Visión financiera/Georgina Howard
Anoche nos tocó a nosotros
Voy a platicar lo que anoche nos tocó a nosotros. Nos atracaron dentro de nuestra casa de La Florida, Naucalpan. Fue, en verdad, aterrador. Es la palabra.
Tres hombres armados, a las 18.45 nos sometieron.
A la recámara, en donde descanso, se precipitaron, y ante los gritos de terror de la enfermera que nos asiste. Cortaron cartucho y advirtieron “nadie se mueva. En dónde están los demás”, preguntaron. Y al comprobar que nadie más habita la casa, exclamaron: “Nos equivocamos”.
No obstante, mientras dos apuntaban su artillería contra la enfermera, en su silla, y al que les narra, tendido, con piyama, sobre la cama, el tercero con descomunal puñal –perdón por adjetivos-, con voz suave, amable y cordial nos dijo:
“Cierren los ojos. No nos vean”. A nuestra cuidadora le cubrieron la cabeza con una funda de almohada. A nosotros, insistió, cierre los ojos.
Lo hicimos. Pero nos sobrepusimos y gritamos: “No nos hagan daño. Llévense lo que quieren. Respétenos”.
“Dónde están las joyas y el dinero”, preguntaron y ella explicó. No existen en esta casa. E inmediatamente le amarraron manos y pies con dos corbatas nuestras.
Insistió con nosotros. Respondimos: “No oigo. Soy Sordo. Estoy paralítico.
Entonces, al comprobar no nos podíamos mover, Tomó la servilleta, transparente por ser de lino, que utilizamos en la recámara para mis alimentos y, con cuidado, cubrió nuestro rostro.
Grite con súplica: “No Vayan a dañar a la señorita enfermera”. No se preocupe, dijo. A nosotros no hubo inmovilización de extremidades.
Mientras tanto, equivocados o no, comenzaron dos a vaciar cajón por cajón. En tanto el cordial apuntaba con su escuadra.
Así transcurrieron diez quince minutos de terror, es la palabra justa, en espera de un desenlace fatal.
Escuchamos que uno se comunicaba por radio, no teléfono, con un cuarto, que después supimos respondía desde el vehículo de ellos, estacionado fuera del domicilio.
Escuchamos un dialogo:
“Aquellos,– seguramente se referían a los policía y la patrulla rondín–, pasaron de largo. Pero van dos veces que lo hacen”. “Vivo”.
Unos minutos después se oyó la voz del delincuente externo:
“Sí, Pancho, ya estoy listo. Solamente espero que salgas para irnos al cine”. “Pasa frente a mí la patrulla, a la que saludo”
Dos, tres, cinco minutos después pregunté a la enfermera: “Ya se fueron”. Todavía no, respondió. Aguardamos otro rato, mientras rezaba en silencio una oración.
Volvimos a preguntar. “Creo que sí…” Retiramos la servilleta del rostro, y lo comprobamos.
Con dificultad llegué hasta la silla en donde la enfermera estaba amarrada. Quitamos de su cabeza la funda y nos pidió desamarrarla. Con La dificultad de mi parálisis izquierda, pudimos.
Ya entonces, con su ayuda y la andadera, recorrimos la casa.
La principal, en donde estaba, todo estaba revuelto. Como en las películas policiacas, un regadero de papeles, ropa. Etcétera.
Faltaba mi cartera con 420 pesos y tarjetas de crédito. La credencial de cuando colaboré en el Poder Judicial de la Federación, como director general. Más tarde las encontraría. Con Tarjetas, pero sin efectivo. Nada se llevaron que los pudiera identificar si lo capturaran.
No había, ni tenemos, joyas. Y el dinero es escaso. Pero tomaron nuestros juegos de pluma, tres relojes de pulso suizos. Y cinco Rolex…chinos.
Saco en conclusión que se equivocaron de domicilio. Robaron en una recámara. Aterraron a las dos personas.
Porque no se llevaron nada de las otras recámaras. Y menos de nuestro despacho. Teles, computadora, pinturas permanecieron en su lugar.
Semi repuestos del susto, a nuestro llamado acudió don Jorge y su esposa Marta. Llegaron con el comandante policíaco de la Florida y cuatro elementos, entre ellos una dama. Luego de recorrer el revoltijo sugirieron denunciar el atraco.
Nosotros como viejos reporteros de policía, agradecimos y convine con mi hijo, abogado, no dar guerra al Ministerio Público. Ya con mucho robos más por investigar y sin solucionar.
Vecinos que al ver el movimiento de patrullas frente a la casa, se comunicaron para ofrecer ayuda. Nos platicaron, textualmente:
“Hoy le tocó a usted don Ravelo. Fue su sábado. Como ha sido igual en otras casas en pasadas fecha, en esta colonia ya de viejos”
Tienen razón los vecinos. La Florida, ahora, después de 55 años de fundada, la habitamos gente muy mayor.
Los que acudimos a la iglesia del Campo Florida nos saludamos con entusiasmo.
Unos vamos en andadera. Otros en silla de ruedas. Lo más acompañados. Pero todos, los que tienen, con pelo blanco.
Nuestro caso, similar a los propietarios de las ochocientas casas, llegamos jóvenes. Recién casados o con hijos pequeñitos.
Ellos, con el tiempo crecieron y tomaron su rumbo. Y nosotros, muchos y muchas hemos perdido nuestra compañía. Pero seguimos en La Florida.