Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Los rostros de la fortuna
En este instante me siento llena de fortuna. Cierro los ojos y respiro profundamente. Siento la sangre que se a galopa en las venas, se hacen perceptibles los benditos crótalos del corazón. Vivo.
Y en ese vivir descubro que sin importar como vista ahora o la cantidad de mis ingresos tengo cosas valiosas e inestimables: la posibilidad de encontrar personas que aman, el poder de visualizar la esencia perfecta de otros, el don de emocionarme con los sueños de “ellos”, la bendita fortuna de sentir que los logros de cualquiera son míos por el solo hecho de compartir la raza humana.
Si abro las manos sólo tengo este momento. Nada más. Así que le sonrío al espejo y de manera instintiva sonrío a los “desconocidos” de los que soy parte.
Cuando pongo atención en el instante que vivo, sólo en eso, desaparecen mis fantasmas y miedos, dejo de preocuparme por lo que los demás pueden pensar o lo que ocurrirá después. Si sólo me concentro en este momento vivo y puedo decir que soy feliz.
Qué preciosos es liberarse de estigmas y dejar de sentirme culpable por ser feliz. De alguna manera el Viejo Testamento nos induce a ser mártires y sufrientes bajo la sombra de un Dios que castiga y al que se teme.
No. Mi Dios es profundamente humano y bueno. Me entiende tanto o más de lo que me entiendo yo. Por eso perdona, no juzga e incluso solapa. Por eso alienta mi felicidad y realización. Si logro algo sé que es por él y bajo ese permiso extiendo mis alas y vuelo a los mundos que yo quiero, a las realidades que amo y en las que creo.
Hoy me puse a enumerar mis dones. Descubrí que la fortuna tiene muchos rostros. Puedo caminar, sentir el viento sobre la piel, admirar el arte que develan otros, interactuar con personas diferentes, asombrarme y deleitarme con los fragmentos de historias que me comparten otros seres.
Descubro que sonrío muy fácil y los demás me multiplican este gesto que es bendición y que implica “me alegro de compartir esta vida contigo”.
Amo la gente amable y es la única que está en mi mundo, la única que veo y oigo. Amo la gentileza tanto como los gestos de buena voluntad.
Algunos de mis alumnos iniciaron ya una cadena de favores y las experiencias les parecen gratificantes, así que siento que puse una velita en el universo que después se multiplicará más y más.
Ahora que tengo medio siglo de vida es cuando pienso, no lo hice antes, que me gustaría dejar algo bello en este mundo. Así que me pongo a contar mis dones y tramposamente anexo a ellos los de todas las personas que conozco.
Mi fortuna, entonces, tiene la valentía de quien siembra y espera pacientemente los frutos, la osadía del padre que lucha por sus hijos, la inocencia de un niño que cree, la sabiduría de un maestro, la entrega de una madre, la belleza de la luna, el esplendor de los amaneceres, la fe de héroes sin nombre que develan los dones de los otros, la experiencia de mis ancestros y la magia que tú tienes. Si. El rostro de la fortuna es inmenso.