Descomplicado
A todos los peninsulares
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
A nuestros hijos, nietos y bisnietos yucatecos, les recordamos algo sobre Puerto Progreso, donde descansan, sábados y domingos, en su casa de playa.
En Mérida, viven, estudian y trabajan. Los más.
En Cancún, otros. Pero todos son peninsulares.
Con amor, este verso:
El sol, en su zenit, acariciaba mi merecida tranquilidad; me la había ganado.
Mi vista se centró en el horizonte: hacia el final de un muelle que casi se hundía en el cráter que hizo el asteroide que nos dejó sin dinosaurios, pero que le permitió al hombre inventar a Dios.
Las olas del mar Caribe, suaves, casi silenciosas rompían, espumosas, cerca de la arena.
La palapa con sus sillas y mesa esperaba la llegada de la tarde cuando el sol bajara y los amigos se reunieran a disfrutar de una cerveza fría.
La parvada de gaviotas se disputaba los trozos de pan que enviaba al cielo una mujer cuya risa contagiosa se escuchaba hasta donde yo estaba.
La pequeña observaba el almuerzo que se daban las aves, que más tarde, seguramente, completarían el menú con alguna sardina despistada.
Algas y sargazos formaban médanos nacientes que apenas rozaban el viento del mar.
Mi tranquilidad en esos momentos, era sólo eso: la vida como es…
Y algo más del bardo, mi amigo, colega y Dr. I.C. Octavio Raziel que también nos hace una advertencia a los jubilados
“Ojo amigos, nuevo método de extorsión. Madres solteras se presentan a tu casa para decirte que tienen un hijo tuyo. Cuídense”.
Y luego de mostrar fotos de las mamás y los recién nacidos nos dice:
“Yo ya acepté tres….”
Las semanas y los días,
Temporales que vienen y van;
La cuenta regresiva
Me acerca o aleja de Dios;
Ese ser mítico que no tiene
Sitio en el Universo.
Las semanas avanzan;
Después de esto, el mar
Me volverá a llamar.
Amo caminar sobre la arena
De esas playas donde
Mis huellas, como pecados,
Espero el mar pueda borrar.
Escuchar el rompiente de las olas;
Sentir el viento que mueve las velas,
Que empuja tormentas y barcas;
Ver el futuro a través del ojo de buey
De la proa de un afilado tajamar.
Pondré mi carta de buenos deseos
En el buzón del mar.
Estará escrita en la arena,
Cuando sea la bajamar.
Insistimos: para que no te entumas.