Alfa omega/Jorge Herrera Valenzuela
Hidalgo, la Inquisición y sus terribles crímenes
Pese a que en México la mayoría son católicos, la controvertida excomunión del cura Miguel Hidalgo y Costilla les ha valido. El es el padre de nuestra Patria y punto. En los años ochenta del siglo pasado la iglesia católica decidió perdonar al cura en momentos históricos en los que le convenía estar bien con el Estado. Ernesto Corripio Ahumada, entonces arzobispo de la Ciudad de México, encabezó la marcha a Dolores Hidalgo, Guanajuato, para llevar a cabo la encomienda jerárquica, acompañado por muchos de sus adláteres. Poco autocrítica, a esa iglesia no se le ocurrió que la que necesitaba ser perdonaba era ella, como creadora de la terrible Inquisición que llevó a la muerte al libertador y a miles de mexicanos. Mecanismo que por cierto nunca ha sido materia de reconsideración, mucho menos de solicitud de perdón a México por todos los crímenes que cometió. En los datos históricos del ajusticiamiento de Hidalgo, se destaca que después de su confesión, antes de ser fusilado, el cura Juan José Baca le dio el perdón y lo dejó libre de excomunión previa degradación. Paradójicamente se habla de que el obispo en trámite de Michoacán Manuel Abad y Queipo lo excomulgó basándose en viejas acusaciones por sedición, sisma y herejía. Dicha excomunión, señalaba el sector menos conservador de esa iglesia, no era válida porque el obispo excomulgante no tenía el puesto formal. Pese a ello, en 2007 la institución religiosa anunció que estaba estudiando a fondo la situación para invalidar la excomunión del sacerdote rebelde, partiendo del controvertido acto de Abad y en 2010 cuando se cumplieron los dos siglos de nuestra Independencia se declaró oficialmente inválida la tal excomunión, por considerar que el obispo Abad no tenía el puesto firme. O sea, que para muchos el cura no estaba excomulgado porque no se siguieron los trámites formales. Todo un merequetengue y una contradicción de la iglesia católica para tratar de paliar sus crímenes.
FUE UN CRIMEN POLÍTICO, COMO POLÍTICA HA SIDO ELIMINAR LA EXCOMUNIÓN
Cuando Corripio Ahumada intentaba en 1985, poner en marcha la encomienda de perdón, yo me fui tres días antes a Dolores Hidalgo y escribí de todo en torno al asunto en el Unomásuno que me había enviado. Hasta con la campana me metí, aunque la que está en Dolores y que tocará en este septiembre la secretaria de Gobenación Olga ánchez Cordero no es la original. En el centro de la ciudad había una tienda de yougurt natural cuyas dueñas que tenían un aire familiar, eran conocidas como las bisnietas o tataranietas de Hidalgo por amores que éste había tenido en San Felipe Torres Mochas, Guanajuato. Les hice entrevistas y me contaron la historia que circulaba a lo largo de décadas en su familia, de los amores de su ancestro el libertador. Cuando llegó el resto de la que se consideraba prensa nacional, todo estaba dicho y publicado. Ese mismo día arribó, muy acompañado, el señor arzobispo y un gentío creyente, en medio de calles que todavía resumaban un aire pueblerino, fue a recibirlo a la entrada. Corripio iba al frente de la procesión motorizada con el aspecto de un Abad y Queipo que muy generoso llegaba en plan de perdón. El cura de Dolores, un intelectual, un rebelde, un hombre que sabía cual iba a ser su destino pero avizoraba una nueva patria, se hubiera reído.
LA DEFENESTRACIÓN VIENE A VECES CON LO ESCRITO. UN LIBRO QUE NO PASÓ
A lo largo de nuestra historia la lucha del conservadurismo y de los opositores, ha tenido la intención de transformar los hechos. La historia es traidora, la escriben los vencedores han dicho y quizá en algunos acontecimientos, pocos, pueden tener algo de verdad. Pero ante situaciones incontrovertibles en donde la propia historia se afianza con datos y acontecimientos señeros, no han podido penetrar con su descrédito. Se ha escrito contra Hidalgo, Morelos Benito Juárez, Villa, Cárdenas y los personajes que los acompañaron y redondearon y acicalaron sus figuras y no han podido contra ellas. Aún recientemente han salido libritos contra Juárez, contra los héroes de la independencia, contra los Niños Héroes y otros, en los que tratan de insertar maniobras de traición, debilidad o impericia. Pero las historias pasan y sus libros son sepultados. El día trece de septiembre de este año un colega y amigo de muchas décadas Luis Alberto García Aguirre, autor en estos últimos tiempos de la columna Nalifka Aroma de Rusia, me regaló el libro Mi gobierno será detestado ( Editorial Planeta Mexicana S. A. 2002) de José Manuel Villalpando un escritor que ha sido importante guionista de Televisa en telenovelas de corte histórico como La Antorcha encendida (1996). El libro, dedicado, resalta un “¡Viva la patria! ¡Muera Felix Calleja!”, porque se trata en efecto de una novela que más bien es una narración autobiográfica, sobre el militar y virrey número 60 en México, Felix María Calleja del Rey, que estuvo al frente de su cometido de 1813 a 1816 enviado por el rey Fernando VII. El autor pretende dejar en la mente del lector que ese personaje español podría haber sido en realidad el padre de la patria y la editora llega al extremo erróneo de poner en la portada que el peor enemigo del ejército insurgente pudo ser el padre de la patria, tratando de crear una confusión al lector, ya que todos sabemos que el padre de la Patria es Miguel Hidalgo. A lo largo de sus páginas la obra va mostrando el carácter de Calleja, al enviar a matar a los insurgentes, el padre Mariano Matamoros y a Hermenegildo Galeana, avasallar y asesinar pueblos y aldeas por su inclinación insurgente, más tarde encarcelar a doña Josefa Ortiz de Domínguez y la acción asesina que lo hundió, la captura y muerte por sus órdenes, de José María Morelos y Pavón en 1815. Desacreditado y odiado por los propios realistas que lo veían como un peligro, tuvo que huir y refugiarse en Cuba. Más tarde regresó a España y estuvo mucho tiempo preso en Mallorca por sublevación. El libro de Villalpando no llegó a mucho, como no sea el de exponer lo que realmente era Felix María Calleja, a quien pretendía rescatar.
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