El concierto del músico/Rodrigo Aridjis
La palabra no puede ser asesinada
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Es notable, pero nada asombrosa, la estupidez de quienes creen que mediante la eliminación de periodistas pueden protegerse a sí mismos o poner remedio al enojo, al desasosiego o a la inquietud social.
La palabra no puede ser asesinada. La memoria, tampoco.
Y para nosotros, escribir lo bueno, lo malo oficial, público o privado, significa publicar, hacernos oír, ya sea desde una gran cadena de periódicos, o en una modestísima revista provinciana y hasta en una simple hoja volandera.
Una y otra vez el resultado es, para ellos, contraproducente
Con el asesinato de Francisco Romero en Playa del Carmen, Quintana Roo, suman 7 periodistas asesinados en lo que va del año; de 1983 a la fecha suman 312 homicidios: 274 periodistas; 3 locutores; 10 trabajadores de prensa; 13 familiares y 10 amigos de comunicadores; y 2 civiles; además de 28 desapariciones forzadas pendientes de aclaración.
Esta cifra nos la proporciona el Colegio Nacional de Licenciados en periodismo, Conalipe..
Y don Antonio Pérez Manzano, embajador mexicano emérito, nos dice, “don Carlos, por considerar que puede ser de su interés retransmito un artículo referente al asesinato del periodista mexicano Manuel Buendía .Cordiales saludos”
Tras agradecerlo, nosotros lo compartimos, porque el colega periodista Miguel Ángel Sánchez de Armas con puntual precisión nos recuerda cuando hace treinta y cinco años murió asesinado Manuel Buendía Tellezgirón.
“El 30 de mayo de 1984 fue miércoles.
Por la tarde, el autor de “Red Privada” -la columna cuyo nombre al igual que “Siguiendo Pistas” de Alberto Ramírez de Aguilar, se hicieron sinónimo de lo mejor de nuestro periodismo de análisis y reflexión- abandonó la oficina que rentaba en un viejo edificio de Insurgentes, a la altura de la Zona Rosa, en la ciudad de México.
Se encaminó al estacionamiento público en donde guardaba su auto.
Ahí, en la puerta, fue emboscado. Un sicario lo ultimó de cinco tiros por la espalda.
El día pardeaba. Vehículos y peatones congestionaban la principal avenida de la capital. El crimen, frente a testigos, fue en realidad una ejecución, una advertencia. Las fotografías del cadáver de Buendía sobre la acera dieron la vuelta al país y al mundo con un claro mensaje: en aquel México, tal era el fin que aguardaba a los practicantes de un periodismo crítico, analítico y, sobre todo, independiente.
Treinta y cinco años han transcurrido y mucha agua ha pasado bajo nuestros puentes.
Hoy reconfirmamos que la muerte de Buendía fue ejemplar, pero no en el sentido en que quisieron sus asesinos.
Un instante después de la primera oleada de dolor y miedo, en el periodismo mexicano se refrendó el compromiso con la libertad. Y conforme pasan los años, nuevas generaciones de periodistas encuentran en Manuel Buendía un ejemplo de ética, valentía y rigor profesional.
Don Manuel sigue entre nosotros por la sencilla razón de que la esencia del periodismo en el que él creía sigue siendo la misma. Recuerdo a Buendía de muchas formas. Su calidez y el sentido de humor con que engalanaba su trato. La solidaridad y el culto a la amistad.
Una vez escribió: “Ni siquiera el último día de su vida, un verdadero periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose así para sus adentros: Hoy he descubierto algo importante, pero… ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!”
Un hombre comprometido y eficaz. Un periodista preocupado por definir el oficio: “El periodismo no nos permite vivir de ‘lo que fue’, de ‘lo que el viento se llevó’.
Al contrario: nos obliga a vivir para lo que es. Un periodista no puede permitir que sus amigos le organicen, como a un pintor, exposiciones retrospectivas.
“Tampoco podemos arrullarnos, como las viejas actrices, en la nostalgia del álbum fotográfico o en el recuerdo de aquellas marquesinas que bordaban nuestro nombre con foquitos de colores. Ni andamos por ahí como los veteranos de una guerra ya olvidada, luciendo antiguas condecoraciones y un atuendo pasado de moda.
“Los periodistas, como el combatiente sin relevo, vivimos y morimos con el uniforme de campaña puesto y el fusil humeante entre las manos. “Dicho de otro modo menos melodramático: los militantes del periodismo – por vocación y por destino- tenemos que ser, aquí y ahora; y para nosotros ser significa publicar, hacernos oír, ya sea desde una gran cadena de periódicos, o en una modestísima revista provinciana y hasta en una simple hoja volandera.
Manuel Buendía fue asesinado seis meses después de publicado su libro La CIA en México.
Tres décadas y media después, don Manuel Buendía no descansa en paz.
Su muerte clama justicia, pero su ejemplo nos sigue iluminando. Cada año, en esta fecha, publico la misma columna. Sólo actualizo el tiempo transcurrido y añado alguna reflexión.
Es la machacona esperanza de que algún día sabremos la verdad sobre el asesinato: quién tomó la decisión, quién organizó el operativo, quiénes consiguieron el arma, planearon la emboscada y jalaron el gatillo; quiénes protegieron –o eliminaron- a los pistoleros. ¿Los que han purgado condenas por el homicidio son realmente los responsables?
El sentido común dice que el o los autores intelectuales escaparon a la justicia y que la muerte del periodista fue consecuencia de una conjura que nadie está en condiciones de desvelar.
Una constante de la historia es que los asesinatos políticos nunca se esclarecen del todo.
Y los de los periodistas jamás, ni en el primer ni en el tercer mundo. Como ahora, añadiríamos
No se entiende un periodismo sin ideales. Ni el reporterismo, ni la entrevista, ni el reportaje, ni el artículo, ni la crónica, ni el editorial, ni mucho menos géneros de tan comprometido ejercicio como la columna, pueden llevarse a cabo sin un ideal.
Debemos, todos, servir a nuestro país con los recursos del periodismo.