El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
No es maestro. Si Luzbel
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Bien dice y dice bien la escritora y sicóloga doña Rusia Macgregor:
“México es un país maravilloso, pese a los miles de mexicanos que quieren acabar con él y no han podido”.
Por eso pagan muchos justos por poquitos pecadores.
Mejor hablemos del diablo. Que de los que se dicen educadores muy movidos en tierra Azteca.
Pero en su provecho. No de la niñez.
Primero pregunta:
Luzbel ¿Dónde estás?
Y nos explica un experto, poeta y escritor don Octavio García. Creemos, lo conoce bien.
“El infierno existe y es eterno”, sentenció el ahora papa emérito Benedicto XVI, que deja atrás el de Comala, de Rulfo, o la teología de Borges, que lo habían reducido a literatura fantástica.
Con el Averno regresa a la escena el ya desprestigiado Diablo, Satanás, Demonio, Lucifer, Satán, Astarot, el pingo, el chamuco, etcétera.
Los agnósticos, desde el siglo II afirmaban que el hombre conocía, intuitivamente la esencia divina en este mundo tan perfectamente como Dios se conoce a sí mismo.
Sin embargo, faltaba algo, y ese algo era el malvado; para ello, mil años más adelante, esto es, en 1215, en el IV Concilio de Letrán, por decreto fue creado el Diablo.
El cristianismo comenzó a sentar bases firmes en occidente con una mezcla de las culturas celta y mediterránea -en el siglo XIII—lo que permitió no sólo la existencia de Jesús Cristo como Dios de los cristianos sino, con la intervención de Santo Tomás de Aquino, se declaró que Satanás actuaba en la tierra.
Esto es, el demonio no era una cosa fantástica que vivía en un infierno geográficamente indeterminado, sino que campeaba en el mundo real.
Un siglo después –en el XIV- el Papa, mediante una bula, declara oficialmente la existencia del Príncipe de las Tinieblas, y en el siglo XV, en Alemania, le dan forma a la cara y cuerpo.
Así, la religión tenía un trabajo creíble: perseguir y eliminar al Demonio, engendrador del mal y de los males de la tierra.
El papa Paulo VI, en 1974, afirmó que ‘el Demonio existe, no sólo como símbolo del mal, sino como realidad física’.
En el parque de El retiro, en Madrid, existe la única escultura dedicada al Ángel Caído, Luzbel. Erigida en 1874 por iniciativa del duque Fernán Núñez, es obra de Ricardo Bellver (escultura principal) y de Francisco Jareño (pedestal)
Pese a la protesta de algunos sectores sociales, a principios del siglo pasado, la fuente, una de las bellas de Madrid, es visita obligada de todo turista que se precie de culto.
Para los mexicanos, el diablo llega con los frailes y con la santa Inquisición, pues las antiguas culturas nativas no lo tenían contemplado tal como lo imaginaron los cristianos.
Metztli era la diosa azteca de la noche que vagaba por el Mictlan, una especie de infierno; aunque en éste lugar no había llamas donde danzaran los demonios.
Entre los mexicanos, el diablo –como la muerte—ha pasado a ser parte del folclorismo nacional.
En la visita que hace el Supremo a la tierra –en el libro “La tournée de Dios”, de Enrique Jardiel Poncela—Éste, Dios, afirma que el Diablo es un caso de obcecación, que está completamente loco y que lo había dejado por imposible.
Según Dios, nunca ha estado de acuerdo con su contraparte por un concepto totalmente distinto de la existencia.
“Para mí –dice el Creador—la existencia está basada en el dolor y su consecuente es el placer. Para el Diablo, la existencia está basada en el placer y ¡naturalmente! su consecuente es el dolor. Ésta, y nada más que ésta, es la razón del desacuerdo entre él y Yo”; termina Dios.
Para Hugo Chávez, el pueblo estadounidense tenía a Satán en casa (George Bush).
De más de un asesino (Hitler, Sadán, Aznar, Blair, Pinochet, etcétera.) podría argumentarse lo mismo.
María Nereida aconsejaba, para cuando se extraviara un objeto, invocarlo: “Que se lo lleve el diablo por amor a Dios”; ante este argumento, seguro aparece de inmediato lo perdido.
Más sabe el diablo por viejo que por diablo; el diablo metió la cola en el asunto, tratos con el diablo, cabalgar con el diablo, ser un pobre diablo, es un pingo.
Cuántas frases han sido acuñadas a costillas del desprestigiado personaje de la imaginería del ser humano.
Concluiríamos este extraordinario relato de don Octavio García, con una sola frase:
Sabemos que el bien no se puede perfeccionar, pero la maldad sí.