El presupuesto es un laberinto
En primera persona
No hay duda de que la vida enseña. Pero pocos aprenden. Le llaman Día Internacional de la Mujer.
Nuestro ferviente, pero humilde homenaje diario a la mujer, a la que vive y muere para quien con amor, da vida. Y la suya, por nosotros.
Sí. Pero, mejor honrarla siempre. Enaltecerla diario. Y respetarla todos los días. Se lo merecen todas ellas.
Y nada mejor para explicarlo, que lo expresado este día por una inteligente y bella estudiante del Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México, María Fernando Guillermo Casas, en una mesa redonda.
Es cierto, todos caminan, pero pocos dejan huella. Nos platica sus vicisitudes, inherentes a toda mujer. Y, en primera persona, nos lo dijo. Aquí, con su anuencia, reproducimos, integras, sus palabras.
Este miércoles 8 de marzo de 2017
“Todos hablan de libertad pero, ven a alguien libre y se espantan.
Mi nombre es María Fernanda Guillermo Casas, tengo 22 años de edad y actualmente me encuentro a un año de graduarme de la carrera de Comunicación y Medios Digitales aquí en el Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México.
Soy una de las 61 millones de mujeres que habitan este país, en busca de oportunidades que me lleven a alcanzar mis sueños y así poder llegar a ser una mujer independiente, exitosa y con poder.
Les diré la verdad, no había entendido si ser mujer era una cuestión de sentirse orgullosa o apenada, no había entendido si ser mujer implicaba una bendición o una maldición.
Desde que tengo uso de razón, en la sociedad donde vivo, a las mujeres se nos han otorgado tres tipos de finales comunes y “felices” que tienen como objetivo solucionarnos la vida, por aquello de que somos consideradas, aún en pleno Siglo XXI, como el sexo débil.
Nuestros destinos han sido escritos por tener senos y un aparato reproductor distinto al de ellos.
El primer final consta de estudiar y al término conseguir un gran candidato a esposo que solucione cualquier problema económico que atraviese en mi vida, parecido a un padre pero en términos de pareja.
El segundo final consta de no estudiar y aún así conseguir un gran candidato a esposo que solucione cualquier problema económico que atraviese en mi vida, parecido a un padre pero en términos de pareja.
El tercer final consta en volverme monja y saber que tendré una casa, alimento y una vida digna.
Muy extremista, ¿no creen?
Porque las mujeres no podemos ser madres solteras, porque las mujeres no podemos gozar de las parejas que deseemos (sentimental o sexualmente, hablo), porque las mujeres en esta sociedad, o tienen que contraer nupcias para ser respetadas o por el contrario, deberán permanecer solas.
Las mujeres, nosotras, debemos llegar castas y puras al altar con un vestido blanco.
Por tradición social, las mujeres no debemos explorar nuestro cuerpo, porque el placer es una palabra que no está dentro de nuestro vocabulario.
Y pobre de aquella mujer que se atreva a ir en contra de lo establecido porque la sociedad no se detiene y golpea duro, bastante duro; la misma mujer ataca a otra, el hombre afirma que aquella que se atreva a ser diferente, a ser libre: es una mujer fácil que carece de valor, que no tiene por qué hablar después de los atroces crímenes que ha cometido.
No hay intermedios, no hay tratos, ser mujer conlleva una gran responsabilidad.
“El hombre llega hasta donde la mujer quiere”, si les dijera que he escuchado esta frase un sinfín de veces y que a pesar de ella una se da cuenta que los hombres llegan y llegarán hasta donde ellos quieran, justificándonos mediante la idea de ser un país machista, misógino con una sociedad y cultura patriarcal. Después de todo esto es irreverente, injustificable, inentendible el hecho de que un hombre acepte ese no.
Aún recuerdo la vergüenza que sentí en quinto de primaria, al notar que el desarrollo de mis senos comenzaba, un proceso natural, algo por lo que no debía sentirme apenada y que aún así, intenté esconder para que los niños del salón no hicieran comentarios hirientes.
Ese día llegué a la casa y le pedí a mi madre un brasier, porque seamos sinceras, los corpiños ya no servían, las marcas de los senos traspasaban la estúpida playera de deportes, en la que yo me sentía expuesta cada lunes por la mañana.
La respuesta de mi madre fue un no, “no, porque aún no tienes la edad para traer un brasier”, me conformé, me callé y supliqué que mis senos nunca crecieran.
Crecí apenada de mi desarrollo natural, tenía temor de seguir creciendo porque sabía ya lo que me esperaba. La menstruación no tardó en llegar y me sentí avergonzada de que mi cuerpo tuviera ese proceso que además de incómodo, era difícil de ocultar para alguien de 13 años. Sacar a escondidas toallas sanitarias, que los chicos del salón lo notaran y al regreso del receso encontrará mis toallas sanitarias abiertas y pegadas en la libreta de tareas.
No fue divertido y no es divertido.
Tiempo después las faldas, las playeras ajustadas, los shorts y los vestidos tuvieron que empolvarse en mi armario, no podían ser usados porque si lo hacía yo provocaba que cualquier hombre pudiera faltarme al respeto. Cualquier hombre podía tener la libertad de ensuciarme con palabras vacías, sin sentido y denigrantes.
Comencé a odiarlos.
Ellos pueden vestir como les plazca, ellos pueden tener las parejas que desean e incluso la infidelidad les es perdonada.
En mi carrera la situación es complicada, usualmente vemos directores, productores, hombres a cargo de proyectos que tienen por detrás cerebros de mujeres brillantes pero, que jamás veo.
Observo las revistas, miro un poco de televisión, escucho la radio y me molesta entender que la imagen de mujer, que mi imagen ha sido y es sexualizada en los medios, porque es mucho más lucrativo ver a una mujer en bikini dentro de la sección deportiva que escucharla de igual modo con un par de jeans y blusa de vestir.
Pareciera que el mundo gira en torno al morbo que nuestro cuerpo causa y de ahí la vergüenza que sentimos heredada de generación en generación. Parecido a la maldición que antes les comentaba.
El día de la mujer 2017 pretende lograr la igualdad de género en el ámbito laboral, pues es indispensable para un desarrollo sostenible; es decir, lograr una explotación de mi cerebro adecuadamente.
¡Qué genio al que se le ocurrió esto!, hace dos meses renuncié a mi trabajo, un trabajo donde por méritos propios fui contratada y tratada con respeto, equidad y justicia; lo cual me maravilló, entendí que las herramientas de una escuela importante, me hacían ver mucho más grande de lo que yo pensaba que era.
Soy mujer y tengo un trabajo digno, soy mujer y por vez primera no tengo ofertas que insultan a mí persona, mi conocimiento, mi integridad y mi inteligencia.
Usualmente cuando una mujer se atreve a hablar de todos los tabúes dentro de nuestra pequeñita sociedad mexicana, se le etiqueta como feminista, feminazi, libertina, rebelde, loca, etcétera.
El movimiento ha adquirido fuerza gracias a personalidades reconocidas en el medio e influyentes en nuestros días, pero ser feminista no tiene nada que ver con pérdida de valores, moral, con tratar menos al sexo opuesto o tratar de impartir castigos para hacer “justicia propia”.
Ser feminista es hacer entender a los demás que las características físicas diferentes que tenemos, no nos exentan de obtener el mismo trato, respeto y las mismas oportunidades que ellos.
Es tonto creer que una mujer es menos por tener senos, es tonto creer que las mujeres ahora quieren posicionarse por arriba de los hombres, cuando el único alboroto que veo aquí, es el constante y urgente intento por cambiar la historia y en lugar de ir dos pasos obligatorios atrás de ellos, ir de la mano caminar, en el mismo nivel sin pasos de más o pasos de menos.
Quiero ser libre y vestir como me plazca sin temor a que algo ocurra, quiero ser libre y respetada sin importar mi pasado o las decisiones que llegue a tomar en mi vida, quiero ser libre de pensar la edad a la que debo casarme o tener hijos, quiero ser libre de decidir si realmente formar una familia es mi prioridad, con quién y cómo hacerlo.
Existen tres hombres en mi vida que me han devuelto la fe hacia ellos con caballerosidad, buen trato, respeto, amor y oportunidades constantes que me impulsan y elevan a ser feliz, solo para poder entender que mi supuesto odio va mal dirigido y que pese al sexo, existen personas incapaces de ver más allá de su zona de confort y que, al ver a otros cumplir sueños o alcanzar metas, intentan crear un daño mediante prejuicios, chismes, críticas y todo lo que ya sabemos y que hemos experimentado.
Mis queridas mujeres, hoy en nuestro día festejemos el milagro de ser parcialmente libres y sigamos en la lucha por alcanzar los objetivos que desde niñas hemos tenido, dando vida a miles, con la dulzura, feminidad, gracia y belleza con la que fuimos creadas.
Saber que no existe nada por lo cual debamos avergonzarnos y que el camino más viable para la superación personal, es la constante búsqueda de mejora en cada aspecto de nuestras vidas, así como la adecuada nutrición de la mente, del alma y del cuerpo.
Estar en sintonía y en paz con nosotras y con ellos, porque sólo así conseguiremos que ambos sexos entiendan de una vez por todos que la profunda admiración es y debe darse en ambos sentidos y que sin el uno o el otro, el mundo sería aún mucho más caótico.
Hablemos de libertad y no nos espantamos de verla en acción.
Muchas gracias”.
La prosa de ésta hija de Tere Casas de Guillermo y su esposo Pastor Gabriel Guillermo Arenas conmovió a todo el auditorio. Con lágrimas en los ojos y de pie tributó las más sonadas palmas, a Ella, con amor a la Mujer.