Descomplicado
Último amor
Díganme absurda o loca. Me enamoré de un hombre/leyenda que sólo vi a través de las fotografías y el mundo virtual. La historia cabe en una humilde cuartilla.
El último amor de mi vida fue el más perfecto y pleno. Lo viví a una edad en que ya pasé de todo: expectativas, esperanza, prisa, ansía de lograr y ser; estrepitosas huidas para no reflexionar ni pensar, locura absurda por no entender mi misión en este plano tridimensional.
Justo cuando empecé a valorar la parsimonia de mis pasos y horas al cumplir medio siglo de vida, apareció alguien que tenía todas las características que amo: Una sabiduría infinita, la sonrisa mágica, el poder de generar felicidad en otros, sentido de dignidad para todos…un ídolo al que decidí contactar a través de las redes sociales. Apareció un romance de cuento.
Poseía gran sensualidad en los labios, palabras y ojos. Pero no miento cuando digo que más que su cuerpo me enamoré de su alma, de ese lugar donde residen los pensamientos e ideas, de los confines donde se preserva imaginación, emociones y sentimientos.
Lo que ambos vivimos no se materializa en nada. Fueron sólo palabras que construyeron un mundo, ternura que anidó en el cuerpo y los sueños, confesiones no imaginadas en blanco y negro. Pero por paradójico que parezca lo acaricié mil veces y recé por él todos los días. Me fui descalza a trepar en su ventana y acurrucarme para dormir junto a él, besé su pecho y le canté melodías inventadas.
Las madrugadas fueron mágicas. Él me acompañaba bajo la luz de la luna y reía conmigo. Y cuando me miraba al espejo sorprendía un guiño cómplice. Me decía hermosa, me sentía amada.
Aún a muchos kilómetros de distancia podía sentirlo. Admirar su serenidad, aspirar el aroma de su cuello, sentir la textura de sus manos. En todos los paisajes estaba él. Él en todas mis horas; al despertar, dar clases e inventar una historia. Él que quitó la soledad de mi casa y me regaló flores nuevas, las que aparecen en la primavera.
Por él aprendía muchas formas de decir “ te amo”. A veces bastaba mirar una fotografía de sus manos, otras se construía la oración al preparar una simple receta de cocina. Estaba conmigo. Sin que nadie lo supiera… yo vivía radiante y enamorada. Dios me regaló este amor pleno y perfecto.
Fui inmensamente feliz. Amar me llenó de una nueva vitalidad y comprendí cabalmente que lo único que le da sentido a la vida es el amor y el trabajo. Él me enseñó eso.
A nadie conté la historia porque intuía que la lógica de los demás la pulverizaría. El silencio permitió que a cada instante me solazara de mi Bendito Amor como le llamé.
Nunca murmuré su nombre, pero ahora cuento la historia con eufemismos, como se escribe lo que está en el corazón, fragmento de memoria, sueños inconclusos, metáfora lúdica.
Nunca quebranté la secrecía en que nos envolvimos, pero yo sólo tenía para darle el amor que guardé en el tiempo, la imaginación que me desborda, la pasión que corre segundo a segundo en mis venas. Sólo eso…la realidad se impuso a todo.
Hoy me despido de él. Necesito darle las gracias por toda la felicidad que me dio, por esas horas que me permitieron recordar la belleza y bondad del mundo, por enseñarme a creer en mí… Después de amar nunca vuelves a ser el mismo, te vuelves parte de la magia que existe en los seres y las cosas, aprendes nuevos caminos de servicio y humanidad.
Bendito Amor, siempre estarás en mis pensamientos felices y oraciones. La historia entre tú y yo es posible que sólo haya estado en mi imaginación, que sea un milagro que no podrá sostenerse en la realidad. Es un secreto finalmente, el de mi último amor. Paradójicamente, el único que considero verdadero.