Visión financiera/Georgina Howard
Contar historias
Las principales asignaturas de la vida no se dan en las universidades. No como tales, no como materias dignas de aprendizaje. Sin embargo, creo que cualquier maestro debe enseñar a imaginar, innovar, disfrutar y crear. También a dar certeza de la capacidad de reinventarnos.
En las aulas no debes salir con datos memorizados y carentes de sentido, con nombres sin significado y habilidades intrascendentes. Debes adquirir una inquietud, la convicción de que posees esplendorosas alas para volar, ideas que merodeen tus sueños, la gigante convicción de que tienes sangre en las venas y pasiones que no acalla la cotidianeidad.
Me encantaría que mis alumnos no aprendieran metodologías sin sentido, frases hechas y conductas políticamente correctas. Amaría que cada uno de ellos creyera que la perfección de Dios está también en cada uno de ellos, que supieran que son entes de cambio y que desde diferentes ámbitos sí son susceptibles de darle al mundo ideas y abrir nuevas expectativas, inclusive lograr que la imaginación deambule en todos los sectores y proyectos.
Ojalá aprendieran que no hay límites, que él no puedo desaparezca de sus pensamientos, que sepan que ellos son futuro, pero también presente, que escarben en su historia y raíces todo el legado que los hace ser diferentes.
Oro porque cada nueva generación que egresa no se sienta presa de la tradición y ataduras de lo cotidiano, que sepa que en cualquier momento pueden generar propuestas nuevas y mejorar lo que existe.
Ahí, en el aula, trato de que cada uno de los alumnos experimenten su propio poder y se sepan magos de la realidad que viven. También, aunque se digan laicos, busco que no dejen de lado su parte espiritual ni su creencia en un creador de bondad, porque me encantaría que ellos nunca se sintieran a la deriva o solos.
Me gustaría que en la vida de cada uno de mis alumnos siempre existiera el deleite del arte, la música y la poesía. Que conocieran el disfrute del mismo silencio, la magia que posee cada proyecto, el poder que puede generar un diálogo.
Amaría que mis alumnos se encontraran con ellos, con todo un caudal de perfección y poder, que vislumbraran sus capacidades y dones, que se supieran artífices de lo que existe, que asumieran integralmente su oficio de contar historias, porque finalmente eso es un comunicólogo, un contador de historias, un artesano que une palabras y forma narrativas.