Abanico
Perseguidos por su fe
En 2010, una horda de pobladores de San Andrés Yaá, Oaxaca, destruyó la iglesia evangélica Monte Sinaí, por órdenes del presidente municipal Macedonio Martínez Ventura, porque en ese templo se profesaba una fe diferente a la católica, prevaleciente en la zona.
Como en la época colonial, cuando la inquisición mexicana perseguía judíos para que renunciaran a sus creencias, el alcalde, apoyado por un síndico, de nombre Ezequiel Alejo Lucas, hizo firmar un documento al pastor del templo para que abjurara públicamente de su sentir religioso.
Así, el ministro Imeldo Amaya y su hermano Claudio, en poco tiempo perdieron el templo en el que se daba servicio espiritual a la comunidad de ese pueblo oaxaqueño.
Se salvaron de ser linchados, pero fueron incomunicados por más de 24 horas, en una detención semi clandestina, en la que no se les informó de que delito se les acusaba: sólo la animadversión del presidente municipal hacia su religión evangélica.
A pesar de que la iglesia contaba con el permiso de la Secretaría de Gobernación SGAR3222/2009, las ‘autoridades’, encabezadas por Martínez Ventura, refundieron en un calabozo al pastor Imeldo.
Presionado por la grey evangélica del pastor, al alcalde no le quedó otra más que soltar a Imeldo, quien huyo de San Andrés Yaá por el temor a ser agredido por la turba azuzada por Martínez Ventura.
Sin embargo, la iglesia fue incautada por la presidencia municipal que, basada en un alegato de ‘usos y costumbres’, consideró que el inmueble pertenecía a la ‘comunidad’ (en realidad se la apropió el munícipe), puesto que en el poblado el credo evangélico no tiene ningún vínculo con los pobladores.
Imeldo comenzó una batalla de ocho años que en este 2018 empieza a definirse. El juez de Distrito de Villa Alta, a 13 kilómetros de distancia de San Andrés Yaá, acudió al pueblo y, al no encontrar documentos que demostraran la propiedad del inmueble a manos del municipio, determinó que el pastor regresara al lugar.
La organización Puertas Abiertas, encargada de defender a cristianos perseguidos, apoya a Imeldo, como lo ha hecho en muchos otros casos de persecución religiosa.
La Constitución garantiza la libertad de culto, pero en la vida real, son numerosos los ejemplos de agresiones en contra de representantes de iglesias minoritarias que, en algunos casos, han incluido los homicidios de quienes se niegan a negar sus creencias. No estamos en la época colonial ni bajo el mandato de Plutarco Elías Calles, pero esa lamentable situación se repite cotidianamente.
Es precisamente la organización no gubernamental Puertas Abiertas la que advierte que “todas las iglesias están afectadas por la persecución en México, pero no todas la experimentan del mismo modo o con la misma intensidad”.
En lugares controlados por el crimen organizado hay iglesias activas que están bajo la mira. Los grupos criminales atacan iglesias, emiten amenazas de muerte y asesinan a líderes cristianos para intimidarlos y silenciarlos, cuando los consideran un obstáculo a sus intereses.
En otro tipo de persecución, en las comunidades indígenas no es extraño que las familias cristianas sean castigadas por abandonar sus costumbres tribales y sean expulsadas de sus hogares.
Otros casos de amenazas son las que sufren las denominaciones cristianas fuera de la Iglesia Católica, afectadas por qué no gozan de los mismos privilegios y se consideran como inferiores.
Al mencionar ejemplos de persecución, Puertas Abiertas indica que en 2017 miembros de las comunidades indígenas de Chiapas y Jalisco que se convirtieron en protestantes, enfrentaron sanciones económicas y en algunos casos fueron encarcelados sin razón alguna.
“Desde que Peña Nieto asumiera el cargo de presidente en 2012, 18 sacerdotes han sido asesinados. México ocupa el primer puesto en ataques a sacerdotes católicos, habiendo ocurrido el mayor número de muertes en áreas de tráfico de drogas en las que los sacerdotes estaban trabajando”, menciona la ONG.
Sin importar a que rama del cristianismo pertenezcan, los ministros o sacerdotes enfrentan la persecución ejercida por quienes son mayoría en determinadas localidades. Quiénes dicen defender su fe, lo hacen en ocasiones con lujo de violencia, con lo cual olvidan la principal premisa que Cristo legó a la humanidad: el amor al prójimo, sentimiento que, evidentemente, ellos no conocen.