Descomplicado
¡Se justifica AMLO, igual que Díaz Ordaz…!
Durante décadas –sobre todo en el México autoritario de Díaz Ordaz y Luis Echeverría–, la derecha del PAN y la izquierda del PCM cuestionaron severamente el culto al presidente y a la infalibilidad presidencial.
Los presidentes de aquellos años eran dioses intocables, inalcanzables, omnipotentes, omnipresentes e infalibles; dioses a los que debía venerarse por su inmensa sabiduría y, sobre todo, porque su palabra era palabra divina.
En esos años los excesos del presidencialismo eran cuestionados por feroces críticos de la izquierda –como Pablo Gómez, hoy dócil gatito de Morena–, y hasta por ex priístas como Porfirio Muñoz Ledo, quien llegó a decir que “si el PRI designa a una vaca como candidato presidencial, la vaca era presidente”.
Y ay de aquel que se atreviera a cuestionar al Presidente en turno; a insinuar siquiera que el Presidente pudiera cometer una torpeza, un exceso o una ruindad, porque era aplastado por la mano divina.
Los excesos presidenciales eran tales que hoy está probada no sólo la torpeza de Gustavo Díaz Ordaz al ordenar la masacre del 68 en Tlatelolco –en respuesta a que los jóvenes ridiculizaron su autoritarismo–, sino que Luis Echeverría ordenó el secuestro y crimen de Eugenio Garza Sada, en Monterrey, como represalia contra empresarios que hicieron frente al Presidente populista.
Hoy, igual que en aquellos años, los opositores mueren en “accidentes” que a nadie importa investigar y los empresarios críticos del régimen aparecen “suicidados”, a pesar de que los familiares rechazan tendencias suicidas.
Y también hoy tenemos en México a un presidente que cree que el poder presidencial es un poder divino; que ser Presidente lo hace omnipotente, omnipresente, sabio, simpático, guapo, dueño de las vidas y, sobre todo, infalible.
Y es que a 50 días de cargar el peso del poder presidencial, López Obrador ya perdió toda proporción de la realidad.
Obrador no se comporta como un Presidente sino como un rey; ordena sin ton ni son –muchas veces violentando la Constitución–; regaña sin freno, pontifica en la plaza pública no como Presidente sino como predicador y, cual tirano, juega con la vida de los ciudadanos.
Y, todo, sin que nadie diga nada, sin freno y menos contrapesos.
Por eso obligan las preguntas.
¿Qué significa, por ejemplo, que el Presidente ofrezca disculpas a la sociedad “por los daños, sacrificios y molestias” de su lucha contra el robo de combustible?.
Al buen entendedor, pocas palabras. Significa que Obrador reconoce la culpa del Estado en la tragedia de Hidalgo; culpa surgida de la responsabilidad de sus decisiones, de una caprichosa y hasta ilegal manera de gobernar.
Significa que las acciones equivocadas de las instituciones del Estado –un Estado encabezado por Obrador–, detonaron la muerte de casi 80 personas y heridas irremediables a otras tantas.
Y, frente a esa realidad, debemos volver a preguntar.
¿Recuerdan cómo justificó Díaz Ordaz la masacre de Tlatelolco? Dijo; “asumo íntegramente la responsabilidad personal, ética, social, jurídica, política e histórica, por las decisiones del gobierno en relación a los acontecimientos del año pasado”; de 1968.
A pocas horas de la tragedia de Tlahuelilpan, en Hidalgo, el Presidente Obrador dejó ver que cree ser dueño de la vida de los ciudadanos y que si en la lucha contra el robo de combustible se pierden vidas, es porque “la patria es primero”.
Así lo dijo; “Ofrezco a la gente disculpas si esta acción causa sacrificios, daños y molestias, pero lo tenemos que hacer; nos puede costar, pero la patria es primero; no voy a ceder en la lucha contra la corrupción”.
¿Cree el Presidente Obrador que es dueño de las vidas, sean o no ladrones de combustible?
¿Cree que no importa sacrificar vidas, sean o no de ladrones de combustible, con tal de llevar adelante su proyecto?
¿No está actuando Obrador, igual que Díaz Ordaz?
Al tiempo.