Corrupción: un país de cínicos
Redes sociales a debate
De pronto como que a las redes sociales, en México, se les achaca la culpa de la exaltación que se ha vivido aquí en los días recientes. O, ya matizando, se dice que estas redes sirven tanto para un roto como para un descosido, porque a lo largo de semanas han estado ahí, como hilo conductor de lo que se sabe o lo que se supone, todo depende.
Es cierto que en materia de comunicación, las redes sociales son lo más democrático que hay en este momento. A ellas acuden los que quiere decir algo o quienes quieren saber o entrar en contacto con gente que conoce o con quienes –quizá- nunca conocerá personalmente. Es así.
Tanto Twitter como Facebook o Instagram, por ejemplo, son el espacio mundial en el que se expresan inquietudes o pesares, verdades o mentiras, inspiraciones o decepciones: todo ahí, construido por seres humanos, por lo que no son las redes las culpables de lo que se diga o no, sí quienes ahí acuden.
Pero esto que surgió para interconectar a personas cercanas o lejanas, ha servido, también, para exponer asuntos de trascendencia política o de gobierno.
Por ejemplo, los atentados del 11 de marzo de 2004 en España, que fueron una serie de ataques terroristas en cuatro trenes de la red de cercanías de Madrid y llevados a cabo por una célula terrorista de tipo yihadista según confirmaron luego las autoridades españolas.
Por entonces, el presidente conservador José María Aznar (Partido Popular) quería reelegirse. No obstante al conocerse la tragedia éste quiso atribuir los hechos sangrientos al grupo terrorista español ETA. De inmediato en las redes sociales los españoles comenzaron a contradecirlo y a acusarlo de mentir: “pasa la voz” decían en redes sociales y de inmediato todo el país estaba consciente de la gravedad de la situación y que no era un tema doméstico de terrorismo vasco. Esto le costó la no reelección a Aznar. Ganó José Luis Rodríguez Zapatero, izquierda- PSOE.
Tal fue el peso del uso de las redes sociales en el futuro de un país. Han ocurrido hechos semejantes en otras naciones y cada vez más la gente de gobierno se comunica con la gente a través del espacio cibernético, como es el caso del presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, que utiliza twitter para transmitir sus locuras, maldecir o bendecir.
Pero en lo que respecta a México las semanas recientes hemos sido testigos de lo bueno y lo malo en el uso de las redes sociales.
A partir de que a mediados de diciembre se anunció el incremento en el precio de las gasolinas y la forma en que se hizo, las redes sociales en México estallaron en indignación y en reproche. Ahí se dibujaba el enojo de una población nacional que gritaba un ¡Ya basta! a este tipo de medidas que se habían acumulado a lo largo de años, meses y semanas: si antes se dejaban pasar los frecuentes “gasolinazos” esta vez ya no fue así.
Inmediato surgieron en esas redes convocatorias a organizarse para expresar, mediante marchas y manifestaciones en la calle de diferentes ciudades del país, para exigir que se eliminara este aumento, con reproches directos y acusaciones de incapacidad o de nulidad al presidente mexicano…
Pero de pronto por alguna muy extraña razón comenzó a aparecer mensajes que convocaban a la gente al desorden y al saqueo. Y se ilustraba con imágenes de la toma de tiendas de autoservicio en los que se decía que los manifestantes en contra del “gasolinazo” estaban saqueando tiendas.
Y sí, de forma extrañamente coordinada al mismo tiempo que en las redes había gente que atizaba el desorden, al mismo tiempo ocurría ciertamente ese desorden y el saqueo por parte de gente que al final no tenía la intención de expresarse en contra del “gasolinazo”.
Y hubo confusión porque a través de las mismas redes se decía que en tal o cual lugar habían ocurrido hechos sangrientos, que había muerto gente, que la población estaba aterrorizada y tal y tal… Una cierta forma de pánico social comenzó a surgir y muchos afirmaban –por haberlos leído en redes- que si habían ocurrido tales hechos…
Así que el estruendo del saqueo ocultó la verdadera intención social de expresarse con libertad para rechazar el incremento de precios tanto en la gasolina como lo que se fue acumulando en unos cuantos días: luz, gas, prediales, derechos de tránsito vehicular… re etiquetado en tiendas… precios, en general.
De la indignación por todo esto, se pasó de pronto a la indignación por los abusos y robos que se veían ahí, en las redes. Y de pronto los medios impresos como los electrónicos llevaron el tema a sus espacios con lo que todo terminó en una confusión que sólo favorecía a quienes incrementaron los precios. La tarea de quienes quisieron desvirtuar el mensaje original e indignación y reproche se había consumado.
En todo caso las redes sociales estallaron en esa contradicción. Y se presentó asimismo el uso malévolo que ya se daba antes, pero que esta vez detonó aún más una forma concreta y directa de manipular a la opinión pública que aún sigue indignada por los precios, pero que pasaron a un segundo plano a pesar de ser prioritario.
De ahí que vimos ese fenómeno de transformación y manipuleo. Y de ahí que la lección es y seguirá siendo, la de verificar lo que se pone ahí, como lo que se lee ahí. A diferencia de los medios tradicionales, lo que se ve en redes sociales debe ser checado y verificado por cada uno de quienes ahí se congregan, de otro modo se puede ser víctima de ese manipuleo interesado, como ocurrió en México por estos días.