Corrupción: un país de cínicos
Periodismo de sol y sombra
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
La charla entre periodistas sobre la corrección de estilo que, por desgracia, ya no se da en todos los medios, nos permite platicarla, con el debido respeto, a usted que nos lee. Y a ellos que nos escriben.
Ayer hablamos sobre “correr el lápiz”
A ello el colega Octavio Raziel García nos dice:
“Gracias por el tema mi estimado amigo. En el periódico donde trabajé 30 años (El Nacional) me tocaron muy buenos correctores de estilo. Recuerdo, entre otros, al maestro Esteban Durán Rosado (papá de nuestro amigo Raúl) Juan Rojano y a Antonio Cano. Todos ellos de lujo. “Mi maestro Durán Rosado fue quien me lanzó la respuesta sobre qué opinaba de las escuelas de periodismo: Lo mismo que de las de poesía, te podrán enseñar, rima, métrica y consonancia; pero el periodismo, se aprende en la calle y en las salas de redacción. “Además de leer, leer mucho (lo último, agregado mío) Mucho rollo. Tan tán @O. Un saludo cordial”.
Y el también filólogo José Antonio Aspiros Villagómez confirma y nos explica:
“Tiene toda la razón nuestro amigo @O: en la prensa capitalina que muchos todavía llaman «nacional», hubo muy buenos correctores, pero no de estilo, sino de ortografía y sintaxis, que es una parte muy importante, pero la corrección de estilo no se limita a lo gramatical. Para empezar, los medios deben tener un manual de estilo y todos deben ajustarse a él. Porque si no lo tienen, un corrector pondrá «estadounidense», «UNESCO» y «%», y el otro dejará «estadunidense», «Unesco» y «tanto por ciento», y así aparecerán, desiguales, en las mismas páginas.
Eso no es estilo. El medio debe determinar cuál prefiere y por qué. Eso sí, todo buen corrector deberá poner con minúsculas los sustantivos genéricos tales como títulos, cargos, días de la semana y meses del año, que son términos ordinarios.
Los manuales abarcan muchísimo más que la gramática. Las comas y los acentos no son todo (muchos creen que a eso se limita la corrección), si bien sospecho que son uno de los «cocos» de quienes nos interesa escribir bien.
La coma -por ejemplo- es para mí todo un tema porque me peleo con ella siempre que reviso lo que escribí. Quito, pongo y cambio comas, según voy modificando mi párrafo.
Y respeto la regla de que los elementos de la oración (sujeto, verbo y complemento) no deben llevar comas entre sí. Lo malo es que si me equivoco con eso, o repito palabras en vez de recurrir a sinónimos, no tengo quien me corrija y habrá uno que otro lector que lo note.
Los manuales tienen que ver también con cómo unificar nombres de países, gentilicios, siglas, iniciales, acrónimos, cómo escribir cifras y signos, el tamaño de los párrafos, la extensión de las notas y muchos aspectos más que ahora se me escapan.
También tiene razón Octavio en que a reportear se aprende en la calle y a escribir, en la sala de redacción. Pero en todos los casos depende mucho de quiénes son nuestros maestros.
Reconozco mi pecado de haber aprendido periodismo en un las aulas. Y aún en esos casos, el resultado depende también de quiénes son los alumnos.
Donde me gradué, muchos resultamos del montón, pero otros -una buena cantidad- han sido brillantes reporteros y de ahí hacia arriba, hasta llegar algunos a directores de medios o a ser eso que llaman «líderes de opinión».
A mi parecer, el periodismo no comienza ni termina en la reporteada. Hay periodismo de sol y de sombra.
Y el aprendizaje no se constriñe a tener suerte, audacia y buenos contactos, y hacer buenas entrevistas o reportajes (no siempre bien escritos).
Hay detrás toda una base teórica y conceptual y un conjunto de materias complementarias para una formación profesional más o menos redonda, que se debe actualizar permanentemente.
Aunque también hay quienes sin esas bases fueron exitosos, y quienes con esas bases se quedaron a la zaga, sin reflectores.
Creo que ahora más que nunca, estilo y escuela son indispensables.
Las nuevas tecnologías han traído como consecuencia la aparición de otras formas de trabajar y nuevos géneros informativos «multimedia» que los periodistas tradicionales (de escuela o de calle) no dominan con facilidad, pues las herramientas ya no son las mismas, sino más sofisticadas y demandan el dominio de multifunciones, más velocidad y -tristemente- no siempre el mismo cuidado con los contenidos.
Lo que no es comprensible, es que con todo y sus habilidades de pulpo, haya quienes escriben pésimamente y no hagan honor a sus títulos profesionales.
El idioma y no los fierros (sean máquinas mecánicas o modernos «smartphone»), siempre ha sido la principal herramienta de nuestro trabajo.
Nunca he aceptado la prisa con que se debe trabajar, como pretexto para escribir mal, porque el idioma lo aprendimos desde la primaria y además contamos con infinidad de obras de consulta cuando hay dudas (que todos tenemos; sólo los soberbios no dudan), y como bien dice OR, leer, leer, leer.
¿Qué leer? Buena literatura para que algo se nos pegue de cómo escribir mejor, pero también obras relacionadas con nuestra profesión. El maestro Vicente Leñero nos recomendaba las novelas policiacas por su parecido con los géneros periodísticos.
¿Por qué puse todo esto y me extendí tanto? Ya no me acuerdo, pero fue gratis, me disculpo si abusé y además mando saludos y buenos deseos para todos. A”.
Nosotros refrendamos que las pláticas de los amigos, como Octavio y José Antonio son enseñanza no sólo para los tecleadores, sino para los omisos.
En nuestro oficio o profesión, como se le quiera llamar, muchos vemos pero no miramos.