Libros de ayer y hoy/Teresa Gil
El sospechoso retorno de Las Gordas
Los usuarios entran al vagón del Metro. Está hasta el tope en la hora pico. A duras penas se pueden meter a empujones, saben que si no entran a la brava corren el riesgo de perder uno o dos trenes seguidos y entonces sí llegan tarde al trabajo y les pueden descontar parte de su salario o, incluso, hasta correr. Arturo no sabe la sorpresa que llevará adentro.
Todo es ‘normal’ en el vagón, se producen los aventones comunes que se presentan todos los días. Se abren las puertas en la siguiente estación, Salto del Agua, de la línea 1, que es de interconexión y entra otra nube de gente que apretuja más a los ya de por si apachurrados usuarios que están en el tren.
Aunque es una mañana fría, a las 7:30 horas, adentro del Metro, la mayor parte de ellos sudan, van hombro con hombro, espalda con codo, pierna con glúteo, el contacto físico es inevitable, pero es el que existe todos los días, propio de un sistema de transporte, en donde diario conviven, se tuercen, luchan por el espacio, un promedio de cuatro millones de personas.
El Metro va lento, en algunas estaciones la puertas son obstruidas por usuarios que luchan por meterse y que, en su obstinación por no quedarse afuera, impiden que las puertas se cierren hasta que ellos estén adentro.
La tardanza del convoy de llegar de una estación a otra, provoca que el tren pare en los túneles, las frenadas son constantes y el Metro camina a puros jaloneos, que provocan que los cuerpos de los usuarios choquen entre sí.
De manera inesperada, una mujer, de cabello güero oxigenado, de edad mediana, más que generosa de carnes, en el punto en el que una fémina empieza a perder forma a la altura de la cintura, se estrella contra Arturo.
Estoico, como son casi todos los usuarios del Metro a la hora pico, el hombre aguanta la embestida de la mujer, sin saber lo que le espera. La mujer grita de manera desaforada, señalando a Arturo que no alcanza a comprender que es lo que sucede: “¡¡¡este hombre me viene manoseando desde varias estaciones atrás y ahora me arrimó su sexo el infeliz!!!”.
Las manos de la güera oxigenada se vuelven dos aspas de molino que se estrellan sobre el hombre, que todavía no acaba de comprender que es lo que sucede. Tras los golpes de la mujer sigue una andanada de dos sujetos que le propinan no sólo una buena dosis de golpes, sino de insultos.
Los usuarios tratan de abrirse espacio como pueden para evitar recibir un golpe de esos dos desconocidos. Uno de ellos grita: “¡¡¡ya estuvo suave de los abusos en el Metro, te vamos a entregar con un policía!!!”. Otros hombres y mujeres toman partido en favor de la mujer.
El convoy llega a la estación Chapultepec y apenas abre la puerta del vagón, la mujer y los dos hombres que lo golpearon lo entregan con dos policías que está casi a pie de la puerta.
Arturo describe que como si se tratara de un guión aprendido con anterioridad, los policías le dicen, aún antes de que la mujer informe de sus acusaciones. “Con que eres un pervertido sexual ¿verdad?, a ver si te portas tan machito cuando te llevemos ahorita con el Ministerio Público”.
La mujer entonces aprovecha para acusarlo no sólo de manosearla, sino de casi violarla en pleno vagón del Metro y pone como testigos a los dos hombres que recién golpearan a Arturo. “Sí nosotros vimos todo”, afirma uno de los sujetos.
“Ya te fregaste y ahora con el cambio en las leyes que protegen más a las mujeres no te va a ir nada bien”, dice uno de los policías “Te va a cargar en la delegación, porque te pueden acusar hasta de intento de violación”, adelante el otro uniformado.
Arturo niega todo e indica que él nunca tocó a la mujer, sino que al contrario, aquella mujer, algo pasada de carnes, con vestido corto y escote pronunciado, chocó con él en una frenada de convoy. “No pasó nada oficial -dice nervioso Arturo, a uno de los policías-, si no quería que la estrujaran ¿por qué la señora no se fue en el vagón especial para mujeres?”, pregunta el hombre.
“Ella es libre para viajar en donde quiera o pueda, pero eso no te da derecho a tocarla y a tratar de abusar sexualmente de ella. El Metro está lleno de enfermos como tú”, espeta uno de los uniformados. Además hay testigos”, sentencia.
“Te vamos a remitir al MP que hay en el Metro para atender este tipo de abusos para que él se encargue de ti”, comenta con enojo el policía.
Arturo ve su reloj, de por sí ya iba a llegar tarde al trabajo. Lleva 15 minutos discutiendo y si lo llevan al Ministerio Público perderá si jornada laboral. Su jefe lo trae de “encargo” en la oficina, porque ha llegado tarde en los últimos días y cuando se entere de que fue detenido por un presunto abuso a una mujer, seguro tratará de despedirlo.
Se da cuenta que la mujer, los dos hombres que lo golpearon y supuestamente son testigos y los dos policías están de común acuerdo para inculparlo de algo falso. Con toda seguridad hasta el Ministerio Público estará inmiscuido. Le atraviesa una idea el pensamiento “¿Cómo nos podemos arreglar señora?, usted sabe que no tengo la culpa y lo puedo demostrar, pero tampoco puedo pasar todo el día discutiendo”
“Sí eres responsable, me tocaste y quiero que te lleven a la cárcel”, grita la mujer. Los dos policías lo sujetan del hombro y se encaminan con él a la oficina del Ministerio Público, mientras que la mujer y sus “testigos” caminan metros atrás.
Cuando Arturo piensa que la mujer ya no lo escucha, dice a los policías: “Traigo doscientos pesos y se los doy con tal que me suelten”. Uno de los policías se enoja: “Estás bien mal amigo. Por esto te podemos acusar de tratar de corrompernos y te va a ir peor”.
Arturo mejora su oferta: “que sean 500 pesos, no puedo darles más”, les dice a los uniformados. Uno de ellos, le responde: “mira, te queremos ayudar, pero tú no te dejas, a ver saca tu cartera para ver cuánto traes” y casi le saca el dinero del bolsillo. Afloran 4 billetes de 500 pesos de su cartera. Dos mil pesos se convierten en la moneda de cambio para que él pueda irse, tomar el Metro otra vez, hasta la estación Observatorio. La mujer y los testigos ya no están por ninguna parte.
Al tiempo, por Internet lee una nota periodística que refiere que hace 12 años surgió una banda que se movía en el Metro y, en combinación con policías y ministerios públicos corruptos, se dedicaban a extorsionar a usuarios varones. Se le conocía como la banda de “Las Gordas”, ahora no le cabe la menor duda que sospechosamente está de vuelta.