Jubileo 2025: Llevar esperanza a donde se ha perdido
Así está Guerrero
Xaltianguis es un poblado del municipio de Acapulco cuya característica actual es que por sí mismo –al margen de la violencia existente en el puerto– rivaliza con Minatitlán o Cuernavaca por los hechos sangrientos que han ocurrido en sus calles en las semanas recientes.
El 4 de abril se hizo estallar ahí un coche-bomba, un atentado insólito que hizo recordar los peores años de la violencia en Colombia. Y hace dos semanas, el 7 de mayo, fue el teatro de un enfrentamiento a balazos entre dos grupos de autodefensas que duró tres horas y que, milagrosamente, dejó un saldo de sólo dos muertos. A eso habría que sumar un ataque previo, ejecutado el 2 de marzo, contra la casa de un comandante de las autodefensas de pugna, la UPOEG. Todo ello fue atribuido a un nebuloso grupo, también identificado como una familia, llamado Los Dumbos, en alianza con otro frente de autodefensas de la Sierra denominado Frente Unido de Policías Comunitarias del Estado de Guerrero (FUPCEG).
El gobierno de Acapulco y el gobierno de Guerrero están rebasados y son incapaces de reponer en Xaltianguis el control, el orden institucional mínimo que requiere cualquier comunidad, y el nuevo gobierno federal no parece haber reparado en la explosividad que se concentra día a día en el poblado.
El problema es la mezcla de autodefensas y grupos del crimen organizado que ha proliferado en los últimos años en Guerrero, y que por lo que respecta a los que hoy se disputan Xaltianguis, han encontrado en la cercanía de Acapulco un sitio estratégico para sus intereses. Es improbable demostrarlo, pero en el estado es de todos sabido que la infiltración del narcotráfico en los cuerpos de autodefensa se da por todos lados y casi en cualquiera de las más de veinte policías ciudadanas que existen en Guerrero, y hoy este cruce de intereses está radicado y a punto de hacer crisis ahí en Xaltianguis.
Todo empezó cuando la policía ciudadana de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero, la UPOEG, encabezada por el activista Bruno Plácido Valerio, decidió hace cinco años salir de las zonas indígenas y ocupar –ese es el término exacto, ocupar— poblaciones más urbanas cerca de ciudades como Chilpancingo y Acapulco. Al frente de cientos de hombres armados hasta con AK 47, Plácido Valerio tomó Tierra Colorada y El Ocotito, cerca de la capital del estado, y luego Xaltianguis, donde estableció bases que se hicieron permanentes. De Tierra Colorada, la UPOEG y Plácido Valerio fueron echados por una escisión de sus propias fuerzas, lo que dio lugar a una nueva policía ciudadana en ese municipio, el Frente Unido por la Seguridad y el Desarrollo de Guerrero (FUSDEG), que sería combatida por la UPOEG con un saldo hasta ahora de una veintena de muertos.
En Xaltianguis, la UPOEG había logrado permanecer sin ser molestado durante varios años. Incluso pudo incursionar en la periferia de Acapulco e introducirse en la zona de Cacahuatepec, las tierras en las que se desarrolla aún el conflicto social por la presa La Parota. Hizo todo esto con la complacencia de las autoridades. Hasta marzo pasado.
Sin que quede claro por qué, pero detrás de lo cual se adivinan motivos inconfesables, por esas fechas Los Dumbos se propusieron sacar de Xaltianguis a la UPOEG para instalarse en su lugar. En marzo no se supo bien a bien quién había atacado al comandante Ernesto Gallardo, brazo derecho de Bruno Plácido y cabeza de la UPOEG en Xaltianguis. Tampoco se entendió en abril el objetivo de hacer estallar un coche-bomba. Pero todo quedó claro la madrugada del 7 de mayo, cuando Los Dumbos dirigieron el feroz ataque que se prolongó por unas tres horas, y que acabó con la salida intempestiva de la policía ciudadana de la UPOEG, la instalación de Los Dumbos como la nueva fuerza en el poder, y la llegada posterior del Ejército, la Marina y la policía estatal, que según se informó, llegaron para quedarse.
Sería necesaria una explicación adicional de las autoridades sobre la participación del FUPCEG en el ataque del 7 de mayo. Primero por la naturaleza de la alianza entre este grupo, que agrupa a policías ciudadanas de cinco municipios de la Sierra o colindantes con ella, y Los Dumbos, ese extraño grupo sin forma que ha demostrado tener una gran fuerza. Luego porque Xaltianguis está a unos 200 kilómetros de las bases que el FUPCEG mantiene en la Sierra, al norte de Chilpancingo y principalmente en Filo de Caballos, lo que sin embargo no fue impedimento para trasladar a un número desconocido de hombres armados para caer sobre la UPOEG. ¿Cómo pudo el FUPCEG llevar a su ejército de un lado a otro sin ser interceptado por ninguna corporación oficial? El dirigente de la UPOEG, que por su parte sabe lo que es recibir apoyo de un gobierno, parece haberse preguntado eso mismo cuando pasado el ataque pidió al gobierno de Guerrero investigar los hechos con imparcialidad, sin inclinarse en favor del FUPCEG.
Sobre el FUPCEG penden directamente muchas dudas y preguntas, Este es el grupo que en noviembre pasado tomó a punta de pistola numerosas comunidades de la Sierra y despojó a cientos de familias de sus casas y propiedades. Esas familias se refugiaron en el municipio de Chichihualco en condiciones precarias, y son las mismas que a mediados de febrero decidieron ir a la Ciudad de México, instalar un campamento frente al Palacio Nacional y demandar apoyo al gobierno federal para regresar a sus pueblos y recuperar sus posesiones, lo que les fue prometido, pero todavía no ha sido cumplido.
A la luz de estas consideraciones, ¿qué es lo que sucedió en Xaltianguis? ¿Utilizó el gobierno de Guerrero a un grupo de autodefensas para sacar a otro que se había enquistado en ese lugar y que servía a intereses criminales? Con independencia de la respuesta que se dé a estas preguntas, el problema de fondo continúa intacto, y es la proliferación de grupos civiles armados y la infiltración de tales grupos por el crimen organizado.
Es decir: miles de armas empuñadas y miles de efectivos marchando al son de la delincuencia, pero con un discurso ciudadano, es lo que hoy predomina en Guerrero. El gobierno de Héctor Astudillo ha preferido mantener una conducta cauta para evitar una decisión incendiaria, pero es inocultable que no podrá conservar esa actitud por mucho tiempo más sin abdicar en los hechos al imperativo de la ley, cediendo de esa manera ante el acoso de tantos grupos armados. Xaltianguis es hoy la síntesis de Guerrero. Así está Guerrero.