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CIUDAD DE MÉXICO, 30 de marzo de 2018.- Ante una macroplaza llena de espectadores y luego de ser encarcelado por la madrugada, Jesús llegó al palacio de Poncio Pilatos para ser juzgado por petición de los judíos por blasfemar contra Dios.
El Viernes Santo en Iztapalapa inició de una manera tranquila, bajo un cielo nublado y con la llegada de un Cristo maniatado, el cual fue presentado ante Poncio Pilatos, quién al no encontrar pruebas suficientes en su contra, ordenó su envío ante Herodes y él decidiera.
La gente que sin importar el sol que se dejaba asomar en algunas ocasiones y las horas de estar de pie vivía en carne propia el cansancio y las heridas que presentaba Cristo al ser juzgado.
Al estar ante Herodes Jesús se negó a hablar, provocando la ira de Herodes, pero a la vez su falta de carácter ya que igual se negó a castigarlo por no ser un criminal, sino un solo alborotador del pueblo por lo que mandó de vuelta al palacio de Pilatos al detenido y sus acusadores.
Con el grito de “Justicia, Justicia que salga el gobernador” los fariseos obligaban a Pilatos a sentenciar al Nazareno, ante su negatividad y la solicitud de su mujer al indicarle que él era inocente y se le había presentado en un sueño.
Nuevamente al estar frente a Pilatos y ante la furia del pueblo judío que solicitaba la cruz para Jesús, el emperador ordenó fuera flagelado ante la vista del pueblo, quienes le colocaron al finalizar su castigo una corona de espinas.
Acto seguido y al ver que el pueblo no estaba conforme, Poncio solicitó la presencia de Barrabás para que ellos eligieran a quien liberar y a quien sentenciar a la muerte de cruz.
Cómo era de esperarse el pueblo eligió la sentencia de Cristo de morir en la cruz además de obligarlo a cargarla hasta el lugar de su muerte, dando así inició al viacrucis.