Visión financiera/Georgina Howard
En la Del Valle inmundicia de inmobiliarias y autoridades capitalinas
Florencia y Martín eran dos jóvenes recién casados. Ambos eran de la aún generación millennial, apenas rozaban los 30 años y con muchas ganas de vivir. El martes 19 de septiembre hacían maletas y mudanza para trasladarse a Puebla en busca de mejores horizontes. La fuerte sacudida proveniente de las entrañas de la tierra los sorprendió y tomados de la mano fueron sepultados entre cientos de toneladas de cemento y acero. Su viaje sin empezar concluyó fatídicamente.
Como ellos, una veintena de personas fueron privados de la vida por un atípico terremoto, que según los científicos ocurre muy eventualmente al chocar las interplacas a kilómetros de profundidad de la corteza terrestre, pero muy cerca de la ciudad de México. Las tristes cifras señalan 23 muertos, entre ellos Florencia y Tenorio.
Florencia Larandi Castillo y Martín Vélez Tenorio eran procedentes del interior del país. Ella de las áridas tierras de Sonora, él del vecino estado de Puebla. Los conocían sus parientes y amigos por emprendedores, generosos y buenos para el baile. Trabajadores hasta el final, ambos sellaban las últimas cajas para emprender su mudanza.
Como las malas noticias corren rápido, a las dos horas del sismo, amigos y parientes nos enteramos del desplome de los edificios. Uno en Escocia 4 de siete pisos y de aproximadamente 40 años de ser edificado, dos torres más en el que era el número 4 de Edimburgo, dos torres de nueve pisos y que quedaron totalmente derrumbadas. Ambos inmuebles construidos antes del terremoto del 19 de septiembre de 1985 y de los años 70s. Es decir que estaban “tocados” por el sismo.
Durante seis días con sus noches, largas horas de lluvia, calor y frío, miles de personas se congregaron a lo largo del cuadrante que forman Eugenia, Concepción Beistigui, División del Norte y Amores. Era imperativo el rescate, sólo importaba encontrar con vida a los habitantes de los tres edificios colapsados. Hombres y mujeres, jóvenes en su mayoría, acudieron sin condicionamiento alguno a la búsqueda de sus amigos y vecinos.
Primero la sociedad civil desbordada en miles de manos vecinales al rescate de los suyos. Luego, de a poco, la suma de elementos de la Marina, Ejército, Federales y Policía capitalina. Brigadistas voluntarios escarbando hasta con las uñas. Toneladas de concreto y acero removidas a todo pulmón. Llegarían los zapapicos, las palas, cascos y guantes. Las cubetas para sacar escombros. A lo largo de dos calles sobre Gabriel Mancera, otros más que llevaban alimentos e hidratantes. La ayuda fluyó raudales, desordenada, caótica, pero muy solidaria.
Pese a todo y con todo el dolor el balance inicial de las primeras 48 horas fue de tres rescatados con vida, cinco fallecidos, entre los que se encontraba la joven pareja. De inmediato lo supimos todos y el dolor detonó en una enorme energía para seguir buscando gente con vida entre los cerros de escombros.
Otros más de la sociedad civil se concentraron en los centros de acopio: había dos, uno para alimentos y bebidas que no dejaron de ser abastecidos durante muchos días, y otro más para medicinas y materiales de curación; la cantidad fue tal, que hubo la necesidad de enviarlos al Centro Universitario México (CUM), para su resguardo y distribución segura.
A diferencia de otros puntos siniestrados, trabajamos codo a codo con elementos del Ejército, Marina y Federales en la búsqueda y rescate de sobrevivientes. Y una vez coordinados, conectamos bien con los mandos militares para trabajar más y mejor en las tareas. Incluso un federal de rasgos duros, me dijo: «¡usted!, organice a los civiles y nos apoyamos», así fue. Todo, pese a las grandes dificultades, fue fluyendo y organizándose mejor conforme pasaban las horas.
Algunas personas se molestaron cuando los mandos militares les pidieron salieran de la zona devastada, la llamada zona cero, para dar paso al trabajo de los expertos o el ingreso de la maquinaria pesada. Había lozas de 30 a 40 toneladas imposibles de mover sin grúas. Eran acciones necesarias para verificar la existencia de gente con vida y mover con mayor celeridad los escombros. Con la noche venía al silencio y la operación quirúrgica de los cuerpos especiales de búsqueda y rescate. Al amanecer las filas de brigadistas para los relevos ya estaban formadas, entraban en grupos de diez para sustituir a los agotados.
Había que vencer los cerros de hormigón y varilla para seguir escarbando en busca de vida. Todo cesaba al instante de que se levantaban los puños en alto en señal de silencio total para detectar voces o señales de vida. Enseguida, venía el puño en alto con el índice arriba para reanudar la marcha: “fuerza y ritmo” era el grito para sacar cubetas llenas de escombro a lo largo de una cadena humana, integrada por sociedad civil y militares. Todos al unísono sin parar. En ocasiones la liga se interrumpía por lo pesado del material, pero el de enfrente entraba al quite, la cosa era no detenerse.
La esperanza y la meta estaban cifradas en encontrar a Manuel. El coordinador de Protección Civil daba las instrucciones junto con un militar de alto rango. Paraba y exigía silencio: “Manuel responde…” Entonces alguien gritaba “es por aquí, aquí se oye algo”. El punto se señalaba y se reanudaba el movimiento de kilos de cemento y acero. Así transcurrieron las horas y fue llegando la noche, la lluvia y el frío. Manuel no pudo ser encontrado.
Hoy en el recuento de los daños, sabemos por notas periodísticas que las demarcaciones Cuauhtémoc, Benito Juárez, Tlalpan y Xochimilco, sufrieron severos daños de infraestructura inmobiliaria tras el sismo del 19. Las denuncias por la proliferación de desarrollos irregulares, cambios de uso de suelo y edificios que exceden el número de pisospermitidos, se acumulan y hay la sensación de que inmobiliarias, constructoras, así como autoridades capitalinas y delegacionales propiciaron más daños que el mismo terremoto.
También varios inmuebles, que ya colapsaron o están a punto, tenían irregularidades en su edificación y otorgamiento de permisos. El último informe de Miguel Ángel Mancera destaca que hay al menos 7 mil 649 inmuebles con daños y de esos 321 tienen grave riesgo.
Negligencia en funcionarios públicos y una terrible corrupción entre autoridades capitalinas e inmobiliarias, en mucho la culpa de que Florencia y Tenorio hayan perdido la vida. Están en la lupa de la ciudadanía y ésta quiere culpables y castigos.
Me queda la duda: Si los edificios construidos antes del sismo de 85 se vinieron abajo, el pasado 19 de septiembre porque estaban “tocados” y nadie, ni dueños, ni inmobiliarias, hicieron algo para repararlos o reforzarlos ¿estos merecen ser castigados o las autoridades capitalinas y delegacionales que hicieron caso omiso de las advertencias de vecinos?
Creo que ambos, inmobiliarias y autoridades son responsables. Debe de investigarse y ser sancionados con castigos ejemplares.
Los expertos del Colegio Nacional de Ingenieros y Arquitectos de México aseguran que el reglamento de construcción de la Ciudad de México es de los más avanzados del mundo, sólo que no se cumple por la corrupción imperante.
Ahora, trabajando a todo vapor, la mafia inmobiliaria nos quiere hacer creer que la mayoría de los edificios colapsados en mi colonia Del Valle, donde es más que claro el llamado boom de condominios, eran “viejitos”, anteriores al sismo de 1985.
Al cierre de ésta colaboración, martes 26 de septiembre, el Almirante Aguayo de la Armada de México informó a los reporteros presentes: “ayer recuperamos dos cuerpos de hombres, hoy dos más de mujeres, queda aún por encontrar a un desaparecido que los familiares exigen su búsqueda”.
La corrupción no sólo enriquece, la corrupción mata.