado, a quienes criticaba por su “doble moral”.
Inclusive siempre terminaba su columna en Milenio Diario pidiendo que le fuera concedida la medalla Belisario Domínguez a Gonzalo Rivas, quien perdió la vida cuando cerró las válvulas de la gasolinería Eva, cuando se corría el riesgo de que estallara el tanque de almacenamiento y matara a numerosas personas, luego que una de las bombas fue incendiada por simpatizantes de la disidencia magisterial de Guerrero en Chilpancingo.
Gonzalo Rivas realizaba trabajos de computación, su especialidad, en esa distribuidora de combustible y su futuro se vio truncando al morir heroicamente el 12 de diciembre de 2011, escribió González de Alba.
El ex activista del 68 lo calificó como “un mexicano valeroso que salvó centenares de vidas”, pero cuya existencia fue ignorada por quienes sólo buscan su beneficio personal mediante sus marchas y bloqueos de carreteras.
Para demostrar que su campaña iba en serio, publicó un formato para solicitar la presea en su blog de la revista Nexos, bajo el título “La Belisario Domínguez para un héroe humilde”.
“No viene al caso detallar los motivos del incendio ni deslindar responsabilidades, porque el acto heroico del trabajador Gonzalo Rivas es el mismo: mientras otros empleados ponían a salvo sus vidas, en riesgo por la explosión de los tanques subterráneos de esa gasolinera y la de enfrente, Gonzalo no dudó en apagar el fuego. Y lo consiguió”, señalaba. El joven agonizó por tres semanas en el Hospital de Traumatología y Ortopedia Lomas Verdes”, explicó.
“Una explosión de esa magnitud habría lanzado por los aires la carpeta asfáltica, las casetas de cobro, autobuses llenos de pasajeros y decenas de coches particulares detenidos por el cierre de la caseta”, contaba González de Alba.
Era un hombre comprometido con las buenas causas, no las de la izquierda ni las de la derecha ni las del centro, sino las de personas bien nacidas, las de quienes realmente quieren que en México sea desterrada para siempre la corrupción y la desigualdad, la antidemocracia y el abuso de poder.
Con motivo de la muerte del abad emérito de la Basílica de Guadalupe, Guillermo Schulenburg, tuve oportunidad de charlar con él por más de hora y media. La conversación, que aún conservo grabada, fue un retrato muy personal sobre la partida del polémico eclesiástico.
Con Schulenburg, González de Alba sostuvo también largos diálogos telefónicos, cuando él todavía se hallaba a cargo del mayor santuario de América. Versaban, sobre todo, en torno a la teoría antiaparicionista que ambos compartían.
“Al Abad le había tomado cariño a la distancia, porque nunca llegué a hablar personalmente con él, ya que radico en Guadalajara, pero tenía un trato muy cálido” -me dijo en esa ocasión.
“Schulenburg fue un hombre muy religioso, creyente profundo e informado sobre la Virgen, pero con todas las reservas de un hombre muy inteligente, que no puede desechar simplemente como si fueran basura, testimonios como el de Juan de Zumárraga, quien fue el obispo de México durante la época en que supuestamente tuvieron lugar las apariciones.
Me relató que después de que en La Jornada escribió un artículo sobre el tema, Schulenburg le llamó. “Creí que hablaba para regañarme. Mi sorpresa fue que lo hizo para pasarme una bibliografía antiaparicionista”, dijo divertido al recordar esa anécdota.
En su primera charla le recomendó leer el libro de los investigadores Philip Callahan y Jody B. Smith La Tilma de Juan Diego ¿técnica o milagro?, quienes en 1979 estudiaron a fondo la imagen, mediante rayos infrarrojos.
En ese análisis se definen algunos de los materiales con los que está fabricado el lienzo y las imágenes que fueron añadidas en distintos siglos. Otro de los libros que le recomendó leer fue el del historiador inglés David A. Brading, La Virgen de Guadalupe, imagen y tradición.
Me dijo que Schulenburg, siendo tan inteligente, no pudo dejar de lado muchas pruebas sobre la inexistencia de Juan Diego y del famoso milagro del Tepeyac.
Sus largas charlas vía telefónica siempre fueron a iniciativa del abad, pues González de Alba, pocas veces se atrevía a llamarle.
“A veces yo tenía ganas de hablarle, pero me daba un poco de temor, porque era él un hombre importante, ya mayor, con muchas ocupaciones, sobre todo tras el escándalo donde puso en duda la existencia de Juan Diego. ¿Cuántas veces me llamó? Fueron muchas. Tuvimos pláticas tan largas como él quiso”, recordaba.
Entre otros temas que abordaba “en estas conversaciones telefónicas, siempre salpicadas de humor y no exentas de ironía, figuraban los cambios que experimentó la imagen de la Virgen, por ejemplo cuando se le retiró la corona de piquitos, que no se ve a simple vista, pero que aparece en las fotos infrarrojas de Callahan y Smith.
“A finales del siglo XIX, cuando se pidió permiso al Vaticano para coronarla, éste respondió que no lo aceptaba porque ya la había coronado el cielo. Pero ya la habían pintado sobre la imagen. Entonces se decidió desaparecer la corona y convocar a testigos que juraron ante un notario que la Virgen nunca había tenido corona.
Ambos también recordaban que el obispo Juan de Zumárraga, supuestamente contemporáneo de Juan Diego, solía decir: No pidáis milagros para que no quedéis como Herodes, y argumentaba que éstos ya no ocurrían, porque el redentor del mundo piensa que estando nuestra santa fe tan bien asentada en milagros del antiguo y nuevo testamento, ya no son menester.
Ambos estaban de acuerdo –me dijo González de Alba- en que “siendo Zumárraga tan epistolar y obsesivo para dejar asentados los detalles de sus actividades diarias, el 12 de diciembre de 1536, cuando se produjeron las apariciones, no anotó nada en su diario. Ni una sola palabra donde dijera que hubiera sido testigo de algo tan maravilloso.
“Lo que más me gusta de toda esta historia, es la hipótesis -perfectamente razonable y sensata-, de Fray Servando Teresa de Mier, quien en 1795, durante un sermón a la Virgen, se refirió a que en un festejo organizado ante el propio Juan de Zumárraga, se realizó un auto sacramental (obra de teatro religiosa) donde se escenificó el milagro español, que es casi idéntico al mexicano. No se habla de un indio, sino de un pastorcillo, y no ocurre en el Tepeyac, sino en Extremadura”.
“La Virgen no plasma su imagen en una tilma sino le pide al pastor que comunique a los sacerdotes su deseo de que le edifiquen un templo y como prueba les pide excavar bajo unas piedras, donde se halla una imagen casi carbonizada -lo que hace que sea morena-, aparentemente oculta para resguardarla de la invasión de los moros”, me comentó González de Alba.
Fiel a sus convicciones, sin desviarse ni un ápice de sus compromisos fue un personaje obstinado, incomprendido, quizá atormentado, pero siempre fiel a sus convicciones; un intelectual de una sola pieza, un homosexual respetable y un hombre de los que cada día le hacen más falta a México. Descanse en paz.
Granos de café
Aunque lamentable, hubo que esperar a que las fuerzas armadas sufrieran en carne propia la violencia extrema que ejerce el crimen organizado sobre la sociedad mexicana, para responder -con la energía que le da la fuerza del Estado-, al ataque criminal que narcotraficantes lanzaron contra un convoy militar en Badiraguato, Sinaloa, en el que cinco soldados murieron y 10 más resultaron heridos.
Y decíamos que es lamentable porque, como lo asegurara el propio secretario de la Defensa Nacional, general Salvador Cienfuegos, finalmente se trata de ciudadanos mexicanos vestidos con uniforme militar que dejan en la orfandad a sus hijos y enlutan a sus familias.
El ataque que se atribuyó al Cartel de Sinaloa, provocó la ira de las fuerzas armadas y de entrada 100 elementos de las fuerzas especiales fueron ya desplegados a esa entidad para ubicar y capturar a los narcotraficantes autores del ataque al convoy del ejército.
Aunque no ha trascendido el resultado de las pesquisas de los elementos de las fuerzas especiales desplazados a la zona donde ocurrió la emboscada, la instrucción del general Cienfuegos y del propio presidente Enrique Peña Nieto -en su carácter de jefe supremo de las fuerzas armadas-, es ir con todo contra el crimen organizado, lo que a gritos pide la sociedad mexicana, cansada de tanta violencia e impunidad y siempre indefensa por la perversión que se ha hecho de los derechos humanos, que protegen contra viento y marea a criminales sanguinarios capaces de asesinar a su propia madre.
Por lo que se sabe del ataque, se acredita que Alfredo e Iván Archivaldo Guzmán, hijos de El Chapo fueron quienes organizaron la emboscada contra la patrulla militar.
Como sea, el ataque despertó la indignación social y el pundonor de las fuerzas armadas que tienen, por fin, la orden de responder con la misma fuerza de fuego y más, a los criminales sean comunes u organizados, narcotraficantes o violadores, asesinos o secuestradores, cualquiera que sea su naturaleza.
Si bien desplegar a 100 elementos de las fuerzas especiales en un territorio tan complicado como Sinaloa, se nos antoja insuficiente, lo relevante es que la instrucción está dada y denota que se tocó la fibra más íntima del honor militar y esto ciertamente va más allá de la perorata de los “defensores” de los derechos humanos. Es una exigencia nacional combatir con todo a los criminales…Sus comentarios envíelos al correo [email protected]