El presupuesto es un laberinto
Y entonces fueron atravesados por el filo de las bayonetas.
A medio siglo de la conmemoración de la matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, muchas son las verdades de ese hecho ominoso, pero más las dudas por aclarar.
El movimiento estudiantil que nos dejó como legado tres de las garantías ciudadanas fundamentales, como son: libertad, justicia y democracia, es hoy motivo de homenaje en los recintos legislativos y diversos foros sociales y académicos. Es también motivo de un grito colectivo que clama por un “¡Nunca más! Nunca más un joven muerto o desparecido. Nunca más el uso de las Fuerzas Armadas para reprimir legítimas protestas. Nunca más la violencia e irracionalidad frente a los problemas sociales.
Es también motivo de días de recuerdo y reflexión con multitudinarias marchas, como la escenificada el martes pasado. De la Plaza de las Tres Culturas partieron festivos y emotivos más de 50 mil almas a quienes se sumaron otras 40 mil más para llenar la plancha del Zócalo capitalino y exigir en una sola voz: justicia. Justicia para los caídos el 2 de octubre que aquel funesto año, justicia para los desaparecidos de Ayotzinapa.
“Ni perdón, ni olvido”, fue entre muchas de las consignas, la más escuchada, la más demandada, la más exigente. Queda pues para las autoridades abrir las carpetas de investigación de aquellos hechos, abrir los expedientes y documentos que tiene el Ejército sobre su actuación y las órdenes recibidas por el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez.
Las dudas y los vacíos obedecen a que entonces había un control férreo de los medios de comunicación que jugaron un papel lamentable, más aún los televisivos. Desfachatez total al señalar al día siguiente de la masacre que era “un día soleado”, como si nada hubiera pasado. También tristes y lamentables los reportes de los medios escritos que hablaban de enfrentamientos del Ejercito con francotiradores, como cabeceó el diario Excélsior, dirigido ya por Julio Scherer García.
Dos espléndidas crónicas escritas por dos talentosos reporteros de aquella época y que fueron testigos de los hechos no fueron publicadas, sino hasta años después. La mayoría de los diarios, noticieros radiofónicos y televisivos se encargaron de ocultar los hechos, manipularlos y hasta negarlos. Algunos, inclusive, justificaron la represión contra los estudiantes que venía creciendo a partir de los meses de agosto y septiembre. Hoy, 50 años después, muchos de esos medios recrean ampliamente los sucesos con programas y ediciones especiales.
Al menos el movimiento estudiantil les permitió la plena libertad de expresión y manifestación de la que ahora gozan.
Hoy el reto a develar está no sólo en dilucidar el número de muertos. El mismo presidente asesino reconoció que su exagerada reacción ocasionó la muerte de 38 estudiantes, algunas cifras de medios independientes de entonces hablaron de hasta 78, los estudiantes y sus líderes la dejaron en 300, en tanto que la prensa internacional, como el diario inglés The Guardian, llegó a mencionar hasta 350 el número de los caídos y atravesados por bayonetas caladas a manos de soldados o ejecutados a corta distancia por integrantes del Batallón Olimpia –cuerpo paramilitar, entrenado por el entonces Estado mayo y creado para capturar, amedrentar y desaparecer a los integrantes y líderes del Comité de Huelga
Otro punto a indagar y sin duda de enorme trascendencia es el quiénes iniciaron los disparos. Los diarios hablan de francotiradores, comunistas y hasta terroristas que dispararon contra el Ejército y esté respondió rafagueando la fachada del edificio Chihuahua. Leo con atención la muy recomendable crónica de mi amigo Francisco Ortiz Pinchetti, quien estuvo ahí, en el edificio Chihuahua, de la Unidad Tlatelolco, reporteando los hechos. Asegura –y le creo, pues además de ser un gran profesional es hombre de palabra—que los primeros cuatro disparos hechos hacia quienes estaban en la plaza, fueron de parte un integrante del Batallón Olimpia. El Ejército respondió a la agresión y se armó la balacera.
El mismo hecho fue relatado por Rodolfo Rojas Zea, entonces reportero del diario el Día y quien recibiera un balazo en el glúteo. Su testimonio nunca fue publicado, el de Ortiz Pinchetti lo fue, pero muchos años después. También está el testimonio de Carlos Marín, de Milenio diario, quien asegura el Ejercito fue emboscado y ayudo a mucha gente a desalojar la plaza al grito de “corran cabrones”.
¿Por qué y para qué los integrantes del Batallón Olimpia dispararon contra sus mismos hermanos de armas? ¿Cuál era su misión, aprehender a los líderes estudiantiles, crear caos y división? ¿Quiénes movían a los integrantes de dicho batallón? ¿Quiénes sus mandos? Las dudas a medio siglo de distancia siguen ahí, y sólo la develación de los expedientes secretos del Ejército dará luz al caso, como luz darán en el caso de los jóvenes desparecidos de Ayotzinapa.
2 de octubre nunca se olvidará y quedará en la memoria colectiva de todo buen mexicano. Urge saber los detalles y dar justicia a los caídos, a ellos y sus familiares y amigos.
Propongo que las placas que hacen alusión a la triste memoria de Díaz Ordaz, sean sustituidas por unas que recen y hablen de la gesta estudiantil, de aquellos que dieron la vida en la lucha por la libertad.