El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
El Arte de tomar decisiones
La toma de decisiones puede considerarse como una actividad de elección de alternativas para la solución de problemas o en conclusión de propósitos específicos. Por lo tanto, es un proceso que puede ser más o menos racional y puede basarse en conocimiento explícito o tácito. Su objeto de estudio involucra desde –una elección trivial como tomar el autobús o conseguir un taxi para llegar a un destino– o tomar una alternativa de varias en un amplio abanico para decidir sobre temas de seguridad nacional. Cualquier «agente» capaz de deliberación y acción, es un potencial tomador de decisiones, es decir, partimos del libre albedrio de los seres humanos.
La toma de decisiones es una habilidad clave en el trabajo y es particularmente importante si quieres ser un líder eficaz. Si estas decidiendo a qué persona a contratar, a qué proveedor utilizar, o qué estrategia seguir, la habilidad de tomar una buena decisión con la información disponible es fundamental.
Sería fácil si hubiese una fórmula que pudiera usarse en cualquier situación, pero no es el caso. Cada decisión presenta sus propios desafíos y se debe tomar en su propio contexto; todos tenemos diferentes formas de resolver los retos. Así que, necesitamos saber cómo evitar tomar decisiones malas y entender que dejar decisiones al azar suele ser aún peor. Para la toma de decisiones adecuadas existen enfoques sistemáticos para que, sin importar el tipo de decisión que tienes que hacer, puedas tomarla con algún grado de confianza de hacerlo correctamente.
Aquí, la pregunta principal es sobre los criterios que deben satisfacer a un agente en cualquier caso genérico. Esto equivale a una necesidad mínima de racionalidad que deje de lado preguntas más importantes sobre los valores apropiados, preferencias y creencias razonables, dada la situación real. En este sentido, la cuestión clave es el tratamiento de la incertidumbre como variable clave en esta tarea. Esencialmente, la teoría ortodoxa de la decisión normativa o teoría de la utilidad esperada dice que, en situaciones de incertidumbre, uno debe preferir la opción con mayor conveniencia o valor, decirlo es fácil, hacerlo realmente involucra experiencia.
El asunto se transforma en un tema de sumo interés cuando lo trasladamos al ámbito de los metasistemas de inteligencia artificial que en el proceso de toma de decisiones se suma a una serie de implicaciones éticas que puede hacer que todo esto nos pueda explotar en las manos. En alguna versión vieja del futuro, cortadoras de césped robot y electrodomésticos nos prometieron más tiempo libre. ¿Qué haremos con este regalo? ¿Mejorar nuestro ambiente? ¿Tejer redes sociales que nos clasifiquen y profundicen las brechas entre los que más recursos concentran y los que menos tienen? Tenemos muchas opciones y los resultados serán nuestro legado.
Ahora nos enfrentamos al espectro de desplazamiento de masas humanas en una economía basada en el consumo debido a “máquinas” automatizadas capaz de tomar sus propias decisiones y que pueden hacer cosas mucho más eficientemente de lo que la gente pudiera. Es aquí donde se nota más la necesidad de una educación pertinente que coloque a estas masas en un nivel de valoración económica mayor que la automatización.
La “era de la información” prometió conectividad global y lo cumplió. Esto ha forjado una enorme distracción hacia una realidad virtual en la que sólo espeluznantes tragedias pueden centrar nuestra atención completa en la “humanidad” que nos define y la sociedad a la que todos pertenecemos.
Ahora miles de imágenes originadas en computadoras colonizan nuestra imaginación. Desgraciadamente muchas de ellas influidas por la violencia real (la destrucción arbitraria de ciudades sirias viene a la mente). Hay incluso evidencia de que videojuegos donde se incluyen estas imágenes pueden alterar la percepción del jugador sobre la aceleración y gravedad de la tierra comprometiendo sus aptitudes para tomar decisiones en un mundo donde se aplican las leyes de la física real. Estas tendencias no auguran nada bueno para algún tipo de “ética” de la inteligencia artificial.
Vivimos momentos surreales que pueden cambiar totalmente la manera en que tomamos decisiones, no necesariamente para bien.