Abanico
Hace prácticamente un año, advertimos en este espacio que el partido de izquierda más grande de la historia político–electoral de México, el PRD, estaba en alto riesgo por su incapacidad de liberarse de una añeja tradición de los partidos nacionales, que son el caudillismo y de la connivencia de corrientes internas que fueron corroyendo la fortaleza de una organización que estuvo muy cerca de ganar la Presidencia de la República (2006).
La corrupción de los gobiernos perredistas, particularmente en tres entidades que por sus características sociales y políticas han sido históricamente la base social de los movimientos populares en nuestro país como son Guerrero, Oaxaca y la Ciudad de México. En las dos primeras, sus gobiernos estatales han pasado a manos del PRI en los comicios recientes y la Ciudad de México, es minoría en su órgano parlamentario (ALDF) y se encuentra en grave riesgo de perder su principal bastión electoral y económico en los comicios de 2018.
La profundización de sus fracturas internas por la infiltración de intereses perversos y la corrupción de sus jefes delegacionales, propició la continua sangría de militantes, dirigentes y miembros históricos del PRD, que lo tiene en una crisis aguda, que podría convertirse en una grave crisis terminal.
Los intentos del fugaz dirigente Agustín Basave de imponer una política de alianzas con el PAN como una estrategia de “supervivencia” del PRD durante los comicios estatales del 2016, no convenció a muchos y no frenó el éxodo de cuadros de la organización. La baja votación y la pérdida del registro estatal en los comicios extraordinarios de Colima en enero de ese año, y la pobre actuación de los comicios estatales de junio, han metido al partido en un tobogán por una obsesiva y compulsiva decisión del actual Jefe de Gobierno de la CDMX de aspirar a la candidatura presidencial del 2018, cuando las preferencias preelectorales lo ubican en un dígito.
La renuncia del secretario de Turismo Miguel Torruco del gobierno capitalino por colaborar con Morena, podría ser la tónica que impere en el último tramo de una administración pública que no ha podido entender que el poder es transitorio y prestado, que perdió una parte importante en el 2015 y que sus aliados panistas en la ALDF, comandados por el impresentable ex delegado panista de Benito Juárez, servirán poco en sus aspiraciones presidenciales.
Por lo pronto la salida reciente de senadores de la fracción perredista como Zoé Robledo y Armando Ríos Piter, con todo y lo polémico de las pretensiones independientes de éste último, de un perredista surgido de las filas de la Secretaria de Hacienda de José Ángel Gurría, está generando mucho ruido al interior de las filas de un partido que se achica cada día.
La respuesta de la dirigencia de Alejandra Barrales al éxodo de militantes ha sido poco menos que primaria, porque en lugar de buscar explicaciones serenas y políticas, se ha circunscrito a tratar de manchar la imagen personal de sus ex compañeros con acusaciones que rayan en la vileza.
Por otra parte, el crecimiento sostenido del partido de Morena y de su dirigente nacional Andrés Manuel López Obrador desde su primera aparición electoral en los comicios de 2015 en la CdMx, lo ubica como la organización partidaria con mayores expectativas de crecimiento con miras a los comicios estatales del 2017, principalmente en el estado de México, y por supuesto al proceso electoral presidencial del 2018. El efecto locomotora que está generando la carrera del dirigente de Morena en el escenario electoral ha propiciado la subida al tren de militantes y de cuadros de otros partidos, sobre todo priistas, que ven un inminente desplome de su partido.
Legisladores y miembros del PRD manifiestan en corto su creencia y deseo de que su partido se sume a una gran alianza nacional de izquierda que le garantice las posibilidades reales de supervivencia y además lograr arribar a la Presidencia de la Republica, con AMLO a la cabeza.