Abanico
Reminiscencias de amigos
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Sobre Imploración a María Teresa, el colega Rafael Castilleja, ex presidente del Club Primera Plana, que fuera subdirector de El Nacional, y por ende jefe del también reportero Octavio García, nos estimula el ego.
Nos recuerda algo cuando él, en l979, con el grupo que menciona adelante, condujo la primera invitación a diaristas del Club Primera Plana, y del mundo a visitar oficialmente la República Popular de China
Al final, luego de peregrinar durante 21 días por el país asiático, desde Pekin hasta Cantón, nos dirigimos a los Territorios Libres y Hong Kong, aún en posesión británica.
De ahí, despega su recuerdo:
“Bello pensamiento la imploración, estimado Carlos.
Ahora «ai» te va un recuerdo de una lección que me diste:
¿Te acuerdas cuando estuvimos en Hong Kong? (Y lo evoco porque en los últimos días ha habido un jaleo tremendo entre manifestantes y gobierno).
Bueno, cuando desembarcamos íbamos Arturo Sotomayor, Antonio Trejo, Jesús Pérez Vieytes. Y tú.
Entonces debíamos ir al hotel.
Y se planteó una disyuntiva: tomábamos un colectivo que iba haciendo- valga el gerundio– paradas en cada uno de sus hoteles de la ruta, o abordamos un taxi que nos llevaría directamente al hotel.
El primero era más barato que el taxi.
Yo era de la opinión que tomáramos el taxi, argumentando—lo asimilamos — que iríamos a ir más cómodos y más rápido.
Tú fuiste de la opinión de que fuéramos en el colectivo.
Ante mi insistencia me dijiste algo que nunca olvidaré y que en muchas ocasiones he recordado:
«Mira Rafael, vámonos en el colectivo porque sale más barato, y aprende que hacer dinero puede llevar una vida, pero malbaratarlo puede esfumarse en una hora».
Te pusiste aristotélico y te lo agradezco.
Una lección en todo lo alto, que mereció ¡orejas, rabo y salida a hombros!
Espero verte pronto.
En dos sábados más contando—otro– el de ayer termino mi maestría en la Septien García y luego voy por el doctorado en la UNAM. Recibe un abrazote.
Cómo no compartir estas gemas. Como la de doña Rusia MacGregor, que nos conmueve.
Desde Colima, en donde vive hace 38 años, la escritora nos dice sobre nuestro comentario sobre el temblor del 86. Y también se refiere también al de 1941:
“Y Qué cosas y cuantos
recuerdos me trajeron tus nubes.
Otra cosa de la que me acordé, es
que por esas fechas, por las noches empezaba a oírse una sirena y se tenían que
apagar las luces, ya que supuestamente podría haber algún ataque aéreo por la
guerra y era de cajón que todo quedara a obscuras. Esos simulacros duraron
semanas. Ufff…
“Estaba yo en Colima e ir al D.F. porque no recuerdo si me iba a trabajar al gobierno de Campeche o con el nuevo gobierno de Colima con Elías Zamora.
Mi ida el D.F. era para presentar al nuevo coordinador de prensa: Juan Ramón Negrete Jiménez.
La sacudida había sido el día anterior y vimos en la televisión todo lo que sucedía allá. Queríamos comunicarnos por teletipo a la dirección y a prensa y nada. No se podía y fue hasta ya entrada la tarde que lo logramos.
Guardo las respuestas: una del hijo de la entonces gobernadora Griselda Álvarez, de mi hijo Virgilio, de mi hermano Ulises… Gracias a Dios, todos bien.
Al día siguiente, salí con Juan Ramón en avión. Todo fue ver desde arriba el panorama y las lágrimas no pararon.
Ya que lo presenté, nos fuimos por todo Reforma hasta Bellas Artes y fue peor.
Nada más de acordarme vuelvo a sentir esa angustia de ver a mi querido D.F. destrozado y tantas vidas truncadas incluidas personas de Colima, entre ellas Conchita Barbosa, en ese entonces diputada.
Hubo pocas pérdidas humanas: una señora a la que le cayó una barda encima y en la ciudad, destrozos por todas partes.
Años atrás, en el mes de abril de 1941, recién habíamos llegado al D.F. y mi madre me había llevado a inscribir al Colegio Williams: primer año.
Regresamos a la casa que estaba ubicada en la calle de Frontera, atrás de la Iglesia del Rosario entre Zacatecas y Querétaro. En cuanto entramos a la casa, se empezó a mover todo: los alambres de los focos que eran muy largos, se mecían de un lado a otro como las lianas en las películas de Tarzán, el hombre de la selva.
La ventana de la sala que daba a la calle tenía postigos y se golpeaban contra una y otra vez.
Estábamos nada más mi abuela paterna, mi madre mi hermano y yo. Ya pasado el movimiento, salimos para ir con una hermana de mi padre.
Mi hermano Lorenzo, menor que yo, no paraba de llorar y poco o nada pudimos hacer para que volviera a entrar a la casa.
No recuerdo más que esa noche dormimos en casa de la tía.
Pasaron los años y llegué a esta bendita tierra colimense en 1983.
Es zona telúrica y tenemos cerca las placas de Cocos y América, además de que la Falla de San Andrés pasa.
Un día hablando –dejemos el gerundio– de temblores, me entero que aquel temblor de 1941, en Colima había sido terremoto y lo había dejado devastado. Fue de 7.3 grados.
Qué cosas y cuantos recuerdos me
trajeron tus nubes.
Otra cosa de la que me acordé, es
que por esas fechas, por las noches empezaba a oírse una sirena y se tenían que
apagar las luces, ya que supuestamente podría haber algún ataque aéreo por la
guerra y era de cajón que todo quedara a obscuras.
Esos simulacros duraron semanas. Los sismos, agregamos, no paran. Ufff…
Sacamos, queridos amigos el pañuelo.