Teléfono rojo/José Ureña
Candidatos y periodistas: ¿condescendencia premeditada?
El desfile de candidatos en los medios de comunicación es un imperativo del tiempo de campañas políticas; en principio, es el momento idóneo para que periodistas y medios noticiosos den espacio a los políticos para que la ciudadanía evalúe sus perfiles y propuestas. Los periodistas fungen como un ciudadano altamente informado y con habilidades probadas para ser los facilitadores del diálogo y los actores que inquieren con sagacidad las dudas que los diferentes sectores sociales tienen de los candidatos a representación popular.
En las semanas posteriores al debate de los candidatos a la presidencia de la República –y debido al alto raiting que produce la presencia de las principales figuras políticas- varios medios de comunicación organizaron mesas redondas donde los políticos acuerdan comparecer y establecer un diálogo ante los periodistas titulares de las principales empresas mediáticas del país.
El ejercicio parece simple: en libertad, con los juicios individuales y en representación de sector social, ideológico o económico de su predilección, los periodistas realizan una serie de preguntas a los candidatos y éstos deben expresar con claridad sus ideas y su aprovechar el espacio masivo para promover la imagen. El objetivo central de los periodistas es abrir el diálogo; el de los políticos, el convencer de entre las audiencias algún potencial votante. Sin embargo, algo parece no estar convenciendo a las audiencias ni a la ciudadanía.
Gracias a que el espacio de opinión ya no está sólo bajo el control de instituciones políticas o mediáticas formales, la ciudadanía cada vez utiliza más los recursos tecnológicos a su alcance para reclamar tanto la capacidad y desenvoltura de los candidatos como el profesionalismo o la probidad de los mismos comunicadores. Las redes sociales otorgan una herramienta democratizadora a la opinión pública, con todas las bondades y riesgos que ello conlleva; y en el particular caso de la contienda electoral actual, el fenómeno parece anteponer los negativos. Pero no hay que apasionarse mucho en esta idea.
¿Los periodistas se muestran más condescendientes con alguno de los candidatos? ¿Teniendo la oportunidad de hacer las preguntas que la sociedad realmente quiere hacer, prefieren callar beneficiando a los candidatos? ¿Por qué con ciertos políticos parecen ser más hábiles en su responsabilidad periodística que con otros? ¿Hay acuerdos innombrables que definen esta actitud de los representantes de los medios? ¿Qué tanto representan los intereses sociales los periodistas frente a los políticos? ¿Será todo responsabilidad de los comunicadores o también dependerá de las habilidades del político frente a ellos?
¿Será un problema que atañe sólo de los candidatos y los periodistas, a los políticos o a los medios? ¿Podría ser también de nosotros, las audiencias?
La respuesta es categórica: Sí.
Sin minimizar o relativizar las responsabilidades de los medios de comunicación y sus profesionales así como de los políticos y sus equipos de estrategia; las audiencias tienen hoy una gran responsabilidad en la construcción de la percepción de lo que sucede en los encuentros políticos-periodistas. Los prejuicios en contra o a favor de los participantes en estos ejercicios hablan antes de que el espectador lo note. Es un hecho que, aún sin que se haga la primera pregunta o el político exprese su primera idea, una buena parte de la audiencia tendrá su valoración o prejuicio de lo que está por seguir. Algunos querrán ver a periodistas combativos contra el político que les provoca animadversión y, aunque los periodistas hagan un trabajo moderadamente profesional, esa audiencia dirá que fueron complacientes. Otro tipo de audiencia creerá que el candidato de su preferencia fue ferozmente atacado por los periodistas, pero no será fácil que esos espectadores acepten que quizá no estuvo fino ni brillante el político de su predilección.
La comunicación contemporánea se realiza en un mundo complejo; políticos, periodistas y ciudadanía debemos reconocer esa complejidad y saber que los temas de la sociedad no se resuelven bajo prejuicios o simplificaciones porque eso sólo ayuda a la polarización social, al error, y al miedo. Saber la verdad es muy difícil en nuestra cultura actual, existe mucho escepticismo y demasiada confianza sectaria; pero la verdad existe, no es relativa, y para llegar a ella se requiere ecuanimidad, humildad. Reconocer que no se sabe todo, que nuestra cosmovisión puede mejorar con la evidencia y con la experiencia de otros, incluso cuando no piensan como nosotros.
@monroyfelipe