El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
La fortaleza de la vida democrática se cimenta también en la libertad de expresión y el ejercicio constante de la crítica.
Luego de escuchar a don Porfirio Muñoz Ledo –quítame el don, nos dijo hace 45 años- responder en el actual Congreso a Gerardo Fernández Noroña, de triste, muy triste memoria, le recordamos que cuando el hoy presidente de la Cámara de Diputados, como senador, interrumpió a su colega Irma Serrano.
Ella, desde arriba, a todo pulmón le soltó:
“No sé si seguir con mi disertación. O me bajo a romperte la madre”.
No se nos olvidará jamás que la vida es nuestro proyecto de construcción personal. La actitud y las decisiones que tomamos hoy forman lo que viviremos mañana.
Por eso, construyamos con sabiduría.
Y ponemos como ejemplo cuando un viejo carpintero decidió retirarse le dijo a su jefe que, aunque iba a extrañar su sueldo y trabajo, deseaba retirarse y estar con su familia.
El jefe se entristeció con la noticia, ya aquel hombre era su mejor carpintero. Decidió pedirle de favor que le construyera una última casa antes de retirarse.
El carpintero aceptó la proposición y empezó la construcción de su última casa con los materiales que le proporcionó el jefe pero, a medida que trabajaba, sintió que no le ponía toda su pasión al encargo.
Arrepentido de haber aceptado este encargo, el carpintero no puso el esfuerzo y la dedicación que acostumbraba en este tipo de trabajos.
Cada casa la había construido con gran esmero, pero ya estaba cansado y sentía que su jefe le había presionado para que construyera una última casa.
Cuando el carpintero terminó la construcción, el jefe vino muy contento y le entregó la llave de aquella casa diciéndole: «Ahora es tu casa. Es mi regalo para ti y tu familia por tantos años de buen servicio».
El carpintero sintió que le tragaba la tierra… Si tan sólo él hubiese sabido que construía su propia casa, le habría dedicado más esfuerzo y talento.
Lo mismo pasa con nosotros.
Construimos nuestras vidas cada día y a menudo no ponemos el suficiente empeño para conseguir lo mejor de nosotros mismos.
Y después… nos damos cuenta de que tenemos que vivir en «la casa» que hemos construido, y nos lamentamos diciéndonos que si pudiéramos hacerlo de nuevo, las cosas serían diferentes.
Pero no podemos volver atrás.
Nosotros somos los carpinteros de nuestras vidas y cada día construimos nuestra casa al poner clavos, pulir la madera, amontonar tablones.
Así que recuerda lo que te decimos al principio. No se te olvide.