El agua, un derecho del pueblo
Las víctimas del dictador
Primera escena: Luis Vallenilla, de 22 años de edad, lanzaba objetos en contra de una instalación de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), de Caracas, durante una marcha en la que participaba sobre la avenida Francisco Fajardo. Él no sabía que le quedaban apenas unos segundos de vida.
Aun cuando los pedruscos que tiraba al otro lado atravesaban la cerca y caían sobre el césped, si herir a nadie, provocaron una reacción furibunda de los militares. Un par de efectivos llegaron al límite de la reja y lo acribillaron con sus armas.
El cuerpo del joven fue levantado por sus compañeros estudiantes y llevado inmediatamente para que recibiera ayuda. Nada pudieron hacer. Falleció casi de inmediato esa tarde del pasado 22 de junio.
Segunda escena: En la misma avenida, de Francisco Fajardo, que ya para muchos venezolanos se ha convertido en un lugar maldito, Fabián Urbina, de 17 años de edad, participaba también una manifestación en contra del gobierno de Nicolás Maduro.
Era el 7 de junio y al lugar llegaron las fuerzas bolivarianas a reprimir a quienes protestan. Elementos militares apoyaban a grupos de civiles que arribaban a bordo de motocicletas. Eran los llamados Círculos Bolivarianos, creados por el extinto Hugo Chávez y que ahora son utilizados por el régimen de Maduro para reprimir a las marchas que se organizan en su contra.
Los paramilitares civiles abren fuego en contra de los manifestantes de manera impune y protegidos por elementos de la GNB. Siete personas resultaron heridas por disparo de arma de fuego.
Fabián cayó abatido por los disparos. Sus compañeros lo trasladaron a la clínica El Ávila, en donde, finalmente, falleció.
Tercera escena: El 20 de mayo de este año murió Orlando Figuera, de 21 años de edad, quien fue prácticamente quemado vivo por personas aún no identificadas.
Figuera se encontraba en una protesta realizada en la población de Altamira. Existen varias versiones en todo al caso. La madre del muchacho, Inés Esparragoza, en ese momento culpó de la muerte de su hijo a seguidores del político opositor Henrique Capriles.
Sin embargo, otros señalamientos indican que entre los amigos de este chico que apoyaba al gobierno, se encontraban varios de ellos que portaban bidones con gasolina y que en un momento dado, el muchacho resultó empapado sin querer con ese tipo de energético y en un momento dado se convirtió en una tea humana.
Pero eso no fue todo, el cuerpo del muchacho presentaba varias heridas con arma punzocortante. Si no hubiera fallecido por las quemaduras, que finalmente lo mataron. Seguro lo hubieran matado las heridas de puñal, observó uno de los facultativos médicos que lo atendió.
Cuarta escena: Para Yoiner Peña, ser sordomudo no le impidió hacer sentir su malestar en contra del régimen de Nicolás Maduro, por eso el 11 de abril asistió en la ciudad de Barquisimeto, del estado de Lara, a manifestar su repudio en contra del presidente de Venezuela.
Con Yoiner se repitió la misma historia, las hordas, los grupos de choque civiles, los asesinos, del gobierno venezolano, cercaron a los manifestantes y los rociaron de plomo.
Este mismo sábado en la madrugada también se confirmó la muerte de Yoiner Peña, joven sordomudo que fue asesinado a consecuencia de un balazo por parte de colectivos presuntamente afectos al chavismo que atacaron una protesta opositora en Barquisimeto, estado de Lara, el pasado 11 de abril.
Yoiner no pudo sobrevivir a las heridas de bala que recibió en diversas partes del cuerpo. Falleció como los otros jóvenes.
Le dan ganas de ser dictador
Y, así, en esto que desde abril de este año se ha convertido en la misma crónica de protestas, represión, enfrentamientos y muertes, va la vida de muchos venezolanos, la mayor parte de ellos jóvenes.
No importa el número de muertos ni la falta de alimentos y productos de primera necesidad ni la carencia de energéticos ni la paralización de empresas ni la crisis humanitaria que, en general, vive Venezuela.
No importa nada para que Nicolás Maduro diga con esa sonrisa tan descarada, que a veces le dan ganas de ser dictador. En su pequeña mente, piensa que el mundo es estúpido. Considera que es normal disolver congresos para que otros le aprueben una constitución a su modo, que legalmente lo entronice en el poder para siempre, hasta que la muerte lo separe de la presidencia, en un matrimonio descarado de poder.
Y en ese descaro que es propio de los dictadores, niega sus orígenes oligárquicos, su pasado oscuro, mezquino y palaciego, que nació con el también denostado dictador Hugo Chávez.
Como buen dictador tiene la cara dura. No le importa la condena de países de todo el mundo ni las acusaciones de la misma empresa especializada en realizar el conteo de votos en las pasadas elecciones de su Asamblea Constituyente a modo, de que su gobierno infló los resultados nada menos que con un millón de votos.
No le importa al dictador, está dispuesto a eternizarse, pero la batalla final para impedirlo que libran los venezolanos, apenas empieza.