Abanico
Antes de aterrizar propiamente en el sentido de este artículo, me gustaría recordar dos hechos históricos, que me ayudarán a darle claridad a algunas ideas que hoy les quiero compartir.
Los años 20 fueron una década de grandes transformaciones y muchas mujeres comenzaron a movilizarse para lograr mayor igualdad social y cívica, lo cual llevó a cambios en la opinión pública sobre el rol de la mujer en la sociedad. Este momento histórico coincidió con el inicio de una agresiva expansión de la industria tabacalera.
En marzo de 1929, un grupo de mujeres se manifestó por las calles de Nueva York en contra de la desigualdad sexual. En sus manos enarbolaban en alto cigarrillos a modo de ‘antorchas de libertad’ como metáfora de la resistencia frente a los tabúes y discriminaciones que sufría la población femenina. Por aquella época, esa práctica no era bien vista en una mujer, el uso femenino de cigarrillos estaba asociado con la decadencia moral y la promiscuidad. Hay quienes dicen que este movimiento fue cuidadosamente financiado y orquestado por la industria tabacalera, principal interesada en la expansión de su mercado. Esto es, propaganda, suspicazmente disfrazada de movimiento social.
Diez años después de campañas publicitarias, las cifras de mujeres que fumaban superaban las del sexo masculino y no únicamente en Estados Unidos, también en países occidentales.
Por la misma época pero del otro lado del mundo, Joseph Goebbels, también organizó un desfile de antorchas, la noche del 30 de enero de 1933 en Berlín, 60 mil hombres marcharon con sus uniformes de la SA y de la SS para celebrar el nombramiento de Hitler como canciller.
Más tarde Hitler ideó la creación de un organismo encargado de la educación y propaganda a gran escala y nombró a Goebbels ministro para la Ilustración Pública y Propaganda.
Sí, un ministerio de propaganda, ¿curioso, no?
La realidad es que el intenso deseo público de tener líderes convincentes, ofrece un terreno fértil para la propaganda. La historia nos muestra cómo fue que, a través de una imagen pública cuidadosamente orquestada del líder del Partido Nazi, Adolfo Hitler, facilitó el rápido ascenso del partido a una posición de ventaja política y, finalmente, al control de la nación por parte de los líderes nazis. La fama de Hitler creció a través de los discursos que pronunciaba en las grandes concentraciones, los desfiles y la radio. Los propagandistas nazis mostraban a su líder como un soldado listo para el combate, como una figura paterna y como un líder mesiánico elegido para rescatar a Alemania.
Las técnicas de propaganda utilizadas por el Partido Nacionalsocialista incluían imágenes fuertes y mensajes simples y ayudaron a impulsar a este Hitler, que de ser un extremista poco conocido, se convirtió en uno de los principales candidatos en las elecciones presidenciales alemanas de 1932. Hitler comprendió el poder de los símbolos, la oratoria y la imagen, y formuló eslóganes para su partido político que eran simples, concretos y conmovedores para llegar a las masas.
El desenlace de la historia ya lo conocemos, y si bien estas estrategias de marketing (porque eso es lo que son) en ambos ejemplos históricos (que por cierto no son coincidencia en la época y están orquestados y asesorados por el mismo par de mentes brillantes expertas en publicidad y propaganda) pueden ser consideradas hoy como abiertamente manipuladoras, y más allá de ello, utilizadas en ambas ocasiones en perjuicio de la humanidad.
Podemos observar que, con el paso del tiempo, estas prácticas no han tenido cambios, sino todo lo contrario. La especialización en el tema de la publicidad y la propaganda nos hace vulnerables ante estrategias bien estudiadas, volviéndonos víctimas de la publicidad y la necesidad de satisfacer nuestros supuestos deseos.
Un cigarrillo no nos volverá más delgados, una Coca Cola no nos hará más felices y un mesías político no es la esperanza de nuestro país.
Basta recordar que el no acatamiento de la ideología nazi significaba disensión en una sociedad donde la crítica abierta al régimen y a sus líderes constituía un motivo de encarcelamiento.
Y con esto, permítanme aterrizar la idea principal de mi artículo y dar contestación a la respuesta en twitter del señor López Obrador, en atención al columnista de El Universal, Francisco Martín Moreno, por su excelentísimo artículo, titulado Por qué no votaré por López Obrador, el cual nos hace un recuento de muchas de las situaciones incómodas para nuestro mesías, y nos refresca la memoria haciendo un listado de las ideologías políticas, económicas y sociales con las que este señor desearía gobernar nuestro país, y las incoherencias y faltas morales en las que ha caído a lo largo de su carrera política.
Entonces me di cuenta de varias cuestiones interesantes, y una es el cambio de discurso, o al menos la intención de mostrarse un poco más abierto en las cuestiones relativas a la iniciativa privada, a la que en otros tiempos, había declarado la guerra. Ahora resulta que, en un intento por captar simpatizantes de otros sectores sociales y de cara a las elecciones, cambia su manera de pensar, adecua su discurso, la manera de comunicarlo, los escenarios y pretende envolvernos con su bandera de ‘honestidad’ y ‘valentía’. Sobra decir que el señor se dio cuenta que no le bastan los votos de los sectores más humildes de quienes se ha aprovechado con un discurso fascista, retrógrada y falto de toda realidad objetiva para cumplir su ambición de poder en un tercer intento en la búsqueda de la silla presidencial. Y me queda claro que la estrategia de sus excelentes (ellos son los buenos, no AMLO) asesores en comunicación al día de hoy va dirigida a empatizar con las clases medias y altas, que fueron los sectores que en menor medida le votaron en las elecciones anteriores. Por ello AMLO prefiere no salir de su zona de confort, dirigiéndose únicamente a los suyos y evitando el intercambio de ideas a través de debates, entrevistas y ruedas de prensa que puedan dejarlo expuesto y sin argumentos.
Por ello es importante comenzar el análisis haciendo una retrospectiva en la historia, viendo el poder que representa una estrategia de comunicación y propaganda bien estructurada, y la importancia de dejar de elegir a nuestros líderes en base a lo bien parecidos que se nos muestren, lo bonito que hablen, o no hablen, al de la mejor publicidad y el cartel más colorido; o, peor aún, juzgando al candidato por cuestiones inherentes a la persona, tales como género, edad, religión, partido al que pertenecen, etcétera.
No hay duda de que en todos los partidos políticos existen militantes valiosos. Tengo el gusto de conocer a hombres y mujeres, jóvenes y personas maduras, que, con su trabajo, engrandecen a sus institutos políticos; y, también muchos otros que, con sus acciones, demeritan el trabajo de estos mismos, y por ello la importancia de regresarle el valor a los líderes como individuos, juzgándolos por lo que son y lo que dicen, pero sobre todo lo por lo que hicieron y lo que ahora hacen; y es precisamente por esto que yo al igual que Francisco Martín Moreno y millones de personas más, tampoco te voy a votar, AMLO.
Y yo tampoco te doy mi voto, porque conozco tu historia y no olvido tu trayectoria llena de irregularidades, corrupción, traiciones e ilegalidades; porque eres un político por demás incongruente e ignorante, que sí, cuando quieres hablas muy ‘bonito’ y ondeas una bandera que muchas veces ha logrado conmoverme, pero que al recordar tus acciones, tu intolerancia, demagogia y sobre todo tu falta de valores, me hace recordar que no debemos olvidar nuestra historia y mucho menos repetirla.
Yo también quiero un cambio para mi país, pero para mí, usted, Andrés Manuel, se encuentra muy lejos de representar el progreso que nuestro México necesita.