Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
Día de Muertos
Cuenta Eulalio Ferrer que una costumbre de origen griego que ha tenido gran arraigo en el pensamiento occidental es la que consiste en registrar las últimas palabras pronunciadas por un moribundo, tradición fúnebre –nos dice—que en realidad se repite en todas las civilizaciones. Y a propósito de que en México estamos de fiesta por el Día de Muertos, vale la pena recordar algunas de ellas y a los personajes que las expresaron:
Empezamos con Jesucristo, fundador del cristianismo, que expresó: ¡Dios mío¡ ¿Por qué me has abandonado? En tus manos encomiendo mi espíritu. Mahoma, fundador del Islam: ¡Alá, ayúdame en mi agonía¡ ¡Alá, concédeme el perdón y reúneme con mis amigos allá arriba! ¿La eternidad es el paraíso?
Winston Churchill, primer ministro británico: Estoy listo para encontrarme con mi creador. Si mi creador está preparado para el suplicio de encontrarse conmigo es otro asunto; Luis XIV, Rey de Francia: ¿Por qué lloráis? ¿Pensaban que era inmortal?; Moctezuma II, último emperador azteca: Por todas mis desgracias, Malinche, no te tengo ninguna mala voluntad; Nerón, emperador romano: ¿Qué artista va a perder el mundo; Ernesto Ché Guevara, revolucionario argentino: Serénese y apunte bien. ¡Va usted a matar un hombre!; Pierre Gassendi, filósofo francés: Nací sin saber por qué. He vivido sin saber cómo. Y muero sin saber cómo ni por qué; Nicolás Maquiavelo, teórico político: Deseo ir al infierno y no al cielo. En el primer lugar disfrutaré la compañía de papas, reyes y príncipes, mientras que en el segundo se encuentran sólo pordioseros, monjes y apóstoles; Voltaire, escritor y filósofo francés, dijo al sacerdote que esperaba de él una conversión en su lecho de muerte: ¡En el nombre de Dios, déjeme morir en paz! Y al mirar la lámpara que destellaba a su lado, murmuró: ¿Las llamas tan pronto?; Leonardo Da Vinci, pintor, escultor e inventor italiano: He ofendido a Dios y a la humanidad, porque mi trabajo no alcanzó la calidad que debió haber tenido.
En su investigación sobre El Lenguaje de la inmortalidad. Pompas fúnebres, Eulalio Ferrer –comunicólogo y publicista español— ofrece también una antología de epitafios célebres y curiosos, entre los que destacan los siguientes:
“Aquí yace Richeliu, el Gran Cardenal, en su vida hizo el bien e hizo el mal. El mal que hizo, lo hizo bien, y el bien que hizo, lo hizo mal”; Truman Capote lamenta profundamente su desaparición física. En la eternidad todo es lo mismo”; “Yo nací un día que Dios estaba enfermo”, dice la lápida del escritor peruano César Vallejo; “Abelardo López de Ayala, que padecía una afección bronquial crónica, ya no tose”; “Por fin dejó de fumar”; “Te dije que estaba enfermo”, se puede leer en un cementerio de Vermont; “aquí yace un honesto abogado. Lo que es extraño”, dice otro epitafio en un panteón londinense.
En la cripta del periodista José Alvarado, que se encuentra en el panteón de Dolores: “Bella dama que cruzas por mi tumba, Perdonand no descubrirme Pues la piedra pesa mucho En la tierra sigo firme Y si salgo me orina un chucho”. En el mismo cementerio: “Aquí yaces y haces bien, tu descansas y yo también”. También: “No se pulque a nadie de mi muerte”. En el de Tláhuac: “En recuerdo de mi querida nieta que falleció a los 88 años. Su inconsolable abuelito llora su desaparición”. En la lápida de José Alfredo Jiménez: “La vida no vale nada”. Entre los anunciados, pero nunca utilizados, destacan: “Parece que se ha muerto, pero (no) es seguro”, de Mario Moreno Cantinflas. “De vuelta a las películas mudas”, de Clark Gable; “Perdónenme por no levantarme”, de Ernst Hemingway.
Otras frases y pensamientos fúnebres utilizados en el mencionado estudio son: ¿Quieres que se hable bien de ti? Hazte el muerto, de Alfredo Bougeard; No es cierto que venimos a vivir sobre la tierra: Sólo venimos a soñar”, de Coyolchihuiqui; La muerte es un sueño eterno, de Joseph Fouché; La meta de toda vida es la muerte, de Sigmund Freud; A los viejos habría que enseñarles que la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido, Gabriel García Márquez.
Para Oscar Wilde habrá que tenerle más miedo a la vejez que a la muerte, pues el drama de la vejez no es ser viejo, sino haber sido joven. En cambio, Carl Sagan dijo que “Me gustaría creer que cuando muera seguiré viviendo, sintiendo y recordando” D. Saavedra Fajardo: “No sé cuál es más feliz hora, o aquella en que se abren los ojos al día de la vida o ésta en que se cierran a la noche de la muerte”. Lo mejor, dice otro autor, es aprovechar el intervalo que existe entre los dos hechos. A final de cuentas la vida siempre nos abandona.
DESDE EL CENTRO
Angustia el cierre de las campañas electorales en Estados Unidos por la pérdida de casi 12 puntos de ventaja que llevaba Hillary Clinton sobre Donald Trump… Aunque Mancera diga lo contrario, la inseguridad va a la alza en gran parte de la Ciudad de México, en la delegación Tlalpan, por ejemplo, los colonos de las partes altas se turnan para hacer guardias de vigilancia armados con lo que pueden. Cuentan también que el principal asaltante se llama Comisión Federal de Electricidad que ha nivelado los recibos de luz a tres mil pesos por lo menos, cuando hay lugares en donde sólo se usa el radio y unos focos.