
Libros der ayer y hoy
¿Damnificados, por cuánto tiempo?
Al cumplirse ayer un mes del terremoto del 19 de septiembre, el cielo se vino abajo en la Ciudad de México. Con un aguacero de buenas proporciones, la naturaleza recordó, sarcástica, que los damnificados por el sismo lo seguirán siendo bastante tiempo.
A un lado de la calzada de Tlalpan, por el rumbo cercano a la avenida Taxqueña, en la delegación Coyoacán, quienes habitan el improvisado campamento de familias afectadas por el terremoto recordaron que su vida se mantiene en una desgracia que no saben cuánto tiempo durará.
Por enésimo ocasión se les volvió a mojar la poca ropa que lograron rescatar de los escombros, antes de que el multifamiliar en el que vivían fuera demolido. El agua se les coló adentro de las improvisadas casas de campaña que ahora les sirven como ‘hogar’.
La lluvia los volvió a golpear, como ha sucedido prácticamente desde que pudieron salvar la vida aquella tarde del 19 de septiembre y tuvieron que ‘refugiarse’ en las canchas deportivas de cemento, en las que antes podían hacer algo de deporte y que ahora son su casa.
Tienen un mes pidiendo, rogando, exigiendo, variando el tono de sus voces, de la petición, al grito de reclamo, para que las autoridades federales o de la Ciudad de México, los puedan ayudar, pero simplemente ellos siguen desamparados, a la mitad de la calle.
Su número ha disminuido, porque finalmente algunos de ellos han encontrado acomodo con algunos familiares, pero quien no ha corrido con esta suerte, sigue prácticamente a la intemperie, después de haber sufrido el golpe seco de haber perdido su hogar, de haber tenido todo y en unos cuantos minutos quedarse sin nada, hasta sin ropa.
La situación en que se encuentran los habitantes del multifamiliar de Tlalpan es similar a la que padecen otros miles de damnificados que viven en calles de la Ciudad de México y de otras poblaciones afectadas por los terremotos de septiembre. Ni que decir de la desgracia que padecen los habitantes de Juchitán, en donde sigue temblando y el terror de los movimientos de tierra se siguen haciendo presentes.
No se puede decir que los gobiernos federal y estatales se mantengan de brazos cruzados ante la tragedia que sufrieron miles de familias en el país, pero, sin embargo, es visible que no han atendido con rapidez lo urgente: darle un techo digno a quien no lo tiene.
La organización de la sociedad civil ha superado con mucho las acciones de las autoridades. En donde había que golpear con mazo para tratar de sacar cuerpos atrapados con vida, primero estuvieron presentes los voluntarios civiles; en donde había que retirar escombro para acelerar las labores de rescate, llegaron primero los ciudadanos; a los lugares que se tenía que trasladar comida y agua para los rescatistas, acudieron prestas las familias y vecinos; a los sitios en donde tenía que regalar ropa o llegar con palas o barretas, arribaron camiones y vehículos de particulares con todo ello.
La valiente y decidida actitud de los mexicanos de a pie fue determinante para lograr salvar vidas y ayudar a los mexicanos en desgracia. Más rápida que la de las autoridades. En la Ciudad de México fue pasmosa la lentitud con que reaccionaron los gobiernos federal y capitalino. A minutos de la tragedia, ya estaban los ciudadanos comunes luchando a brazo partido para tratar de salvar vidas, mientras era evidente menor el número y la eficiencia de los cuerpos públicos. Otra vez el ciudadano les demostró a las autoridades que es la solidaridad en momentos de tragedia.
Ahora, a un mes de ocurrido el terremoto del 19 de septiembre y a mes y a casi mes y medio del sismo del día 7 del mes pasado, la tragedia para las familias afectadas no para.
Su situación es casi la misma a la que vienen padeciendo desde septiembre. En una total incertidumbre, no saben lo que pasará con sus vidas. En muchos casos, en la Ciudad de México, el Gobierno de Miguel Manera, no ha tenido siquiera la inteligencia ni la voluntad política de que los damnificados que se encuentran en las calles siquiera estén bajo un techo que los proteja.
El gobierno citadino puede alegar que se les proporciona ayuda de renta para varios meses, pero, como siempre, para muchos de los damnificados, esa ayuda no les ha llegado aún o, lo que es peor, ha sido captada por vivales que de plano ‘le vieron la cara’ al gobierno mancerista, al recibir dinero al que no tenían derecho por no encontrarse afectados por los sismos.
Y después de que se acabe la ayuda de renta del gobierno capitalino ¿qué pasará con esas familias? Ni siquiera los créditos para la compra de otra casa podrán palear su situación, por la sencilla razón de que no podrán pagarlos con lo que ganan.
¿Hasta cuándo estarán damnificados los mexicanos a los que los terremotos les arrebataron todas las esperanzas? Nadie lo sabe.
Los políticos se empecinan al vociferar que reciben todo el apoyo para que dejen de estar desvalidos. Algunos organismos han anunciado que contribuirán para la construcción de casas, pero todo es nebuloso aún sobre el tema. La realidad es otra, quién perdió su casa, ahora enfrenta la terrible realidad que deberá endeudarse para poder comprar otro hogar, aunque se trate de “créditos blandos”. Nadie le regalará nada. Quizá comida por unos días, quizá una ayuda para renta unos meses, pero indudablemente que no puede esperar nada que le compense todo lo perdido por parte de ningún gobierno, de ninguna autoridad.
Y así, en medio de esta desesperanza para muchos mexicanos, se comprueba aquella frase de barriada “¿Quién friega en ese país? Así como fregar, fregar, fregado el pueblo”.