Abanico
El trauma imborrable de los sismos
Los terremotos del 7 y 19 de septiembre no sólo arrebataron las vidas de centenares de personas, provocaron heridas a miles más y causaron pérdidas materiales millonarias que el país no sabe a ciencia cierta cómo enfrentar, sino que también dejaron una huella difícil de borrar en millones de mentes que padecieron su poder destructor.
“No he podido dormir bien, porque pienso que puede volver a temblar”, es una frase que es común escuchar entre quienes consultan a un psicólogo o terapeuta en estos días y aún entre personas que no necesariamente acuden con un profesional en el campo de la salud mental.
Y es que para muchos jóvenes la experiencia de un terremoto era inédita. Para millones de muchachos, las consecuencias del terremoto de 1985 no pasaban de ser una anécdota contada por sus mayores, pero sin ninguna relación en sus vidas. Ahora ya conocen las terribles consecuencias que puede provocar un sismo.
Para María Mayela, licenciada en Diseño de Modas y Textiles, de 27 años de edad, su vida se pudo haber acabado el 19 de septiembre, cuando fue sorprendida por el terremoto en su departamento, ubicado en el sexto piso de un edificio, situado en la zona en donde se desplomó el Colegio Enrique Rébsamen.
Originaria de Aguascalientes, en donde el registro de sismos es menor, María Mayela no había sentido un terremoto. Exactamente a las 13.14 horas, cuando se produjo el movimiento, ella se encontraba en la parte alta de su vivienda, una terraza desde la cual pudo comprobar como el agua se salía de un tinaco por los vaivenes y vio caer macetas muy pesadas sin el menor problema.
Su abuela paterna se encontraba en la parte baja de su departamento, ubicada en el quinto piso del edificio y no podía subir siquiera las escaleras, debido a lo brusco de las sacudidas. “Nos vamos a morir”, pensó Mayela. Su abuelita, Mamá Toñita, le gritaba desde abajo que las cosas del inmueble se estaban cayendo y por un momento pensó que el edificio se desplomaba.
Cómo pudo, su abuelita subió las escaleras a gatas y se encontró con Mayela. Se abrazaron e hincadas, rezaron. “Mi abuelita lloraba y yo gritaba que eso ya parara. Le dije a mi mamá (que ya falleció), dile a Dios que pare. Sentimos que la vida ahí se nos acababa, de plano”, relata.
Comenta que el momento más difícil fue “cuando volteamos desde la terraza al cielo y nos entró un poco de resignación. Piensas que te vas a morir, pero al mismo tiempo piensas que no suceda, es una mezcla de emociones”.
Reconoce que por la desesperación de estar en una terraza, en un sexto piso, un pensamiento sombrío recorrió su mente. “Sentía ganas de brincar hacia abajo, como una necesidad de salir de un edificio que se puede caer, pero aún tenía conciencia. Fue una experiencia que me cuesta trabajo olvidarla, sobre todo en las noches, porque no duermo bien. Creo que es normal por las muertes que hubo. Esta experiencia te hace sentir que en un segundo se te acaba la vida en un día que creías iba a ser muy normal, como los demás”.
Cuando el movimiento de tierra fue menor, Mayela pudo bajar del sexto al quinto piso con su abuelita y apagó la estufa que estaba encendida lo más rápido que pudo. Afuera se escuchaba el “siseo” de una fuga de gas y el peligro de una explosión no podía descartarse.
Ya en la calle vio aquel maremágnum de personas que gritaban y lloraban. En su misma calle, varios edificios presentaban cuarteaduras graves y un poco más lejos se había desplomado el Colegio Enrique Rébsamen. Después de 50 minutos aproximadamente, el alma le volvió al cuerpo cuando vio llegar a su esposo, Javier Rodrigo, y en el interior del auto de ambos, por fin ella, pudo llorar, porque antes no podía “doblarse”, ya que debía sacar adelante a su abuelita y rescatar a sus dos pequeños perros. Mayela y Rodrigo estuvieron preocupados porque algo hubiera pasado con sus familiares.
Javier Rodrigo, comunicólogo y locutor comercial, de 33 años de edad, temía que su edificio se hubiera desplomado. El terremoto lo sorprendió cuando salía de la empresa AXN, en donde presta sus servicios, y a bordo de su auto se encontraba en el cruce de Viaducto Tlalpan y Periférico.
“El coche estaba detenido por el tráfico y sentí un jalón como de atrás para adelante. Con el sismo se empezaron a mover las lámparas del segundo piso del Periférico y de repente sonó la alarma sísmica”, señala.
Rodrigo comenta que después de escuchar la alarma pensó que se trataba de un segundo simulacro que se realizaba ese día, para recordar el terremoto de 1985. Se preguntó a si mismo que como era posible que temblara otra vez un 19 de septiembre.
Sin embargo, la realidad le confirmó que, contra todo pronóstico, puede ocurrir un terremoto exactamente el mismo día, pero con muchos años de diferencia, cuando vio caer del segundo piso pedazos de cemento y vio como empezaron a chocar algunos autos que trataban de frenar de manera inesperada.
Cuando al fin pudo llegar a su domicilio en la segunda sección de la colonia Prado Coapa, en su casa vio diversos objetos tirados en el piso por lo brusco del movimiento sísmico. Vio los departamentos de sus vecinos vacíos y con las puertas abiertas. Todos habían huido.
Observó como en uno de los edificios, los muros se habían resquebrajado y se podían observar los muebles de quienes vivían ahí.
Después se enteró que en calzada de Tlalpan se habían desplomado unos multifamiliares. El alma le volvió al cuerpo hasta que vio a su esposa en la calle, en donde había buscado refugio.
Para quien también los sismos ya no significan lo mismo es para Juan Pablo, psicólogo organizacional, de 27 años de edad, quien fue sorprendido por el terremoto en la colonia Polanco, en donde laboraba en ese momento.
Siempre su edificio, de 30 años de antigüedad aproximadamente, le había parecido inseguro, así que no lo pensó más cuando sintió los fuertes remesones del terremoto y salió a la calle.
“Cuando íbamos en la escalera bajando del tercer piso, en donde yo trabajaba, al segundo, se escuchó un ruido, como cuando se empiezan a romper vidrios de ventanas y entonces empezaron a gritar más fuerte las mujeres. Lo primero que me vino a la mente es que el edificio se estaba cayendo”, rememora.
Desde un camellón en donde se colocaron sus compañeros de trabajo y desde otras empresas, se podía ver un poste de electricidad moviéndose como un péndulo. “Mi madre era lo que más me preocupaba, pero no había señal para comunicarme con ella”, agrega.
Entre personas que se encontraban por el lugar, empezó a surgir información de que se habían desplomado varios edificios en la colonia Roma y entonces se percató de que no se trataba de un sismo cualquiera.
“Según yo, estaba tranquilo, pero tenía trémulas las manos, me temblaban”, reconoce Juan Pablo. Entonces, decidió ir a su casa hasta la delegación Coyoacán, para lo cual primero caminó de Polanco hasta el metro Chapultepec, en donde pudo abordar un microbús. Por todo el camino, pudo constatar los daños en edificios, como el de Liverpool de Polanco, que presentaba fisuras. Sobre Viaducto miró un edificio completamente desplomado, al grado de que un anuncio espectacular que tenía en la azotea, se encontraba a nivel del suelo.
“Era muy impresionante ver a tanta gente alrededor de los escombros sacando pedazos de concreto para ayudar a los demás”, refiere con cierta emotividad en sus palabras.
“Había gente ayudando a dirigir el tránsito, porque no servían los semáforos, mientras otros regalaban agua. Había mucha confusión en todos”, menciona.
Juan Pablo destaca que llegó a su casa caminando sobre avenida División del Norte, en donde pudo observar muchos destrozos en esa vía.
A la estudiante de la UNAM, Montserrat Regina, el sismo la sorprendió en la Facultad de Psicología, en un sótano en donde tomaba una de sus clases. A diferencia de otras personas ella no tenía que bajar rápidamente de algún edificio, sino que tenía que subir para salir de donde se encontraba.
Sin embargo, sintió que el peligro de que se desplomara la escalera que la sacaría de ese sótano era el mismo. Era tal el movimiento que, junto con sus compañeros, no podía subir. Para colmo, la puerta de su salón suele trabarse.
Conocedora de la manera en que trabajan a mente, cometa:“Pensé en la muerte, aunque de manera disfrazada, porque pensé en un momento determinado que se iban a caer las escaleras”.
Al principio, Montserrat pensaba que la vibración que sentía era por el paso de un camión, pero un segundo “latigazo”, le hizo comprobar que se trataba de un terremoto. Por la compañía de sus amigos se sintió cobijada, pero pensó que sería de su madre en estos momentos, hasta que pudo salir de Ciudad Universitaria para constatar que nada le había pasado a ella.
Así, nacidos de este temor, han surgido millones de historias de mexicanos que, aunque no sufrieron daños físicos ni materiales, sí tuvieron que enfrentar el temor que provoca un temblor con sus duras secuelas, porque nunca es fácil olvidar el momento en que sus vidas estuvieron en peligro.