Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Fantasmas
¿Vida después de la muerte?
Esta pregunta se la ha hecho el ser humano desde que tuvo consciencia –a diferencia del reino animal- de que su vida tendría un final. La mayoría desearíamos prolongar nuestra existencia más allá de la muerte.
Los fantasmas son parte de esa prolongación de la vida, seres etéreos que se desprenden de un cuerpo que existe en la tercera dimensión para pasar a otra y que, de vez en vez, se hacen “presentes” mediante manifestaciones fuera de lo común.
La primera manifestación que tuve sobre la presencia de estos fantasmas fue cuando observé cómo varios libros caían, sin causa aparente, de uno de los estantes de mi biblioteca. Minutos después, llegó la noticia de la muerte de la abuela.
La televisión –recién comprada- se apagó de repente. Al control le apreté las teclas; los botones de encendido del aparato y del regulador de voltaje fueron movidos nerviosamente, sin resultados. Instantes más tarde sonó el teléfono y, luego, la noticia desde Saltillo: el fallecimiento de mi padre.
Cuántas veces, mientras se piensa en una persona ya fallecida, se siente una ligera presión sobre el hombro, como la mano de alguien que avisara: Aquí estoy
San Compadre asegura que los fantasmas son espíritus que quedan atrapados entre este mundo y el cosmos; muchos de ellos convertidos en “ángeles protectores” y otros penando por obras que dejaron inconclusas. Ninguno de esos espíritus va al cielo o al infierno, sencillamente, están presentes aquí mismo, en una dimensión desconocida.
En las costumbres cristianas se decía que los criminales enterrados sin los símbolos sagrados vagaban por el espacio buscando su descanso y perdón.
En los hospitales de campaña, durante las guerras, o en los actuales de emergencia, es común la presencia de esos fantasmas que vagan en busca de un lugar de reposo.
Tuve un accidente con quemaduras graves y fui hospitalizado de emergencia. De vez en vez, veía o imaginaba que algo se movía a mi alrededor. En mi cama, sentía que alguien se sentaba a mi lado. Me pregunté si no serían signos de que se acercaba mi muerte.
Pienso –me platica Ana, que ha sido enfermera toda su vida- que muchas personas mueren en el hospital donde ha prestado sus servicios por décadas y ni se dan cuenta. Su ‘espíritu’, ‘alma’ o como se llame, comienza a vagar buscando a su familia, su casa, sus seres queridos, ¿qué sé yo lo que busquen? Añade.
Es frecuente –dice- que las enfermeras de trauma se lleven a su casa a alguno de ellos. Tal vez -dijo- el vestido blanco les atraiga y ‘piensen’ que podemos reunirlos con su familia o a encontrar su casa. De pronto, una sombra pasaba por el pasillo o por la cocina, y la familia, acostumbrada a estos hechos, sólo nos mirábamos los unos a los otros, y los chicos expresaban: ¡Mamá, ya trajiste a otro invitado!
Me ha platicado que, en ocasiones, desde la jefatura de enfermeras, saliendo a la medianoche para hacer su rondín por los pabellones del hospital se podían apreciar a muchas, muchas personas vestidas de blanco, “flotando”, con sus rostros difusos, preocupados, buscando algo o a alguien. Brillaban y daba ternura sentir su tristeza sabiendo que vagarían así sin encontrar a un conocido que les diera el adiós. Tal vez esperaban que se les dijera la verdad, “vete, tú ya estás muerto”. Varias de las enfermeras sabían de estos fantasmas en los pasillos del hospital, pero la mayoría se reservaba el comentario sobre sus visiones. Nos toca, a las enfermeras, ver cómo una nubecita sale del cuerpo cuando muere el paciente.
Los fantasmas “habitan” no sólo en casas antiguas sino también en pueblos como Real del Catorce, en el estado de San Luís Potosí.
También, en el espacio sideral aparecen los espectros: corrientes estelares, que no son sino una galaxia enana que colisionó con otra hace millones de años convirtiéndose en un fantasma que sigue apareciendo, aunque ya no exista, en los radiotelescopios. Como el verso de Leopardi: vaghe stelle dell’ orza: “(…) Tal vez esa estrella sin nombre, que he adoptado, sufrió una explosión y desapareció del universo, desintegrada en la nada; pero su luz parpadea esta noche en mi frente y a ella le dirijo mis deseos (…) Esa estrella que ya no existe (ese fantasma) es la que amo y aún me pertenece”.