Teléfono rojo/José Ureña
Balas perdidas
Hendrik Cuacuas y Aiddé Mendoza fallecieron de manera inesperada y absurda. Sin que sus asesinos fueran vistos por algún testigo, sin que mediara algún motivo evidente. Simplemente se desplomaron en el lugar en que se encontraban, heridos de muerte.
Los dos se encontraban en un lugar cerrado. Fuera de cualquier peligro, sin la mejor sospecha de que en unos cuantos segundos perderían la vida, por un disparo de arma de fuego.
El pequeño Hendrik, de 10 años de edad y la también joven Aiddé, de 18 años, son dos víctimas de la violencia irracional que vive la Ciudad de México. Nadie puede pensar en que puede recibir un balazo cuando asiste al cine o a clases y ellos murieron de esa manera.
La mala fortuna también envolvió al mecánico Jorge Gerardo Herrera, victimado a balazos mientras arreglaba un coche. ‘El diablo anda suelto’, había comentado momentos antes de fallecer, cuando percibió a una docena de camionetas circulando alrededor de su taller.
Ellos eran personas con actividades normales, pero fueron víctimas de balas perdidas que les cortaron la vida, sin que se haya encontrado a los presuntos responsables.
Era el 2 de noviembre de 2012 y Hendrik se encontraba junto con su hermano y su papá en el interior de la sala Cinepolis de Iztapalapa. Era Día de Muertos, fecha de asueto, y su familia aprovechó para ver la película Ralph El Demoledor.
En un momento, se escuchó un chasquido y el pequeño Hendrik se tocó la cabeza y cayó al suelo, en donde se empezó a convulsionar.
Asustado por el comportamiento de su hijo, el padre del menor, Enrique Cuacuas, llamó al personal del cine para ser auxiliado, en lo que parecía ser un ataque de origen neurológico.
Jamás llegó la ambulancia que había sido solicitada y personal de la empresa cinematográfica traslado en un auto al pequeño a un hospital privado, a donde prácticamente tuvo que perseguirlos el señor Cuacuas.
Después de dos días de permanecer hospitalizado, finalmente el pequeño falleció por las heridas provocadas por una bala de calibre 0.22 que hasta la fecha no se sabe quién la disparó.
Los estudios de balística realizados confirmaron que el proyectil había perforado el techo del cine y había herido mortalmente al pequeño. Las autoridades determinaron que se trató de una bala perdida.
Hendrik murió en un cine de manera absurda, Aiddé falleció recientemente en su salón de clase, en el CCH Oriente, de la delegación Iztapalapa, otra vez Iztapalapa, mientras tomaba una clase de matemáticas.
Su cuerpo fue herido mortalmente por una bala de calibre 0.9 milímetros, reglamentaria del Ejército Mexicano, que por lo menos fue disparada de una distancia de 300 metros, de acuerdo a una prueba de balística.
Antes de ese examen, su muerte era un misterio, ninguno de sus compañeros había visto al agresor, porque de hecho en el salón sólo se encontraban ellos y su profesor.
Una versión de las causas de la agresión se ha difundido en los últimos días y señala que ese balazo iba dirigido en realidad para el maestro, por alguien que disparó fuera del plantel de la UNAM. Sin embargo, no hay nada cierto. El dictamen momentáneo es que se trató de una bala perdida.
También una ráfaga de balazos, de la que no se supo nunca el origen, cegó la vida del mecánico Jorge Gerardo Herrera, quien reparaba un auto en su taller de Ocotlán, Jalisco, el 19 de marzo de 2015.
Ese día, el técnico alcanzó a ver cómo merodeaban en su calle varias camionetas con vidrios polarizados. Sintió temor y alcanzó a comentar a algunas personas cercanas ‘El diablo anda suelto’.
Desgraciadamente su vaticinio no era equivocado, en pocos segundos se desató una balacera en la que participaron grupos delincuenciales rivales. Como resultado de ello, fallecieron 11 personas, entre ellos tres habitantes de Ocotlán, que murieron por las lesiones provocadas por balas perdidas.
Un pequeño en el cine, una joven en su salón de clase, un mecánico trabajando, tres vidas, tres víctimas, tres personas, balas perdidas, ningún responsable.