Poder y dinero
La consciencia (dos y fin)
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Antes de continuar, aclara don Fernando Calderón Ramírez de Aguilar, debemos esclarecer lo que es el Yo. Si dividimos el mundo entre lo que es subjetivo e interno, y lo que es objetivo y externo, observamos que la frontera entre ambos actúa como un contenedor que alberga lo primero y al segundo lo sitúa fuera. Este contenedor es lo que llamamos el Yo, que entre otras cosas incluye nuestros pensamientos, intenciones y hábitos, así como nuestro cuerpo real.
Excepto en los estados alterados, todas las experiencias que registramos incluyen un sentido del Yo, aunque la mayoría del tiempo éste es inconsciente. Esta “conciencia del Yo” es lo que solemos entender por conciencia y cuando se torna consciente, hablamos de autoconciencia. El sentido del Yo que se sitúa en el centro de nuestras experiencias adopta varias formas y actúa a diferentes niveles de nuestra conciencia. Origina lo que se llaman niveles de conciencia que se pueden concretar en cuatro formas:
Pensamos en nuestros propios pensamientos, sentimientos y acciones; en realidad es una forma de autoconocimiento.
Sentimos que somos dueños de nuestros pensamientos y acciones, podemos registrar experiencias.
Reaccionamos ante el entorno quizá con acciones complejas como conducir, pero no las recordamos si nos preguntan acerca de ellas.
En el sueño más profundo. El cerebro no percibe el mundo exterior, ni genera un sentido del Yo como para experimentar algo.
Está codificado por varios mapas corporales sobre los que se registran las experiencias.
El Yo mental es más frágil y está muy relacionado con la capacidad de evocar recuerdos personales. La corteza cerebral prefrontal media nos permite ser conscientes de nuestro estado mental y conocer nuestro carácter. La motora situada en la zona parietal actúa constantemente con el entorno y confirma las fronteras del cuerpo.
La corteza somato sensorial situada inmediatamente por detrás de la anterior, produce las sensaciones del cuerpo que recuerdan continuamente la personificación física. La parietal, nos permite reconocer el cuerpo y su relación con el mundo externo. La cingulada, situada por debajo de las anteriores y por arriba del cerebelo, nos permite pensar en nuestra posición con respecto a otras personas.
El Yo puede sufrir dislocaciones sobre todo cuando existe la pérdida de un parte del cuerpo, como por ejemplo una extremidad, y provocar el sentimiento de que ésta aún existe, tal y como sucede con el miembro fantasma después de una amputación en donde se tiene la sensación de que éste aún existe.
Hay aun otras posibilidades del Yo dislocado, sobre todo en las experiencias extracorpóreas que ocurren cuando la representación interna del cuerpo no concuerda con el cuerpo real. Esto sucede siempre en los sueños, y suelen ocurrir cuando uno despierta, antes de que el cerebro se reconecte con el mundo interno.
Vale la pena recordar que según Carl Gustav Jung –interprete de Sigmund Freud, agregaríamos nosotros– existe un inconsciente colectivo que incluye conceptos innatos universales y que funciona como una especie de “memoria popular” inscrita a través del tiempo en la estructura del cerebro.
Alteración de la conciencia.
El cerebro es capaz de generar una amplia gama de experiencias conscientes, entre las que se encuentran algunos estados que alteran nuestras percepciones y emociones hasta un punto tal que el mundo parece completamente diferente. En la actualidad estos “estados alterados” son objeto de una importante y exhaustiva investigación neurocientífica:
Es más preciso considerar todos estos estados mentales como un espectro que va desde una conciencia muy unificada en un extremo hasta una conciencia fracturada en el otro… con gratitud al galeno amigo.