Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
Los privilegios (Uno de dos)
Y no hablamos de gobernadores, legisladores y una que otra amiga o amigo. Nadie, digo, es privilegiado. Sigue la razón.
Los privilegios de que gozan una o varias personas en común son múltiples y variados. Únicamente los puede otorgar el Estado para cumplir con ley.
Y en determinados casos, la Iglesia con anuencia papal, pero afortunadamente sin valor legal en nuestro país gracias a los hombres de la Reforma.
Desde luego que hay múltiples privilegios que se obtienen por medio de la fuerza y el poder, pero a todas luces son ilegales.
Es trascendente considerar desde este inicio una definición para entendernos lo más claramente posible al respecto.
La podríamos exponer desde varios puntos de vista, pero preferiremos la del diccionario y en parte la que dejó para la posteridad el brillante jurista francés Emmanuel-Joseph Sieyès.
Nuestro amigo el doctor Fernando Calderón Ramírez de Aguilar, también nos ilustra:
Un privilegio es la exención de una obligación o una carga, gravamen o norma que una persona con autoridad le concede a otra de forma excepcional.
“Es una dispensa para el que lo obtiene y un desaliento para los demás”.
Esta definición es una gran verdad, una verdad dolorosa, pero que en el ejercicio político se juzga como necesaria e indispensable.
Sobre todo para que el uso de la palabra no cause contratiempos al que la emite durante su ejercicio.
No se necesita ser un experto, afirma don Fernando, para recordar que esta invención de los privilegio, la humanidad hace arbitrariamente y practica desde tiempo inmemorial.
Es una invención muy pobre, que definitivamente trastorna y desordena una sociedad, aunque le de congruencia a ciertas acciones que se realizan dentro de ella.
Sólo sirven de pretexto para darle valides al privilegio.
El estamento elegido siempre para dichos privilegios es la clase alta o la clase dirigente que son las que disponen de mayor riqueza o poder político y que constituyen la élite o aristocracia.
Todos los privilegios tienen por objeto dispensar de la ley o conceder un derecho exclusivo a alguna cosa que generalmente no está prohibida por la ley. Pero constituye el privilegio de estar fuera del derecho común del que no se puede salir.
El objetivo de la ley, sin duda, es impedir que sea vulnerada la libertad o la propiedad de cada uno de nosotros. Las leyes no se hacen por el placer de hacerlas.
Aquellas que tengan por objeto estorbar en forma inoportuna la libertad de los ciudadanos serán contrarias al fin de cualquier sociedad y habrá que abolirlas rápidamente para evitar un conflicto social grave.
Existe un pronunciamiento llamado la ley madre o ley de leyes, misma de la que todas las demás leyes deben derivarse: no le hagas nunca daño a tu prójimo.
Esta es la gran ley natural que el legislador articula cuando la detalla en las diversas aplicaciones que formula para el buen orden de la sociedad y de ella manan todas las leyes positivas.
Las leyes que pueden impedir que se cause daño o perjuicio a los demás son buenas. Las que inmediata o mediatamente no son útiles para este fin son necesariamente malas porque perjudican la libertad y son opuestas a las leyes verdaderamente buenas. Mañana, otro poquito.