Abanico
Los Turcos (dos y fin)
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
A los pueblos balcánicos les suscitaron dos grandes enemigos, el húngaro Hunyade, gobernador de Valaquia y el legendario Eskanderberg príncipe del Epiro. También nos dice el traumatólogo Calderón Ramírez de Aguilar que Eskanderberg se había educado en la corte turca, pero escapó y tomó las llaves de la capital del Epiro. Ya en su patria, reunió a los caudillos montañeses del Epiro y Albania que durante un cuarto de siglo desbarataron uno tras otro los ejércitos turcos y no tuvieron más remedio que emplear sus energías restantes en atacar Constantinopla.
Otro hijo de Murad, Mahometo II, quien poseía una educación excepcional y hablaba cinco lenguas (árabe, persa, hebreo, griego y latín) decidió emprender la conquista en 1453. Mandó fundir cañones colosales, reunió una flota de 280 navíos y su ejército aumentó hasta llegar a estar formado por 250 mil jenízaros y voluntarios.
Dentro de la gran metrópoli, el emperador Constantino no pudo reunir más que 4,973 combatientes, pero su pueblo creía en la protección de la Panagia o Madre de Dios que según se explicó más arriba se había aparecido durante el ataque de Murad II.
Constantino, brillante paleólogo o estudioso de las lenguas antiguas, esperaba la ayuda de la cristiandad occidental, pero los delegados que envió al Papa sólo pudieron conseguir la promesa de que reuniría una cruzada si definitivamente y sin reservas los griegos se reunían a la iglesia latina.
Poco a poco se logró que el Papa y el Patriarca se abrazaran frente a la catedral de Florencia. Al regresar el emperador del concilio, la escena se repitió en la iglesia de Santa Sofía. Así, a pesar del horror que causó a la mayoría de los griegos ver mezclar en la comunión el agua con el vino y las hostias de pan sin levadura, puede decirse que la cuestión religiosa no era ya un obstáculo para el socorro que se pedía en Oriente. Pero a mediados del siglo XV el papado atravesaba una crisis de autoridad y, aunque el pontífice lo hubiera deseado, su intervención a favor del Imperio Bizantino no pudo ser muy eficaz. Mientras en Constantinopla se debatía si debían preferir el turbante del turco sobre el capelo del cardenal, y si Santa Sofía había quedado o no profanada por la comunión con los latinos, Mahometo II enfilaba sus baterías contra la muralla que defendía la capital por la parte de tierra. El uso de la pólvora había sido enseñado a los turcos por renegados cristianos. El 29 de mayo de 1453 Mahometo II emprendió el asalto. Dentro de la ciudad no encontró resistencia. Prelados, senadores y religiosos quedaron convertidos en esclavos del primero que pudo echarles la mano.
Mahometo II tenía 23 años cuando entró en Constantinopla. Aprovechó la caída de Constantinopla y acabó la conquista de Grecia, Servia y Valaquia. Posteriormente pensó invadir Italia, pero antes urgía la conquista de la Isla de Rodas defendida por los caballeros de la Orden militar del Hospital. En previsión del ataque, Pierre d’Aubusson, Gran Maestre de la Orden y cardenal de la Iglesia Católica, llamó a todos los miembros de la Orden, quienes quedaron juramentados para morir antes que rendirse.
Los turcos llegaron con ciento sesenta galeras en mayo de 1481 pero dos meses después tuvieron que reembarcarse con grandes pérdidas. El sitio de Rodas probó a la cristiandad que los turcos no eran invencibles. Mahometo II debió sufrir enormemente su fracaso ya que murió poco después del regreso de su armada. Durante el largo reinado de Mahometo II se formó una constitución y un código religioso llamado Kanun-name (literalmente libro de leyes) dividido en tres partes. Una del gobierno, otra de las ceremonias y otra más de los castigos, multas y precio de los cargos públicos. En el código impera el número cuatro porque cuatro son los ángeles que sostienen el Corán, y cuatro los discípulos de Mahoma de los que arranca la tradición que es suplemento de la revelación. Dio paso a la formación de los ulemas, una especie de letrados con alta cultura que deberían saber por lo menos tres idiomas (turco, árabe y persa).
Jugaron un papel importante dado el gran poder que poseían, pero por soberbios y reaccionarios, al final retrasaron la transformación de Turquía en un Estado moderno. El código de Mahometo II tiene cierto parecido con el Hammurabi escrito antes de Cristo. Bayaceto I tuvo otro hijo, Selim, que ambicionaba el poder. Después de la abdicación de Bayaceto I, Selim conquistó Persia, Palestina y Egipto del que dependía Arabia con sus ciudades santas la Meca y Medina. Selim gobernó entre 1512 y 1520. Posteriormente reinó Solimán el Magnífico durante cuarenta y seis años de política expansiva (1520-1566).
Conquistó Rodas y Belgrado, las dos plazas fuertes de la cristiandad en Oriente. Incremento la fuerza naval y protegió a los corsarios para que hostigaran continuamente al Imperio de Occidente. En una batalla aprisionó al rey de Francia quien le pidió una alianza. Solimán consideraba al rey como un sultán destronado cuya propuesta no merecía atención y le respondió que era propio de soberanos ser ricos y poderosos y mañana hallarse en cautiverio.
La distribución de las tierras conquistadas había sido dividida en feudos llamados timars y ziamets. (La singularidad de la subdivisión del dominio público entre los osmanlíes proviene porque las mujeres no pueden heredar, y en caso de faltarle descendencia masculina a alguno de los grandes feudatarios, el Estado heredaba otra vez los feudos y el sultán los concedía a hombres nuevos). Turquía carece de esas familias anquilosadas de la rancia aristocracia europea que se resisten a toda idea de transformación, nos confirma don Fernando.