UNAM, universidad 54 para Interdisciplinary Science Rankings
CIUDAD DE MÉXICO, 8 de diciembre de 2016.- William Jenkins fue a mediados del siglo XX el hombre más rico en México. De nacionalidad estadounidense, lo hizo a través de la compra y explotación de ingenios azucareros, con la posesión de cadenas de cine, con las ganancias de préstamos a otros empresarios y también con la ayuda de políticos como Maximino y Manuel Ávila Camacho, a quienes apoyó en sus campañas políticas para gobernador de Puebla y presidente de México, respectivamente, y quienes a cambio le dieron trato privilegiado para sus negocios en la entidad.
Jenkins se enriqueció gracias en parte a través del “capitalismo de cuates”, define a Quadratín México el investigador inglés Andrew Paxman en su más reciente obra, En busca del señor Jenkins, dinero, poder y gringofobia en México, editado por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y Editorial Debate.
Cuestionado en entrevista sobre si dicho capitalismo de cuates aún perdura en México, Paxman –coautor, junto con Claudia Fernández de El Tigre, la biografía no autorizada de Emilio Azcárraga Milmo– no duda su respuesta.
“Lo que vemos entre Jenkins y Ávila Camacho lo hemos visto en épocas recientes por ejemplo entre [Enrique] Peña Nieto y Grupo Higa; de nuevo estamos hablando de una relación de capitalismo de cuates, favoritismo hacia ciertos miembros de la élite empresarial a cambio de ciertos favores. Ya sabemos lo de la Casa Blanca. Lo que no sabemos tanto es qué tantas o cuántas aportaciones financieras hicieron los de Grupo Higa a las campañas de 2005 en el estado de México y la del 2012”, inquiere.
“Yo sospecho que se hicieron fuertes donativos. Yo espero que este libro pueda dar sustento a lo que nosotros en México hemos imaginado, lo de la relación muy cercana entre las élites políticas y las empresariales, es una cosa bien sabida, es una presunción de una complicidad”, explica.
La relación entre el poder y Jenkins fue tal, que el estadounidense –quien nunca se nacionalizó– intervino en política, sin que se le aplicara el temido artículo 33 constitucional, que impedía a extranjeros intervenir en política nacional.
Con su obra en la mano, Paxman comparte la aspiración que tiene con su obra, que le llevó más de 10 años hacer:
“Lo que espero es que este libro anime tanto a historiadores como periodistas a investigar más estas relaciones tan cómodas y cercanas entre las grandes élites en México. Es una llamada a la transparencia”.
Gringofobia a la mexicana
Paxman relata en su libro la llegada de Jenkins en plena Revolución mexicana, su secuestro y el posterior enriquecimiento del estadounidense que había llegado al país sin dinero.
Describe cómo con ayuda de políticos priístas construyó un monopolio azucarero en Puebla, y analiza el papel del millonario en la industria cinematográfica de entonces durante la llamada Época de Oro del cine nacional; también expone la vertiente filantrópica de Jenkins –que en Puebla era llamado don Guillermo– gracias a la cual se construyeron distintas escuelas y hospitales y la cual perduró después de su muerte a través de la fundación que él creó, y que fue manejada por Manuel Espinosa Yglesias, quien se convertiría a la postre dueño de Bancomer.
Dichos fondos tenían el objetivo de ser usados en obras sociales y Espinosa Yglesias priorizó la educación, por lo que fueron donados a instituciones como las universidades Iberoamericana y Anáhuac –fundada por Marcial Maciel– las cuales despegaron en su crecimiento y se convirtieron en un baluarte educativo de la derecha ante las tendencias comunistas de otras escuelas del mismo nivel.
El investigador también hace un análisis sobre la gringofobia mexicana, aquella que ve a los gringos como encarnación de las peores personas, que los pinta como explotadores insaciables del capital mexicano y a quienes distintos actores los culpan de la tragedia nacional, pero que en el caso de Jenkins la obra muestra que el estadounidense compartió prácticas empresariales de sus pares mexicanos, aunque por su condición de extranjero recibió más críticas resentidas por ello.
Paxman considera que la gringofobia está latente y ante el discurso antimexicano de Donald Trump, puede ser usada en 2018 por algún candidato, para culpar a Estados Unidos y lo que suene a gringo, de lo que ocurra en México.
“Lo que puede suceder ahora que Trump esté en la Casa Blanca y que ya está manejando una retórica mexicofóbica es que algún político mexicano en la contienda emplee un lenguaje parecido, nacionalista, gringófobo para convencer a la gente que no debemos permitir a los norteamericanos invertir en petróleo u otras inversiones o poner aranceles de importaciones de Estados Unidos para proteger empleos y hay riesgo de que surja una guerra retórica que no convenga y haya recesión”, advierte.
Reconoce que el peligro de Trump es real, pero también el de la gringofobia, como la que llevó a crear leyendas negras sobre Jenkins, y que podría llevar a pensar que todos los gringos son racistas como Trump, cuando sólo votaron por él 20 por ciento del electorado estadounidense, ya que una parte se quedó en casa, otra no votó porque carecía de registro e incluso Hillary Clinton obtuvo más votos.
“Está latente, la gringofobia ha convivido con la gringofilia en México, con algunos presidentes, por ejemplo con Álvaro Obregón y más recientemente con Carlos Salinas”, concluye.