Lilia E. Cárdenas Treviño, líder social y promotora cultural
CIUDAD DE MÉXICO, 15 de mayo de 2018.- En diversas entrevistas y en esas tertulias de los años sesenta con sus amigos intelectuales, el escritor Juan Rulfo (San Gabriel, Sayula, Jalisco, 16 de mayo, 1917-Ciudad de México, 7 de enero, 1986), recordaba cuando en su adolescencia compró en un mercado de pulgas una cámara fotográfica de segunda mano por tal sólo 11 pesos, un objeto, que dijo, le cambió la vida al abrirle la perspectiva sobre las luces y las sombras que nos acompañan en cada momento de nuestras vidas.
En el 101 aniversario del natalicio del autor se le recuerda a través de su estrecha relación con el arte de las imágenes en movimiento y la manera como a lo largo de los años combinó su trabajo literario con el de adaptador de guiones y asesor de historias.
Precisamente estos dos rubros, añadió la Secretaría de Cultura en un comunicado, fueron los principales en los que Rulfo se desempeñó en la cinematografía, a veces como guionista de sus propias historias para los proyectos de diversos directores que figuraron en los años sesenta y setenta, pero también como supervisor literario e histórico para diversas producciones.
Con aquella cámara de rollo en blanco y negro, Juan Rulfo recorría, con tan sólo 16 años, los rincones de Guadalajara para capturar la actividad de las plazas, algunos amaneceres y ocasos en los que estaban presentes detalles arquitectónicos y coloquiales, sin olvidar esos paisajes que en cierta forma serían un antecedente de los que describiría más tarde en sus famosos cuentos y novelas.
En realidad cuando deambulaba con su cámara como un aficionado errante, no eran tiempos muy buenos para el joven Juan Rulfo, pues no había podido ingresar a la Universidad de Guadalajara por una huelga estudiantil y ante la insistencia de sus familiares tuvo que ingresar al seminario, cumpliendo con el deseo de su abuela, quien siempre le vio madera de sacerdote.
No obstante aquellas escapadas fotográficas surtieron un efecto inspirador en el futuro escritor, quien ahorraba todo su dinero para pagar los costosos revelados de sus experimentos fotográficos y a menudo después de contemplar las imágenes que le entregaban en un gran sobre de los laboratorios Julio de Jalisco, se inspiraba para hacer también sus primeras incursiones en la literatura.
Ese gusto por las imágenes y también por el cine al que no dejaba de acudir cada semana, lo llevaron a abandonar la carrera de seminarista y fue cuando comenzó la historia con su posterior traslado a la Ciudad de México, y después, su relación con el grupo de artistas e intelectuales que crearon en nuestro país uno de los movimientos culturales más importantes de mediados del siglo 20.
La aparición, a principios y mediados de los años cincuenta de El llano en llamas y Pedro Páramo, coincidió con su acercamiento a las producciones cinematográficas profesionales por invitación de su amigo Roberto Gavaldón con La Escondida, quien le confió la asesoría de los elementos históricos de la cinta, labor que Rulfo realizaba en el set y en la revisión de los borradores de guión en unos cuantos minutos y el resto lo dedicaba a deambular con su vieja cámara.
Pocos saben que la lente del escritor Rulfo capturó en el set a grandes estrellas como María Félix y Pedro Armendáriz, pero también participó en la fotografía con Roberto Gavaldón para el documental Terminal del Valle de México, que sirvió para que el escritor enriqueciera su acervo fotográfico con centenares de imágenes de las personas en las terminales, los trenes, las máquinas, los vagones, algunas de ellas, “dignas de premio”, en opinión de varios especialistas.
En adelante, la participación del autor en el cine siguió con el viento en favor al participar a principios de los años sesenta como coguionista en Paloma herida, de Emilio El Indio Fernández y poco después La fórmula secreta, una producción independiente que fue muy bien recibida en los festivales internacionales y donde sus textos fueron leídos nada menos que por el joven poeta Jaime Sabines.
Después de una experiencia poco satisfactoria con la adaptación cinematográfica que se realizó de su cuento Talpa, por parte del director Alfredo B. Crevenna y a la que Rulfo describió como “un asesinato”, el escritor decidió colaborar de lleno con Roberto Gavaldón y con Gabriel García Márquez en la adaptación cinematográfica de El gallo de oro, producción que fue protagonizada por Ignacio López Tarso y Lucha Villa.
Años después haría lo mismo con la adaptación de Pedro Páramo, dirigida por Carlos Velo en 1967 y para la que tuvo al igual que con Gavaldón un gran acercamiento con el director.
Sin embargo, los críticos coinciden en que la época no era la ideal para hacer justicia cinematográfica a la fuerza de la literatura de Juan Rulfo, pues ambas películas fueron consideradas fallidas al retratar con un estilo de tarjeta postal a un México idealizado y mermando el realismo con una ambientación.
De El gallo de oro se hicieron otras adaptaciones para cortometrajes y largometrajes, entre éstas la de Arturo Ripstein El imperio de la fortuna,en 1985 con un poco más de fuerza, pero de Pedro Páramo vinieron también adaptaciones de cine más independiente que fueron muy superiores a esos primeros intentos cinematográficos.
Un total de 37 películas en las que Rulfo participó como adaptador, como guionista o basadas en su obra, que se han producido en el imaginario cinematográfico mexicano, abarcando toda clase de estilos, formas de producción y épocas.
Las hay desde las excéntricas casi surrealistas como El rincón de las vírgenes, dirigida por Alberto Isaac y basada en los cuentos El día del derrumbe y Anacleto Morones, con la actuación de Emilio El Indio Fernández, hasta cortometrajes de buena hechura como El hombre, basado en el cuento del mismo nombre y que fue dirigido por José Luis Serrato, así como Paloma herida, filme coescrito entre Juan Rulfo y Emilio Fernández.