Eliminar autónomos, un autoengaño/Bryan LeBarón
Desnutrición y obesidad, males sin resolver
Juanito es un niño que tiene 13 años de edad, pero que aparenta tener ocho años, su cuerpo es frágil, menudito. Su desnutrición es tan severa que los médicos consideran que difícilmente podrá recuperarse para tener una etapa adulta ‘normal’.
Él vive en la montaña alta de Guerrero, en medio de una vida de escasez. Su padre es jornalero, alquila su fuerza de trabajo en el campo, como los obreros la alquilan en las fábricas y su ingreso no alcanza para mantener a su familia.
La familia de Juanito renta un pedazo de tierra a un familiar para vivir en un jacal y cultivar ahí en una pequeña parcela un poco maíz y frijol. La autoproducción sólo les sirve para mal comer, por eso el padre de Juanito tiene que trabajar además las tierras de otros, actividad por la que recibe un exiguo salario.
De siempre, la ingesta de proteína, carne, leche, huevos, han estado ausentes en la vida de Juanito y de cinco hermanitos, que también presentan graves cuadros de desnutrición.
Como Juanito, muchos niños de México se encuentran siempre al borde de la muerte que los hace presa con enfermedades con las cuales no pueden batallar y vencerlas. Juanito aún no forma parte de las estadísticas de aquellos mexicanos que han sido rescatados de la pobreza extrema, como presume la Secretaría de Desarrollo Social.
Daga de doble filo
De acuerdo al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), a pesar de los enormes avances que en general ha experimentado México en los últimos años, la desnutrición –por un lado– y la obesidad infantil –por otro–, siguen siendo un problema a solucionar en el país.
La desnutrición y la obesidad ponen de manifiesto la necesidad de aumentar los esfuerzos en promover ponen de una dieta saludable y equilibrada en todos los grupos de edad, con especial hincapié en niños y adolescentes
La Unicef indica que, a pesar de los avances en materia de desnutrición infantil que se han experimentado en los últimos años, lo cierto es que las cifras siguen siendo alarmantes en algunos sectores de la población.
En el grupo de edad de cinco a catorce años la desnutrición crónica es de 7.25 por ciento en las poblaciones urbanas, y la cifra se duplica en las rurales. El riesgo de que un niño o niña indígena se muera por diarrea, desnutrición o anemia es tres veces mayor que entre la población no indígena.
Si bien en los últimos años la desnutrición crónica ha disminuido entre adolescentes, también es cierto que se ha evidenciado un mayor desequilibrio entre el norte y el sur. Así, la prevalencia de la desnutrición crónica es tres veces mayor en el sur que en el norte en esta franja de edad.
Diversas intervenciones, como los programas vacunación universal, la administración masiva de vitamina A, los programas de desparasitación y la mayor disponibilidad de alimentos gracias a los programas de desarrollo social, has sido eficientes para disminuir el ratio de niños y niñas que presentaban malnutrición.
Pero sus prevalencias altas persisten en zonas rurales y remotas, y también entre la población indígena, por eso es necesario un esfuerzo mayor para reducir las disparidades regionales y de origen étnico.
La otra cara de los problemas de nutrición lo conforma la obesidad infantil, que ha ido creciendo de forma alarmante en los últimos años. Actualmente, México ocupa el primer lugar mundial en obesidad infantil, y el segundo en obesidad en adultos, precedido sólo por los Estados Unidos. Problema que está presente no sólo en la infancia y la adolescencia, sino también en población en edad preescolar.
Datos del Ensanut (Encuesta Nacional de Salud y Nutrición) indican que uno de cada tres adolescentes de entre 12 y 19 años presenta sobrepeso u obesidad. Para los escolares, la prevalencia combinada de sobrepeso y obesidad ascendió un promedio del 26 por ciento para ambos sexos, lo cual representa más de 4.1 millones de escolares conviviendo con este problema.
Así, la falta de comida o el exceso de alimentos inadecuados representan una daga de doble filo que martiriza a niños y jóvenes. Cómo se le quiera ver, esto constituye un fracaso para las políticas públicas que, por un lado, no han sabido educar a los mexicanos en la manera en que deben comer y, por el otro, no han proporcionado a muchos millones de compatriotas las condiciones necesarias para que puedan satisfacer la primera necesidad de cualquier persona: alimentarse.