Obispos de México: Un nuevo horizonte/Felipe de J. Monroy*
Oaxaca no sólo es la Guelaguetza
¡Claro que cualquier oaxaqueño se siente orgulloso de su sus orígenes diversos e indígenas! ¡Claro que su cultura forma parte de su esencia vital y humana! ¡Claro que las expresiones de algarabía y de color son parte de la naturaleza del oaxaqueño que asimismo, como aparente contradicción, tienen como himno cultural un vals muy triste que les recuerda que a pesar de todo, y por todas los pesares, “Dios nunca muere”. Todo ahí.
Guelaguetza es un concepto. Es una forma de vida. Es, por así decirlo, una forma de convivir y relacionarse unos con otros en comunidad. Es una forma de cariño.
De hecho en los pueblos oaxaqueños de hoy se acostumbra la colaboración colectiva en fiestas, bodas, nacimientos, defunciones y más. Guelaguetza es participar con ayuda, ya sea en especie o si no se tiene con qué, pues con ayuda en hacer el “mandado”, que es hacer faenas de trabajo para llevar la fiesta en paz y alegría; es aportar y comprometerse; es dar y recibir lo que se puede otorgar; es solidaridad y cordialidad. Y es ancestral.
Guelaguetza tiene orígenes en los eventos que se realizaban en honor a la diosa del maíz tierno, Xilonen, hoy en día se realiza en honor a la diosa del maíz, Centeotl y no es sino hasta 1932 que con motivo del 4º Centenario de la Elevación de Oaxaca al rango de ciudad que se preparó un programa con los elementos que caracterizaran a cada región que forma la geografía del estado: ese era el espíritu de la nueva fiesta: la integración regional y cultural de la entidad.
A principios del siglo XX se hizo una fiesta de todos para todos los oaxaqueños, primeramente; para que todos acudieran, se encontraran ahí y se reconocieran en fecha anual conocida como Lunes del Cerro, aunque en realidad la fiesta gira en torno al día del Carmen y que habrá de ser siempre después del 18 de julio, nacimiento de Juárez, aunque esta vez ya había prisa por comenzar la fiesta (cosa que ya ha ocurrido en contadas ocasiones, de cierto).
Hasta ahí todo muy bien, porque durante muchos años a la fiesta acudía la gente de Oaxaca y se llevaba a cabo en el cerro del Fortín, que es el faro testimonial de la historia oaxaqueña que se encuentra en la ciudad de Oaxaca. Y durante muchos años a esta fiesta se acudía para disfrutar el paseo, ver los bailables, convivir, llevar comida, pasear, sentarse al campo y disfrutar en familia lo que se es y lo que se quiere ser: oaxaqueño.
Ahora se ha convertido en un espectáculo de luz, color, coreografías exactas y ausencia de la mayoría de oaxaqueños.
En todo caso, si se piensa en que al evento llegan multitudes de otros lugares para admirar lo oaxaqueño y sus expresiones culturales y alimenticias y es asimismo una buena derrama de dinero que le va bien a quienes trabajan para esta fiesta, y para sus familias.
Pero se da el caso de que en ocasiones se ha bloqueado por parte del gobierno el número de asistentes al auditorio del Fortín y se ha tenido que rellenar con trabajadores de gobierno a fin de no desangelar el colorido. O el famoso Comité de certidumbre que ignora el ideal de convivencia e incorporación regional. Un comité cutre y sin cepillar, por cierto.
Y ahora esta misma Guelaguetza se ha convertido en una moneda de cambio político, porque las organizaciones que tienen intereses en la entidad, como es la CNTE-22, CTM y ahora esa amorfa Junio 14, se apropian del derecho de acceso o no a territorio Guelaguetza…
… Y aprietan la tuerca hasta el fondo, para forzar a un gobierno que no acierta a solucionar el problema, como es el de Alejandro Murat Hinojosa, que habrá de cumplir sus exigencias con recursos que son de todos los oaxaqueños, y que no son otorgados a modo de Guelaguetza.
El gobierno del estado tiene en las fiestas una forma de oxigenación frente a la gran cantidad de problemas que enfrenta la entidad más pobre del país y con las comunidades más pobres del continente americano. Las cifras de INEGI y Coneval indican grandes rezagos en: educación, salud, vivienda, alimentación, seguridad social y servicios básicos de vivienda; falta de trabajo, falta de apoyos al desarrollo industrial, del campo y el mar; migración juvenil, desahucio y muchos más.
Hay prioridades de gobierno que no se están atendiendo a más de siete meses de que Alejandro Murat tomó posesión y quien, durante su campaña, se comprometió a solucionar de inmediato los problemas ‘ancestrales’ –así lo dijo- de la entidad. De hecho, hace apenas unos días anunció que en un año terminaría con la pobreza de los oaxaqueños más pobres. Ciertamente esta afirmación se enmarca en el proceso electoral 2018 y su aportación a ella.
El gobernador ya anunció la construcción de un “Canal de Panamá” oaxaqueño, que va de Salina Cruz hasta Coatzacoalcos, Veracruz, y que unirá al Pacífico con el Golfo de México.
La vieja ambición de la corona española que por razones de estrategia no se llevó a cabo y el famoso Tratado McLane Ocampo (1859) que se vino abajo, por suerte, al no ser aprobado en el Congreso de Estados Unidos…
Ahora será puesto en marcha, aunque no estaría por demás que antes Murat explique a los oaxaqueños viabilidad, costo –porque se pagará con recursos de los oaxaqueños–, garantías de soberanía permanente, beneficios concretos, desarrollo industrial, fuentes de trabajo y resultados… ¿no le parece?
En fin, que estamos de fiesta y no se trata de aguar la fiesta. La Guelaguetza es ciertamente un orgullo de los oaxaqueños, para que nos vean, nos miren, sonrían con nosotros y se lleven un buen sabor de boca quienes no son de la tierra del sol. Pero lo que es parejo no es chipotudo, que se dice, y Oaxaca no sólo es la Guelaguetza.