Abanico
Nuestro idioma.
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
El español, segundo idioma más hablado del mundo, tiene diferencias, acepciones, en los diversos países que lo practican. Lo usan para definir objetos, alimentos y otros artículos. La estupenda crónica, –adjetivo bien empleado aquí—de la colega doña Teresa Gurza, nos permite comprender nuestro español en otras partes de Latinoamérica. La escritora y periodista mexicana, contrajo nupcias en la república de Chile en donde vivió un tiempo. Luego, ella y su esposo chileno, Matías, volvieron a México. Y nos recuerda Teresa, que las huellas de lo que caminaron juntos, ella y Matías nunca se olvidan.
Escribió: “Todos los que nos comunicamos en español, que después del chino es el segundo idioma más hablado del mundo, conocemos su riqueza lingüística. Y también, que no en todos los países las palabras significan lo mismo.
Lo que ahora parece no tener tanta importancia, porque la comunicación se hace a base de esos amarillos emojis, que todos entienden y con los que estamos regresando a la época de los jeroglíficos.
Hay, además, una generalizada tendencia a disfrazar las cosas; con lo que finalmente las palabras van perdiendo substancia.
Eso pasa mucho aquí en México con las agresivas palabras de Trumph, que Peña Nieto había ignorado; hasta que esta semana respondió creo que, de forma tardía y débil, pero ha sido muy celebrado por simpatizantes y opositores.
Igual que su llamado a la unión de los mexicanos, que para mí sólo indica que no se ha dado cuenta que en relación a Trump, todos con excepción de él y de su canciller, hemos estado unidos.
Regresando al español y sus diferentes significados, en Chile la palabra regalona, por ejemplo, no define a una persona que obsequia mucho; sino a alguien mimado.
Y hacer un cariñito es allá, tener una atención o bajar el precio a algo.
Acaban de estar dos amigas chilenas en mi casa y las llevé a visitar pueblos cercanos; y en Tepoztlán una de ellas pidió al dueño de una tienda que le hiciera un cariñito en sus compras.
Extrañado, el tipo le acarició una mejilla y casi se lleva una cachetada; y cuando le expliqué la situación, respondió “cariñitos donde quiera y los que quiera, rebajas nada…”
Y al oír a mi resignada amiga decir que entonces cancelaría tal cual, empezó a regresar las cosas a los estantes; ignorando que en Chile, cancelar significa pagar.
Hay también algunas palabras inocuas en México, que son tomadas como insulto en algunos lugares latinoamericanos; como concha o papaya.
Y frutas netamente mexicanas, cuyos nombres no son respetados pese al derecho que debíamos tener de bautizarlas a nuestro antojo: como el aguacate al que en Sudamérica llaman palta; o el jitomate que se vuelven tomate.
Esa diferencia de significados, llegó a ocasionarme situaciones penosas o divertidas cuando recién casada con Matías, ignoraba yo muchos modismos.
Un día expliqué al personal de la casa, en que consistirían sus trabajos; y al decirle a Jovita la cocinera, que parte de su tarea era lavar los trastes, me miró horrorizada preguntó los de quienes y a qué horas.
Sorprendida, le respondí que los de todos los que estuvieran en la casa y después de cada alimento.
Aún más molesta, me pidió tiempo para consultarlo con su esposo Ernesto, que era el mozo.
Tras varias horas de espera, se presentaron los dos muy serios para decirme que por ser muy grande su necesidad de trabajo, aceptaban lavar los trastes de Matías y mío; pero solo esos y únicamente una vez al día y que si no se iban.
Rebatí diciéndoles que al contratarlos aseguraron que habían trabajado en varias embajadas; y me parecía raro, que ahí no hubieran lavado trastes.
¿Quién lo hacía? les pregunté y contestaron casi a gritos, “cada quien lavaba los suyos”.
Pregunté a Matías de la propuesta, inquiriendo si tomaríamos a alguien más solo para lavar trastes o si compraría una máquina.
Me miró azorado, preguntando porque quería yo que ellos lavaran nuestros trastes; después estalló en carcajadas y me dijo que trastes allá significa poto y que le parecía totalmente comprensible que no quisieran lavar los nuestros; ¿y qué es poto le pregunté? “culo” respondió.
En otra ocasión, compramos una canasta con fresas y cómo había invitados para “las once”, como en Chile se llama al té, pedí a Jovita: ´Láveme muy bien las fresitas, para servirlas a las visitas´.
Me preguntó cuántas lavaba, si las debía secar y en qué las debía poner; qué raras preguntas pensé, pero contesté que la mitad de las que había y que no las secara; y le entregué dos bonitas charolas mexicanas, para ponerlas.
Y ¡Ay Dios Mío!, a la hora de servir el té llega muy circunspecta, llevando sobre las charolas las cobijitas húmedas pero muy bien dobladitas, que estaban usando cuatro cachorritos nacidos pocos días antes.
Es que en Chile a las fresas se les dice frutillas; y como ella pensaba que yo seguía hablando pésimo el chileno, creyó que le dije fresitas, por decir frazaditas”.
Gracias doña Tere. Evocamos también a Matías.