Abanico
Con el fallecimiento de Fidel Alejandro Castro Ruz, se llega al fin de una era, en la que fue muy destaca la participación de los caudillos revolucionarios del siglo XX. Desde hace algunos años, la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba –algo así como el Congreso de la Unión–, demandó cambios a la dictadura castrista y el mismo papa Juan Pablo II, cuando visitó la isla caribeña dijo “que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo”.
Fidel Alejandro Castro Ruz, fue de primer ministro de 1959 a 1976 y presidente de 1976 a 2008. También fue Comandante en jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias desde 1956 hasta 2008 y mantuvo el poder como primer secretario del Partido Comunista de Cuba desde 1965 hasta 2011, cuando definitivamente dejó su puesto como líder de su país y transfirió todos los poderes de la nación a su hermano Raúl. Fue, sin lugar a dudas, un hombre polémico y controversial. Algunos lo llaman “El último de los mohicanos”, en referencia a la novela histórica del autor estadounidense James Fenimore Cooper, publicada por vez primera en febrero de 1826.
(La historia se desarrolla en el año 1757, durante la guerra franco india –la guerra de los Siete Años–, cuando Francia y Gran Bretaña combatieron por el control de las colonias de Norteamérica. Durante esta guerra, los franceses recabaron la ayuda de tribus nativas americanas para luchar contra los más numerosos colonos británicos en esta región. James Fenimore Cooper denominó a uno de sus principales personajes Uncas, conocido también como sachem (un jefe principal) mohicano, que en principio fue aliado de los franceses, reculó apoyó a los ingleses y falleció condenando a su tribu a sobrevivir con una serie de adversidades.
Castro Ruz, hombre sin duda culto y muy inteligente, sobrevivió a más de 500 atentados internos y externos y con su muerte se cierra un ciclo para los dictadores Latinoamericanos y Centroamericanos, que seguían recibiendo su apoyo, pues Raúl Castro, en el 2018 dejará el poder y vendrá una nueva generación de dirigentes cubanos que tendrán que analizar qué es lo que más le conviene a una población cubana de 11 millones de habitantes, además de otros 6 millones más que viven fuera de la isla, principalmente en Estados Unidos.
Durante la segunda mitad del pasado siglo, muchos economistas e historiadores, muy apegados a las ideas marxistas, sostenían que el proteccionismo era la solución para los problemas que padecían las economías de la región. Había que limitar las relaciones comerciales con los países industrializados, pues ello propiciaba el denominado «intercambio desigual». Es decir, que América Latina ofertaba a bajos precios sus materias primas, y recibía productos manufacturados de mayor valor.
La práctica económica internacional, la apertura de las fronteras y el uso de las nuevas tecnologías, motivaron sin embargo, ir poco a poco modificando esa concepción. Desde la década de los noventas el comercio cambió para bien y la creciente demanda de nuestros productos primarios por parte de las economías desarrolladas provocó un alza en los precios de las materias primas, y así asistimos al boom de las exportaciones latinoamericanas, con la consiguiente obtención de altos índices de crecimiento económico para buena parte de las naciones del área.
En ese contexto se inscriben los tratados de libre comercio que muchos países latinoamericanos han firmado —o se hallan en vías de concreción— con Estados Unidos y la Unión Europea. Las poderosas economías acceden a recibir preferencialmente determinados rubros exportables del sur latinoamericano, y estos últimos abren también sus economías para que penetren las manufacturas y bienes de consumo.
A pesar de estas evidencias, los gobernantes cubanos persistieron en llevar a cabo una política diferente. Porque más allá de consideraciones coyunturales relacionadas con la escasez de moneda o el diferendo con Estados Unidos, la consigna castrista de «sustituir importaciones» parece ser la opción estratégica de un gobierno que intentó, sin éxito, desconocer los beneficios del libre comercio.
Ahora, Cuba deberá de basar su actividad económica en tratados de libre comercio, parecidos a los que hoy mantienen otras naciones de la región. Nuestro país podría cifrar sus esperanzas de ingresos en un muy amplio abanico de renglones exportables, entre ellos el turismo, el níquel, el azúcar, los petroquímicos, los productos farmacéuticos, los alimentos, los productos del mar y cárnicos. Esos ingresos coadyuvarían a abrir la economía para importar todo aquello que no somos capaces de producir con eficiencia.
Por otra parte, desde hace dos semanas hemos insistido en que en las redes sociales los mexicanos han expresado su malestar por los graves actos de corrupción en la clase política. Lo que piden es que, más que la cárcel –situación que sin duda exigen–, es que los políticos corruptos como Javier Duarte, Horacio Duarte, Guillermo Padrés Elías y los que siguen, se les expropien sus propiedades, cuentas bancarias, empresas, negocios y todo lo inherente a lo robado proveniente de los recursos públicos. Y que todos esos recursos vayan a un fondo para que sean canalizados a las pensiones y al sector salud. Hasta vamos bien.
Pero ¿qué ha pasado con todos los recursos financieros, dinero en pesos mexicanos y divisas, bienes inmuebles y muebles, joyas, animales, etc., que les han sido confiscados a los narcotraficantes?…pues no tenemos mucha claridad qué es lo que hace el Servicio de Administración y Enajenación de Bienes (SAE) con todos esos bienes y a dónde van los recursos obtenidos en subastas.
Ahora la PGR nos dice que logró recuperar 421 millones de lo que Duarte y su cofradía se robaron. Está bien, pero falta mucho, pero mucho más.